El inquietante futuro. Foto: Johanna Marghella
El inquietante futuro. Foto: Johanna Marghella

Entrevista

Luis López Carrasco: futuros inciertos

El cineasta y escritor murciano ganó dos premios Goya en 2021, uno de ellos a la mejor película documental, con “El año del descubrimiento”. Y con “El desierto blanco”, su última novela de ciencia ficción, ha conseguido el Premio Herralde.

Luis López Carrasco es director de cine, artista visual y escritor, dirigió “El año del descubrimiento” (2020), por el que ganó dos Goya, entre otros premios (octava mejor película del año según Rockdelux). Antes había publicado la novela de ciencia ficción “Europa” (Gollarín, 2014), que bien podría ser un episodio de “Black Mirror” (Charlie Brooker, 2011-2014), sobre un padre que ve en un reproductor digital los sueños de su hijo adolescente.

En 2023 obtuvo el Premio Herralde de Novela con “El desierto blanco” (Anagrama, 2023), otra especulación inquietante. Es parte del colectivo de cine experimental Los Hijos y profesor de Comunicación Audiovisual y Periodismo de la Universidad de Castilla-La Mancha. Conversamos en la librería madrileña Tipos infames una mañana primaveral de insoportable calor, de esas que arrancan ironías climáticas sobre horizontes tan distópicos como los de sus personajes.

¿Cómo surge este libro?

Me ha acompañado diez años. Decidí escribirlo un día tras recopilar ideas. Trabajando en otra cosa me vino a la mente el final. Desde entonces fui diseñando las historias. Hay algo de memoria generacional que conecta con un momento de 2012 en Madrid, cuando venían amigos a emigrar; y cuestiones que reflexionaba, como construir una voz narrativa que nos contase el presente desde un futuro incierto. Con esos elementos pude escribirlo en 2020, en el confinamiento.

“El año del descubrimiento” es un documental sobre eventos históricos, tus novelas son ciencia ficción. ¿Qué te aporta saltar de lo real a lo especulativo?

Las personas creativas solemos ser más plurales y heterodoxas que las casillas donde nos meten. Empecé a escribir guiones de cortos de ficción con un punto fantástico cuando vine a Madrid a hacer cine. Trabajé de ayudante de dirección con veintipocos. Rodar ficción se convirtió en algo pesado, aparatoso y de responsabilidad, y me hizo hiperconsciente de los recursos que cuesta poner en escena algo. Me bloqueó un poco, así que decidí que desarrollaría la ficción en la literatura.

¿Cómo te planteas la estructura y la resolución formal de tus historias?

Vengo de Michigan, he repasado mis primeras obras colectivas y en solitario, me he dado cuenta de que comparten una conexión temporal. En la primera que hice en Berlín –una videoinstalación sobre inmigrantes turcos de tercera generación con una cámara de Super-8 y otra de alta definición– conectaba los años cincuenta y 2010. “El año del descubrimiento” está en dos tiempos a la vez, “El desierto blanco” también. Con “El año del descubrimiento” leí novelas del siglo XIX con muchísimos personajes para hilvanar los discursos, para que fluctuaran como las personas, con un arco narrativo que cambia. En “El desierto blanco” los cinco capítulos estaban definidos; la escribí del tirón, llevaba años pensando en ella. Con obras anteriores también me pasó. Lo voy rumiando y al ponerme intento no perder que la escritura esté abierta y te lleve por caminos. Sabía dónde acabar, si no llegaba allí tampoco pasaba nada, aunque siembras para que los caminos aparentemente no conectados lo hagan.

“Rodar ficción se convirtió en algo pesado, aparatoso y de responsabilidad, y me hizo hiperconsciente de los recursos que cuesta poner en escena algo. Me bloqueó un poco, así que decidí que desarrollaría la ficción en la literatura”

En los primeros capítulos, presentas los personajes principales en situaciones de supervivencia. ¿Las distopías nos preparan más para el final del mundo que para renovarlo?

Es un tema del libro, en el segundo capítulo lo que parecía del terreno de la imaginación es real. Las ficciones que nos rodean y sus funciones dominantes son algo ideológico, como un colapso civilizatorio que nos lleva a un momento primitivo de supervivencia, o considerar la Historia en términos de supervivencia en vez de colaboración y solidaridad. Quizá desde la ficción se puede contribuir a encontrar soluciones para entender otras formas de vivir y pensar el futuro.

Eres de Murcia, una región al borde del colapso ambiental. ¿Ha influido al plantear el futuro distópico de la novela?

No me hago ilusiones sobre que podamos sostener el actual modelo económico, productivo y de consumo. Ser de Murcia me hace consciente de que un tipo de empresarios puede triturar un ecosistema contagiando con el beneficio cortoplacista y lo que conlleva de malas prácticas. Con el trasvase Tajo-Segura, el Campo de Cartagena se convirtió en regadío. Es disparatado que haya campos de golf en zonas desérticas. Me preocupa que el capitalismo, en su búsqueda del beneficio, no tenga problema en extinguir todo. Hay un escenario de impactos medioambientales inéditos en nuestro territorio.

Memoria e identidad. Foto: Johanna Marghella
Memoria e identidad. Foto: Johanna Marghella

La memoria es otro tema del libro: cómo revisamos los acontecimientos y se resignifican. Algo presente también en “El año del descubrimiento”.

La memoria tiene que ver con cómo nos relacionamos con el pasado y recordamos o nos atribuimos una identidad. En el libro cada personaje recuerda con voluntad distinta. Para Carlos es una manera puntual de viajar a momentos más o menos reconfortantes. Aitana los pone por escrito para pasar página. Para el hermano de Carlos se convierte en una trampa al bucear obsesivamente intentando rescatar un pasado infantil como paraíso, una historia de fantasmas donde el fantasma es un paisaje costero borrado por el turismo de masas y el pasado desaparecido de una familia del sudeste español. Me obsesionan los relatos culturales, institucionales u oficiales, las desconexiones o reconexiones entre la cultura y la memoria social. Siempre tuve la sensación de que el relato de la transición española y los ochenta no se conectaba con mi realidad del barrio de Santa Eulalia. En España hay mucho que contar del siglo XX y XIX. Con “El año el descubrimiento” era una cosa que quería hacer, la Región de Murcia tiene una imagen de fundamentalismo católico pero puede haber otro relato donde Cartagena es una ciudad comprometida con la democracia. Contar las cosas de otro modo para mí es importante.

En la novela hay exilios físicos y emocionales.

Las migraciones y los exilios me preocupan. Carlos, el narrador principal, tiene la voluntad de volver pero se da cuenta de su limitación. Esa mirada melancólica está relacionada con un presente incómodo. Cuando escribía estaba leyendo “La gallina ciega” (1971), de Max Aub; siempre me ha parecido que lo que vivió la población española exiliada por la Guerra Civil debió ser muy doloroso. En México hay un trozo de nuestra historia. Determinados desarraigos y expulsiones –laborales, políticas, urbanísticas– son una experiencia compartida. Ahora somos inhumanos con quienes intentan llegar a Europa. Solidarizarse es necesario y urgente hasta desde una perspectiva egoísta: igual nosotros tampoco podemos vivir aquí en el futuro.

Una constante del libro son los desiertos físicos y de soledad o falta de vínculos. ¿En los imaginarios abunda más esa aridez del individualismo que el acompañamiento colectivo y las relaciones reales?

La primera vez que aparece la imagen del desierto al final del segundo capítulo es cuando ella sueña con la isla convertida en uno, sin nada que la perturbe. Tiene que ver con cómo la tecnología parece que nos mantiene en conexión permanente y desconectados del territorio, un eje del libro. El “desierto blanco” aparece en el tercer capítulo, esos invernaderos del sur de España, lugares aún por nombrar cuando parece que todo está mapeado. En la isla del accidente aéreo solo un pasajero quiere explorar, todos están con el móvil, una realidad digital que no nos deja abrir espacios mentales ni imaginar historias que no sean conducidas. Parece liberador, pero hay muchos recursos que podríamos tener e imaginarios que abrir.

“En la isla del accidente aéreo solo un pasajero quiere explorar, todos están con el móvil, una realidad digital que no nos deja abrir espacios mentales ni imaginar historias que no sean conducidas. Parece liberador, pero hay muchos recursos que podríamos tener e imaginarios que abrir”

Las redes sociales pueden desmovilizarnos.

La realidad digital puede ser diversa: internet en 2004 no era como en 2014 o 2024. En la pandemia resultó ser satisfactoria para muchas personas, pero la tecnofobia nos hace pensar que una conversación online es menos auténtica. Por procesos de concentración, compras de redes sociales y cierres de espacios como Tumblr, los modelos privilegian un scroll adictivo que no sé cuánto durará. Hay cierta saturación y sobrestímulo. A menudo se culpa a las redes de hechos marcados por agendas mediáticas tradicionales que nos orientan a discutir ciertas cuestiones. Hubo algo rompedor, real y significativo en el 15-M de encontrarse en persona y estar conjuntamente. Igual hay que encontrar espacios y tiempo para encontrarnos. Todo ha sido muy sobrevenido, y ahora viene la Inteligencia Artificial, como las olas del mar, dándonos revolcones. Quiero pensar que la humanidad aprenderá a gestionarlo y reaccionar. Los shocks –la pandemia, la crisis económica, la inflación, la guerra– nos dejan sin fuerzas para imaginar futuros posibles. Hay que tener tiempo, espacio y una energía que igual ahora nos falta.

Como profesor de comunicación y periodismo ¿en qué haces hincapié?

Intento incidir en que para producir imágenes primero hay que saber leerlas y entender cómo se manipulan. Ahora hay una hiperconciencia que puede llevar al cinismo y al terraplanismo, porque si ninguna imagen es índice de nada, puedo creer cualquier cosa. Algo peligroso. Para mí es importante entender el arte y la producción creativa como una forma de hacer circular historias que complejizan los relatos del poder. Intento transmitir que no hay que rendirse. Es una vocación bonita. Si dejamos que las grandes corporaciones o los privilegiados construyan los discursos, seremos más manipulables. Es importante transmitir que se puede hacer contrainformación aportando tu perspectiva. Les insisto en que lo que cuenten sea lo más transformador posible, sin reforzar el statu quo, los estereotipos o los clichés, sino rompiéndolos con sus creaciones culturales.

Tienes dos Goya y varios premios, sin embargo la docencia te permite evitar la precariedad. ¿Dedicarse a la cultura en España es una profesión de riesgo?

Es desolador pensar que dedicarse a ella es asumir una precariedad constante, hace que exista una doble vara sobre quién puede dedicarse a la gestión cultural y a la producción creativa. En un estudio en Reino Unido sobre movilidad social eran las clases privilegiadas. La sanidad o la educación pueden ser prioritarias, pero la cultura es esencial para el pensamiento crítico a todos los niveles. ∎

La amenaza fantasma

“El desierto blanco”
(Anagrama, 2023)

Uno de los aciertos del artefacto construido por Luis López Carrasco es que nos interpela desde un tiempo y un espacio ajenos, un futuro incierto que se desvela al final y sobrevuela el relato con una mirada nostálgica sobre aquello que nunca parecía irse a desvanecer. Quizá en el imaginario actual abunden más las distopías catastrofistas que los horizontes utópicos. Tal vez paradójicamente esa imposibilidad de la vida tal y como la conocemos pueda proyectarnos a otros futuros posibles, abrir unos imaginarios que los propios personajes de esta ficción no logran expandir y, como el negativo de una fotografía analógica, desde su ausencia invoquen la presencia de lo colectivo, del acompañamiento y de la exuberancia de relaciones humanas.

Los primeros capítulos nos presentan a dos de los protagonistas en situaciones de supervivencia casi antagónicas. Por un lado, una entrevista de trabajo entre varios candidatos que compiten por un puesto simulando sobrevivir en una isla desierta. Y por otro, un accidente real de avión en un islote que nadie (salvo un pasajero) quiere explorar: dóciles a las indicaciones de la sobrecargo, absortos en las pantallas de los móviles, los portátiles o las tabletas, en una hiperconectividad digital que desconecta del presente y del entorno. Ese es uno de los temas de este mosaico de historias interconectadas donde la memoria –cómo revisamos los acontecimientos, cómo se resignifican e interactúan con el paso del tiempo– puede ser un refugio, una válvula de escape o una trampa anclada en un pasado idealizado, donde los exilios vivenciales o emocionales y los desiertos son otra constante: tanto los paisajes naturales áridos y los construidos por el ser humano (viveros, urbanizaciones) como los simbólicos (de soledad no deseada y falta de vínculos). Una historia de fantasmas donde lo espectral no está dentro de las viviendas, sino en el territorio. ∎

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