Un gesto de amabilidad, sencillo, que no se espera. Ese es el concepto de “pan de ángeles” para Patti Smith (Chicago, 1946), que titula así sus memorias definitivas, “Pan de ángeles” (“Bread Of Angels”, 2025; traducción de Ana Mata Buil). Si se ha seguido la carrera de la artista, se sabe que en ella arte y espíritu están intrínsecamente unidos, y que esto, a su vez, es una manera de estar en el mundo muy estadounidense, en el mejor sentido del término. El sentido de la comunidad, la generosidad y la empatía frente al individualismo extremo, la codicia y la apatía hacia el otro. Fueron valores que Smith aprendió en su infancia de clase obrera: pobre, pero feliz. Su vida, extraordinaria y larga, está sembrada de cumbres y duelos que, siguiendo el mandato bíblico, hace tiempo que convirtió en danza (Salmos, 30:11). Como figura totémica del punk –más allá del género, por favor–, es única. ¿Quién podría franquear con honores el Rock And Roll Hall Of Fame y a su vez ganar el National Book Award, le preguntaba Stephen Colbert hace unos días? Ella dice, a sus casi 79 años, que el doble reconocimiento, magnífico compendio de su trabajo colectivo al frente de The Patti Smith Group e individual como escritora, ha sido inesperado. Suena a falsa modestia, lo siento. En estas memorias, como antes en “Éramos unos niños” (2010), expuso el ansia por demostrar su valía, llamémosle ambición si queréis, desde muy joven. Legítima ambición, faltaría más. Testimonios como los de “Por favor, mátame” (1996), el hilarante volumen coral de cotilleo de bar firmado por Legs McNeil y Gillian McCain, retrataron a una artista de talento evidente, carisma desbordante y arrestos necesarios para triunfar. “Haz siempre lo que te cueste más” es la cita de Simone Weil que escoge para rememorar, en este título, el advenimiento de “Horses” (Arista, 1975), del que este noviembre se cumple medio siglo.
Su escena punk, la de la ciudad de Nueva York, fue mucho más literaria y bohemia que la londinense: artística, acelerada, un punto alienada. Deudora de la estela beatnik, el vagabundeo extasiado y un sentido extremo de la libertad: ahí estuvieron mezclados Jim Carroll (compinche de Smith, con la impronta cristiana como lazo común), el entrañable y tan girl friendly Gregory Corso o colegas e ídolos de la de Chicago como William S. Burroughs o Allen Ginsberg. El caldo de cultivo perfecto para una poeta soñadora e idólatra como Smith, que en este volumen sintetiza con suma destreza –lo contó con detalle en su momento, claro está– esos primeros tiempos de amistad apolínea y búsqueda de identidad propia junto a Robert Mappelthorpe. En cuanto a los años de Detroit, los del retiro familiar donde no se limitó ni mucho menos a ser esposa devota de Fred “Sonic” Smith y madre de sus hijos, la autora va detallando pasajes de esta vida cotidiana, de artista, a la que solo habíamos podido asomarnos, con retazos, en libros anteriores; se reserva para su intimidad las luchas que libró contra sí mismo el que fuera guitarrista de MC5, con un sentido del pudor y una lealtad que no pueden sorprender en la eterna viuda blanca.
Como fabulosa fabuladora que es, Patti Smith se adentra en su propia historia familiar –incluye, eh animalistas, a familiares no humanos– mostrando unos meandros hasta ahora desconocidos: de su fallecido hermano Todd, pero también del modo en que ella misma fue concebida por sus padres, la relación con una genealogía paralela y desconocida que explicará no pocos aspectos de su carácter. El uso de las palabras está tan cuidadosamente escogido que cada frase rezuma poesía a la vez que sentido. En el epílogo de este volumen regresa, una vez más, a su faceta flâneur de vagabunda no mendicante, subgénero al que pertenecen los extraordinarios “M Train” (2015) o “El año del Mono” (2019). Queda suspendida en sus obsesiones artísticas, como viajera de lo sutil, apegada a su pasado y despierta ante el presente, curiosa con respecto al futuro gracias a una memoria tan vívida que sería de esperar que esta entrega no fuera, como he dicho al principio, un volumen definitivo.
“La memoria restaura y serpentea por las venas de un mapa hecho trizas. Encontré mi voz a través de mis viajes. La voz para cantar, la voz para escribir”, escribe Patti. Así sea. ∎