Libro

Roberto Paci Dalò y Emanuele Quinz

Mil sonidos. Deleuze, Guattari y la música electrónica Tercero Incluido, 2022

La deriva conceptual que experimentó el arte durante el siglo XX se produjo de forma paralela a los desarrollos filosóficos más sesudos, asistemáticos y antimetafísicos de la época. Por otro lado, salvo excepciones como Schopenhauer, Nietzsche, Bergson o Derrida, el pensamiento estético tradicional ha prestado poca atención a la música como disciplina artística. Gilles Deleuze no es una excepción y fue más bien un sector específico de esta la que se interesó por alguna de sus ideas. Sellos como Mille Plateaux –cuyo nombre se inspira en la obra compartida con su colaborador Felix Guattari, “Mil mesetas” (1980)– o Sub Rosa –cuyo significado es mucho más esotérico– publicaron interesantes recopilatorios dedicados al filósofo justo después de su suicidio en 1995.

¿Por qué esa fiebre sobrevenida de la música electrónica por el complejo autor galo? “Mil sonidos. Deleuze, Guattari y la música electrónica”, editado originalmente en 2006 en Italia bajo la rúbrica de Roberto Paci Dalò y Emanuele Quinz, recopila una serie de pequeños ensayos contemporáneos que albergan un fin común: desentrañar la razón por la cual “el muestreo, el ‘sequencing’, el ‘editing’, el ‘cut’, el ‘loop’, el ‘copy & paste’, el ‘mix’ y el ‘remix’” no son meras técnicas musicales sino piedras fundacionales de una auténtica “estética de la multiplicidad”, en oposición a los cánones unívocos predominantes. Conceptos sencillos como improvisación o ritornelo –estribillo– se entrecruzan aquí con otros más trabajosos: “rizoma”, “desterritorialización”, “plano de inmanencia” o “percepto”.

Un sector de la electrónica moderna, quizá el menos conformista –proyectos como Gas, Scanner, Zoviet France, Chris & Cosey, etc.–, ha sabido crear lo que se identifica como “una sustancia fluida heterogénea”, es decir, aquella en la que el proceso se impone a la estructura, el tiempo flotante al mero tempo o la experimentación a la interpretación. Un mundo sonoro donde el silencio se muestra como “estado absoluto del movimiento”: la expresión procede de “Mil mesetas”. La lectura de este libro, que no siempre es sencilla, oscila entre el gozo para iniciados y el desafío intelectual.

La riqueza bibliográfica de esta cuidada edición es abrumadora, suculentas las notas a pie de página, ejemplificadora pero incompleta la lista de discos recomendados: ¡falta La Monte Young! Y sus textos, distribuidos en apenas 150 páginas, potentes dosis de pensamiento filomusicológico inyectadas con un estimulante principio activo: la música de vanguardia inaugurada por Arnold Schoenberg a principios del siglo XX expulsó la música occidental de su zona de confort –la “desterritorializó”– para volver a encerrarla en otro coto vedado: el dodecafonismo. Con sus teorías sobre el azar o el silencio, John Cage prosiguió la demolición, la electrónica europea martilleó el sistema tonal y el minimalismo remató la faena desmantelando los modelos clásicos con la sinfonía como máxima expresión y la notación musical poniendo la letra. Los creadores de la nueva música electrónica experimental no han hecho sino continuar el mismo propósito desestratificador y desestabilizante con cabida para el free jazz y el rock posmoderno.

De los cuatro ensayistas principales, es CHRISTOPH COX quien teje con mayor brillantez el recorrido historiográfico antes apuntado desde la perspectiva deleuziana: “música sin órganos” como metáfora de la ausencia de “sujetos, formas, temas o narrativas”, o de la presencia de “flujos, cortes, agregados, fuerzas, intensidades y haecceidades” –principio último de individuación–. TIMOTHY S. MURPHY detecta el contraste entre la democratización de la revolución electrónica y el sombrío corporativismo vaticinado por la Escuela de Frankfurt. EMANUELE QUINZ trata voluntariosamente de alumbrar la estética no arborescente, o digresiva, o sin centro, de Deleuze y Guattari. GUY-MARC HINANT –propietario de Sub Rosa– la interpreta desde una perspectiva personal, casi literaria, como acción de resistencia en perpetuo movimiento contra los estereotipos.

Tres anexos se suman al festín ontológico: CARLO SIMULA entrevista a DJ Spooky en torno a prácticas como el remix; PHILIPPE FRANCK se esfuerza en suavizar constructos como la “desterritorialización” recurriendo a ejemplos tan palpables como la obra de Björk con Mark Bell, o David Sylvian y su álbum “Blemish” de 2003; ACHIM SZEPANSKI –Mille Plateaux– pone su enrevesado acento en aspectos como los medios de comunicación.

El lío que organizó Schoenberg fue enorme. Si la humanidad se divide entre quienes prefieren gatos o perros, dulce o salado, Mac o PC, algo parecido sucede con la música. Un terreno abonado de dualismos no necesariamente excluyentes: disonancia versus consonancia, tonalidad versus atonalidad, cultura pop versus música experimental, y así. Recomendamos una sencilla canción de Momus publicada en 1993 con el título de “Radiant Night”. El escocés resolvía estos falsos pero existentes dilemas con su habitual lucidez: I'm very fond of Karlheinz Stockhausen; ‘Musique Concrete’ excites me; Luciano Berio inflames my entire being; but when I’ve left behind my passion for serial composition, I bite at an enormous tangerine”. Esta última podría ser el pop tonal más melódico imaginable para compensar tanta adoración pericial y cruel abstracción. ∎

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