Película

Bad Gyal. La joia

David Camarero

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Lo recordaba recientemente el gurú de tendencias Chris Black en una columna para ‘GQ’ (“Why Celebrities Stopped Being Cool”, bien recomendable): “En el ecosistema de la fama moderna, el objetivo es parecer cercano y ‘auténtico’, sin importar lo rico y famoso que llegues a ser. Presentarte como la misma persona humilde y accesible que eras antes de empezar a agotar giras de estadio o hacer grandes números en el fin de semana de estreno”.

“Bad Gyal. La joia” (2024; se estrena hoy) podría leerse como un proyecto con esa intención, como un intento de hacer a Bad Gyal una diva (aún más) cercana. Cámaras de, a menudo, tacto nada prístino la siguen de cerca durante los altos y bajos del largo período de tiempo en el que “La joia” (2024), su debut largo para Universal, fue ese disco que iba a salir ya y luego no. Vemos a una Bad Gyal divina y descarada, pero también a una Bad Gyal frustrada, enfadada, insegura por momentos con su cuerpo, con rostro impenetrable y ausente en un verano larguísimo… Vemos casi más a Alba Farelo i Solé que a Bad Gyal.

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Pero la honestidad que en otros artistas olería a pura estrategia no parece aquí nada calculada. Si Farelo solo estuviera interpretando la humanidad más vendible hoy en día, sería la mejor actriz del mundo. “Bad Gyal. La joia” es, ante todo, una verdadera oportunidad para los fans de pasar un rato (a veces complicado, a menudo divertido) cerca de su diosa. Es un documental de observación y no divulgación ni investigación, sin grandes pesquisas en sus procesos creativos (se dedica poco metraje a la grabación del álbum), su educación musical ni sus intereses. Lo primero que parece buscar el director David Camarero (videoclips de Aitana o Marta Sango, y el primer videoclip generado por IA en España: Desert) es situarte ahí, en medio de la fiesta y la tormenta, en mitad de la vorágine de lo que significó ser Bad Gyal durante la larga espera de “La joia”.

Seguramente por pura coincidencia, la película tiene mucho en común con “Esta ambición desmedida” (Santos Bacana, Cristina Trenas y Rogelio González, 2023), no tanto a nivel formal (esta es algo más lo-fi y caótica, quizá deliberadamente) como argumental. De nuevo nos encontramos con un nombre importante de nuestra música urbana enfrentándose a una situación que solo parece crecer en complejidad: en el caso de Tangana, una gira aparatosa; en el de Gyal, un álbum largamente meditado y soñado que no acaba de hacerse realidad por la más variada lista de factores, de historias de abogados estadounidenses y clearances revocados a singles (“Chulo pt. 2”) que estallan casi demasiado. Seguimos a la artista en días de fashion weeks, rodajes de videoclips o entregas de premios con los reyes (todo ello con su lado gris), pero también de estupor por el desarrollo de los acontecimientos y de sensación de no ser comprendida en su obsesión por pulir su debut largo.

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Como en “Esta ambición desmedida”, las figuras del entorno profesional (e inevitablemente personal) más cercano a la figura central acaban cobrando inesperado protagonismo. Si en el documental de Tangana ansiabamos que su mánager Íñigo “Kigo” Elósegui y Pucho hablasen todo lo que tuviesen que hablar y se dieran un abrazo, aquí rezamos porque el hilo de complicidad entre Alba y su mánager Alba Blasi (Doble Cuerpo) no se rompa nunca, a pesar de todos los obstáculos que van tratando de rasgarlo, incluyendo la intromisión en la psique de unas redes sociales muy presentes en el relato. “Bad Gyal. La joia” es, además de todo lo ya dicho, una investigación abrasiva de lo que significa ser una estrella pop aquí y ahora, con infinitas voces de gente a la que no conoces rondando por tu cabeza las 24 horas de las más largas jornadas. ∎

Porque yo lo valgo.
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