Serie

Los ensayos

Nathan Fielder(T2, Max)
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La historia del audiovisual es, entre otras cosas, una cuestión de escala. El cine crece hasta producir sus becerros de oro, megaproducciones tan ruinosas que se convierten en leyenda y símbolo de su propia perversión. Entonces, decrecen: los renacimientos minimalistas prometen “otra” manera (más pequeña, más “sincera”, más acorde con una nueva moral encontrada) de hacer cine. La televisión, eterna alternativa barata a la gran pantalla, reclamó su propio mito de grandeza en el eslogan “No es televisión, es HBO”, del que no quedan más que cenizas: en la era de las plataformas, donde las fronteras entre medios se han borrado y el dinero y las manos que lo sostienen han perdido su antiguo aura, el artista aclamado aparece como un Robin Hood banal: alguien que roba a los ricos para dárselo a los pobres, en forma de entretenimiento.

Es lo que hace Nathan Fielder en “Los ensayos” (2022-), y la razón por la que en esta segunda temporada vuela más alto que nunca sin quemarse. Con la pregunta “¿puede un payaso cambiar el mundo?”, la nueva entrega promete, de primeras, evitar el solipsismo en el que más de una vez se ha perdido Fielder y dar un giro universal. Aplicando las herramientas que ha ido perfeccionando a lo largo de su carrera (el pensamiento lateral, la fe absoluta en el absurdo para provocar reacciones en cadena en el absurdo mundo real y quizá hasta resolver problemas), decide enfrentarse a una cuestión de envergadura que en principio escapa a sus competencias: el factor humano en los accidentes de avión, que él achaca a un fracaso de las relaciones interpersonales en la cabina del piloto y que cree que puede resolverse utilizando sus ensayos.

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No nos engañemos, esta temporada trata los mismos temas que vienen obsesionando a Fielder últimamente: la incomodidad social y el extrañamiento de sí mismo. Pero también mira al mundo y al espectador con una intención renovada, más clara. Los debates sobre “Nathan al rescate” (Nathan Fielder y Michael Koman, 2013-2017), la primera temporada de “Los ensayos” y hasta la más ficticia (pero igualmente autorreferencial) “The Curse” (Nathan Fielder y Benie Safdie, 2023-) hacen mella: cuestionada su sinceridad, su ética y hasta qué punto su persona misma es una performance, él vuelve a evitar dar respuestas directas sobre sí mismo. Y lo hace brillantemente y alcanzando su apogeo dramático y narrativo.

El periplo más caro y complejo de Fielder hasta el momento nos muestra hasta qué punto la pregunta sobre la sinceridad es irrelevante: toda interacción social es una performance frente al otro y frente a uno mismo. En este giro universal del fielderismo, el personaje principal es el Nathan Fielder “cómico”, aunque todos sabemos que es mucho más: actor, investigador, ingeniero social. En el centro de la temporada, su falta de idoneidad para la tarea que se ha propuesto realizar ilumina lo que somos: actores que van resolviendo situaciones con un nivel mayor o menor de competencia dentro del sistema. Sujetos de un mundo profesionalizado y tecnificado hasta la extenuación que no se sostiene sin la fe en que todos los demás interpreten su papel sin fisuras. Somos aspirantes y jueces de concurso. Somos padres y perritos clonados. Vigilantes y vigilados. Pilotos y payasos.

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En el método Fielder hay una acusación al espectador-sociedad, o una verdad revelada: se nos exige sinceridad cuando, en realidad, lo que nos están pidiendo es que actuemos. En ese sentido, la performance del payaso-piloto es la más sincera hasta la fecha. Nuestra idea de alguien capaz, de un verdadero capitán, es todo lo contrario a él y al resto de personajes, siempre incómodos, que lo rodean (capitanes muchos de ellos, en este caso). Lo que transmite confianza no es la verdad: es no titubear, no experimentar dificultad y no pedir ayuda, satisfaciendo la proyección narcisista de lo que desearíamos ser. Y, sin embargo, si hacemos eso, los aviones se siguen cayendo. Me daba miedo que, pecando de un psicologismo del que con suerte empezamos a desintoxicarnos, la serie terminase regalándole a la audiencia un diagnóstico de autismo como epifanía para Fielder. En ese sentido, esto no va sobre él. Escapar a la respuesta en el último momento, negarla a nosotros y a sí mismo, es lo más sincero que podía hacer, y lo que le permite mantenerse en movimiento. No queremos saber, en el fondo, lo que decimos que queremos saber. Las respuestas están y han estado siempre a la vista de todos.

Nada de esto, por ingenioso y simbólico que sea, nos habría electrizado tanto (¡estamos de celebración, el cine ha vuelto!) si no hubiésemos visto volar a Fielder, porque la serie se sublima también fílmicamente. Se vuelve gigante, nos sorprende y nos supera. La secuencia del vuelo comercial de un 737 pilotado por Nathan Fielder, filmada no solo desde el interior sino también desde fuera, desde la mirada de un avión convertido en tema, símbolo y dispositivo de la temporada, es historia inmediata de la televisión, o de lo que sea esto que estamos viendo. Sí, también es una metáfora del aislamiento. Del papel que se come a la persona. Pero tiemblan “Fast And Furious”, “Misión: imposible” y todas las fantasías de capacidad inalcanzable a las que acaba superando: no es HBO, no es Superman, es Nathan Fielder surcando el cielo. ∎

Fly me to the moon.
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