Barcelona se ha vestido de resplandecientes exposiciones pop durante el verano de 2017.
Barcelona se ha vestido de resplandecientes exposiciones pop durante el verano de 2017.

Artículo

Bowie, Björk, Eno: música en el museo

Tres exposiciones rutilantes, en itinerancia internacional, han recalado en Barcelona: “David Bowie Is”, retrospectiva espectacular del malogrado genio británico; “Björk Digital”, una inmersión en la realidad virtual de la mano de la artista islandesa, y “Brian Eno. Lightforms / Soundforms”, con las creaciones del músico y productor en torno al diálogo con la luz y el color.

Hace tiempo que el pop (y cercanías) entró en el circuito de exposiciones como una manifestación cultural más, tendencia que este año se manifiesta con vistosidad: tres muestras de altos vuelos, en torno a creadores de referencia como son David Bowie, Björk y Brian Eno, han coincidido en la agenda barcelonesa, haciendo de la cultura musical un espectáculo y un fenómeno mediático con derivadas que alcanzan hasta a la industria del turismo.

Exposiciones, no obstante, de trazos distintos entre sí: la de Bowie se aviene al modelo más clásico de ofrenda museística a un artista a través del recorrido audiovisual por su trayectoria con todo detalle y abundancia de fetiches, mientras que las de Björk y Brian Eno tienen que ver con el actual momento de ambos creadores y contemplan esas puestas en escena como parte de su mensaje y de su relación con el público. La música, en fin, como conducto que puede confluir con otras expresiones plásticas: moda, fotografía, arte digital, instalación. Pasamos revista a estas tres muestras que han sacudido la agenda cultural de Barcelona.

Mil caras de Bowie. Foto: Xavier Mercadé
Mil caras de Bowie. Foto: Xavier Mercadé

David Bowie

El mayestático mono de vinilo diseñado para David Bowie por Kansai Yamamoto en la época de “Aladdin Sane” (1973), de abombadas perneras, impacta al visitante en la primera sala de “David Bowie Is”, una exposición que se inauguró en el Victoria & Albert Museum, de Londres, en 2013, y que ha pasado hasta ahora por Chicago, São Paulo, Toronto, París, Berlín, Melbourne, Groninga (Holanda), Bolonia y Tokio. Con sus trescientos objetos procedentes en su mayoría de The David Bowie Archive, la muestra depara un rotundo asalto a los sentidos a través de su sucesión de salas por las que te mueves conectado, mediante auriculares, a las sucesivas fuentes de sonido con las que te vas topando: conciertos, apariciones televisivas, entrevistas, testimonios, escenas de películas. Severa y disfrutable inmersión.

Se desprende el retrato de Bowie como creador integral más allá de la música, como un todo plástico y conceptual. El dibujo juvenil en el que se sitúa a sí mismo en un plano futuro, donde aparecen un astronauta y el arlequín en el que se transformará años después con “Scary Monsters” (1980), es revelador de su fantasía desbocada y de su idea total de la expresión artística. Como los bocetos de la película nunca rodada, que él planeó dirigir, en torno a “Diamond Dogs” (1974), o ese cuaderno en miniatura que muestra cómo llegó a imaginar el artwork de “Young Americans” (1975). Objetos que no se circunscriben a la mera memorabilia, sino que definen al personaje.

“David Bowie Is” (más información, aquí) no se queda en el amontonamiento de reliquias ni en la anécdota fashion, y del mismo modo que deja clara la confluencia de disciplinas y que pasa revista a las amplias influencias estéticas (del expresionismo al teatro kabuki) y a las sucesivas mutaciones –los trajes de la era Ziggy o de la gira “Stage” (1978), la “fantasía colonial” del “Serious Moonlight Tour” (1983), la levita con la bandera británica de la portada de “Earthling” (1997)–, en ningún momento se llega a olvidar que estamos, sobre todo, ante un creador de música. Verlo cantando “Starman” con Mick Ronson, ambos veinteañeros, ambos desaparecidos en la actualidad, a tamaño real, en ‘Top Of The Pops’, llega a emocionar, y la última sala, destinada a actuaciones en directo, con cuatro paredes convertidas en videowalls, deja un efecto final imponente y culmina de un modo espectacular la experiencia Bowie.

“David Bowie Is”
. Museu del Disseny de Barcelona, hasta el 15 de octubre.

Inmersión Björk. Foto: Santiago Felipe
Inmersión Björk. Foto: Santiago Felipe

Björk

A diferencia del artista londinense, Björk Guðmundsdóttir está viva y bien, y se la intuye ocupada en tratar de estimular todas las terminales sensoriales de sus seguidores a través no solo del sonido sino de la imagen, la suya propia, esculpida a golpe de realidad virtual. Reposa la idea de que el concierto no tiene por qué ser la única vía para comunicarse con el público, que una Björk inmaterial y reluciente, mutante en su sucesión de formas fantásticas como extensión de las canciones que interpreta, puede llegar a suplantar a la Björk real, que envejece, se cansa y tiene ya más que tomada la medida del ritual del show sobre un escenario.

“Björk Digital”, que se inauguró en Sídney en junio de 2016 y aterrizó en Barcelona en el marco del Sónar, es una exposición para vivir en una acompañada soledad: aislado del aburrido mundo real por las gafas de realidad virtual, pero moviéndote de sala a sala en grupos de veinticinco visitantes y siguiendo las indicaciones de los guías. Un formato de rigidez un poco fastidiosa (todo está muy pautado y hay que reservar con antelación), que queda compensado por la sensación de bucear en un universo de fábula tan pronto accionas el automatismo y accedes al interior del último álbum de la islandesa, “Vulnicura” (2015). Un disco que refleja sus sentimientos poco felices tras la ruptura con el artista norteamericano Matthew Barney. Por ello, el viaje de “Björk Digital” es presentado como “la cura de una herida emocional”.

Contemplas a Björk en un paisaje volcánico, te introduces en los pasadizos de una gruta que habría hecho feliz a Julio Verne y la ves a ella cantando para ti y solo para ti en una desolada playa boreal. Más lejos todavía: te introduces en su interior, y no es ninguna metáfora, a través de la boca, siguiendo la superficie de su lengua, rumbo a las cuerdas vocales que se operó un tiempo atrás. Videos firmados por Andrew Thomas Huang y Jesse Kanda para temas como “Black Lake” o “Mouth Mantra”. Manejando un joystick te metes en túneles inquietantes, te acercas a su alter ego en forma de hada intergaláctica con una visión de 360º y puedes completar la fiesta manipulando las aplicaciones de su anterior disco, “Biophilia” (2011), y reencontrándote con los videoclips de toda su carrera. “Björk Digital” da pistas sobre el futuro de la música y la relación entre audiencia y artista, y, acierte más o menos, deja en el camino un espectáculo fragmentado en pequeñas secuencias cautivadoras.

“Björk Digital”. CCCB, hasta el 22 de octubre.

“Lights Boxes”, mutaciones Eno.
“Lights Boxes”, mutaciones Eno.

Brian Eno

Y la exposición con menos historia, más enfocada en el presente y con un futuro sin línea de horizonte, es “Lightforms / Soundforms” de Brian Eno, estrenada también dentro del programa del Sónar y que establece ecuaciones entre música, luz y tiempo a través de sigilosas instalaciones a las que conviene asistir con ánimo paciente. Un arte audiovisual generativo, hecho de algoritmos y fórmulas matemáticas y concebido sin un final, al que hay que acercarse con los sentidos abiertos, fundiéndote con la oscuridad de las estancias.

La primera obra, “New Space Music”, ocupa la planta baja del Santa Mònica con su ondas electrónicas ambientales en consonancia con los focos proyectados hacia las arcadas del claustro Max Cahner, que generan sombras cambiantes. Sonido convertido en expresión tridimensional, que dialoga con “77 Million Paintings”, la instalación con más recorrido de la muestra, de 2006, dispuesta en la segunda planta y en la que Eno ofrece su banda sonora interminable para un mosaico de formas geométricas y colores que mutan con extrema lentitud. Como los de “Light Boxes”, cajas que van cambiando de tonalidad poco a poco, dispuestas en el eslabón medio de la exposición, la primera planta, y que se exponen acompañadas de muestras de bocetos y notas del autor.

Los contenidos de las tres plantas se completan con la puesta en escena de su nuevo disco, “Reflection” (2017), en un espacio alejado, la sala de recogida de maletas de la Terminal 1 del aeropuerto de El Prat, un reflejo de aquel influyente “Ambient 1. Music For Airports” (1978). Y, mientras, en el exterior del Santa Mònica, una pantalla va soltando mensajes irónicos: “No cambies nada y continúa con inmaculada coherencia”. Una sentencia que bien puede definir a un Brian Eno que rehúye la autorreferencia épica y se desinteresa por lucir currículo. Creador tendente a unos cambios que, como ocurre en sus instalaciones, son tan desesperadamente lentos como inevitablemente radicales.

“Lightforms / Soundforms”. Arts Santa Mònica, hasta el 1 de octubre.

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados