Película

Barbie

Greta Gerwig

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¿Es “Barbie” (2023) un caballo de Troya del feminismo dentro del cine comercial? ¿O, más bien, la muestra definitiva y más relevante de la apropiación por parte de la industria hollywoodiense de las propuestas menos problemáticas, así como de la faceta más pop, del feminismo de cuarta ola? El último filme de Greta Gerwig“Lady Bird” (2017), “Mujercitas” (2019)– se sitúa a medio camino entre lo primero y lo segundo y, pese a eso (o justamente por ello), es un filme importante que captura, como prácticamente ningún otro, el espíritu de nuestro tiempo. Y además lo hace del mejor modo posible: utilizando la risa –digámoslo ya, “Barbie” es una de las mejores comedias del siglo XXI– como modo de desvelar la arbitrariedad de las normas que rigen nuestro mundo, de hacer caer la cortina que oculta al mago de Oz.

El prólogo de la película supone ya toda una descarada e irreverente declaración de intenciones: la canónica secuencia inicial de “2001: una odisea del espacio” (1968), la obra magna de Stanley Kubrick, es parodiada sustituyendo a los primeros homínidos por unas niñas lanzando sus muñecas al aire, mientras que el célebre monolito es reemplazado por una Margot Robbie-Barbie de tamaño gigantesco. La noción de sustitución (o de inversión) es fundamental en el filme, así como la alusión, desde su mismo inicio, a la experiencia femenina infantil. El guion, escrito a cuatro manos entre Gerwig y su pareja, el cineasta Noah Baumbach, construye una fábula utópica que presenta ante nuestros maravillados ojos un fabuloso mundo al revés: en Barbieland, república democrática matriarcal hecha de plástico y colores brillantes, las Barbies lo son todo. Una es presidenta, la otra es astronauta y otras dos ganan, sin que a nadie le asombre, sendos premios Nobel. En este gineceo idílico –en el que, además, hay lugar para todo tipo de diversidad– encajaría sin problemas una versión girlie del filme de Kubrick como la que vemos en el prólogo. Con una sencilla estrategia de inversión –característica de ciertas obras de ciencia ficción, pero presente ya en la satírica “Los viajes de Gulliver” (Jonathan Swift, 1726)–, Gerwig nos muestra que el mundo, tal y como lo conocemos, no responde a un “orden natural” inapelable, sino a un conjunto de normas que podrían ser esas o, ¿por qué no?, las contrarias.

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Es, como decimos, un ingenioso hallazgo de guion que muestra todo su potencial cuando la muñeca protagonista –a la que da cuerpo, voz y una extraordinaria humanidad una fantástica Margot Robbie– debe viajar, por obligación, al mundo real. Barbie atraviesa el espejo y se encuentra (¡oh, cielos!) con el patriarcado. La auténtica revelación de esta inteligente, mordaz, finísima comedia de apariencia “tonta” y trasfondo reflexivo –¿puede ser entonces que el filme sí sea, al fin y al cabo, un auténtico caballo de Troya en el cine mainstream?, ¿un alegato a favor de una utopía transformadora disfrazado de comedia popular para chicas?– lo constituye sin embargo el personaje de Ken, villano involuntario cegado por las brillantes promesas del patriarcado a quien da vida un estratosférico, pluscuamperfecto, hipermusculado y perfectamente bronceado Ryan Gosling. Si Robbie es el corazón emocional de una película que, en su último tercio, se alinea con el discurso existencialista presente en obras clásicas que tienen como protagonistas a muñecos con alma humana como Pinocho, Gosling es la auténtica fuerza cómica del filme: un torrente incontenible de gestos, miradas acero azul, estilismos imposibles y desvergüenza que protagoniza, además, una de las mejores secuencias musicales –con permiso de “La La Land” (Damien Chazelle, 2017–) vista en el cine de Hollywood en las últimas décadas.

Los “peros” que se pueden poner a “Barbie” tienen mucho que ver con el deseo de que sea una película que no es (y que nunca ha pretendido ser), así como por la total asunción por parte de Gerwig –que empezó como estrella atípica de la escena mumblecore y cuyos anteriores filmes, sobre todo “Lady Bird”, abrazaban sin fisuras cierta estética del cine indie– de los modos de proceder y los códigos narrativos y formales del mainstream. Es el eterno debate entre apocalípticos e integrados, entre aquellos que abogan por la defensa de un estilo irrenunciable y los que apuestan por un arte posibilista, capaz de llegar a un amplio espectro de la sociedad. Puede que la agenda feminista de “Barbie” sea demasiado obvia –ese monólogo de America Ferrara– y que evite entrar en temas peliagudos: la diversidad sexual brilla por su ausencia y la intersección entre género y clase está absolutamente fuera del discurso. Puede también que la crítica a la Norteamérica corporativa sea demasiado tibia –al fin y al cabo, es un filme sobre una de las más famosas propiedades intelectuales de una poderosa corporación, Mattel–, pero sería injusto que estas debilidades empañaran los éxitos de un filme que tiene un propósito evidente: propagar un discurso utópico de transformación y una reflexión crítica sobre el supuesto “orden natural” de las cosas a través de una fantasía cómica que pretende apelar a amplias capas del público. Gerwig ha realizado un insólito blockbuster veraniego que otorga un papel central a la experiencia y la subjetividad femeninas, haciendo especial hincapié –como ya pasaba en “Mujercitas”– en los años formativos de la infancia y la adolescencia; esos años que favorecen espacios de homosocialización (como Barbieland) en los que amigas, hermanas, madres e hijas podemos imaginar nuestro futuro jugando con nuestras muñecas. ∎

Muñeca con mensaje.
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