Película

Una batalla tras otra

Paul Thomas Anderson

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Da la impresión de que Donald Trump vio “Una batalla tras otra” (2025; se estrena hoy) y creyó que se trataba de un documental sobre los Estados Unidos de ahora mismo, porque enseguida declaró el movimiento, o el estado de ánimo, “antifa” como organización terrorista (sic). Cuesta creer que lo hiciese a raíz del asesinato de Charlie Kirk, ya que todo apunta a que Tyler Robinson actuó solo. Si en las primeras horas se rumoreó que Robinson, de familia trumpista, podía haberse radicalizado todavía más a la derecha, en la línea antisemita de Nick Reyes, siempre dentro de la manga ancha del trumpismo, al final quedó más o menos claro que actuó movido por cuestiones más personales, relacionadas con su novia trans y el discurso del odio de Kirk, que fue atravesado por un disparo justamente cuando le preguntaban por el problema de las armas en Estados Unidos.

Se recuerda aquí el contexto del estreno porque, si bien cada película de Paul Thomas Anderson se espera como el gran acontecimiento cinéfilo que siempre acaba siendo, “Una batalla tras otra” no podía haber encajado mejor en la pynchoniana realidad que representa. Inspirándose, una vez más, en una novela, “Vineland” (1990), del inadaptable por excelencia, el director traslada la acción de 1984 a la América de hoy, y el pasado de la película, de finales de los sesenta, al de hace apenas 18 años. Y lo que describe son las actividades de un grupo revolucionario armado que opera en Estados Unidos liberando a los migrantes de los campos de concentración donde se hallan recluidos, mostrados en toda su contemporánea crudeza y enfrentándose al ejército con una violencia que casi iguala a la de los atracadores de “Heat” (Michael Mann, 1995).

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En ese primer tiempo, como si fuesen los Black Live Matters paramilitares de “Eddington” (Ari Aster, 2025), lidera el movimiento una afroamericana hipersexualizada cual reina blaxploitation: Teyana Taylor es Perfidia (el clásico bolero tampoco falta en la playlist: “y al mar, espejo de mi corazón…”) y verla disparar un M16 con el bombo de ocho meses es una imagen imborrable. Inútil insistir en cómo encaja la película en el clima de guerra civil que se vive en Estados Unidos. Pero, aunque, como señala ambivalentemente Paul Thomas Anderson, quizá resulte ilusorio soñar con una revolución, ahí queda “La batalla de Argel” (Gillo Pontecorvo, 1966), obra maestra del reenacting revolucionario que, no por casualidad, Leonardo DiCaprio contempla en la televisión.

La revolución, en cualquier caso, no será televisada. DiCaprio es la pareja de Perfidia, y vuelve a ser, todavía más que Doc Sportello, sin sacarse nunca la bata de estar por casa, primo directo del fumeta más célebre, El Nota, dejando claro que los Coen también bebieron de Pynchon. Quienes no comulgan con el DiCaprio más payaso y pasado de vueltas podrán sentirse irritados, pero he aquí un fan entregadísimo de su composición de imbécil en “Los asesinos de la luna” (Martin Scorsese, 2023) –por no citar a los más indiscutibles Rick Dalton o Jordan Belfort, por supuesto–. A la comedia disparatada en modo slapstick encarnada por DiCaprio se le suma una capa de genuina emoción cultivada por la relación con su hija, deslumbrante y debutante Chase Infiniti –una revelación con kimono de karate–, a la que tratará de rencontrar en buena parte del metraje. Y luego están un rígido Sean Penn explotando a fondo, y de manera harto efectiva, el cliché del militar estreñido, un graciosísimo Benicio del Toro, etc.

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Entre todos han logrado una cinta de acción épica que es una auténtica odisea en Vista Visión, un viaje que, en todo momento, bordea la excelencia con maestría y en algunos la sobrepasa ampliamente, como en la ya antológica persecución en automóvil por una carretera de desniveles que se coloca junto a “Bullitt” (Peter Yates, 1968) en las estanterías de la Historia. Con una banda sonora otra vez extraordinaria de Jonny Greenwood –sobre todo cuando se queda sosteniendo una sola nota de piano en una larga secuencia cargada de tensión–, “Una batalla tras otra” es una mezcla de thriller pynchoniano y blaxploitation puesta al día que muy difícilmente puede vivirse de otra manera que como una experiencia gozosa y liberadora, en tiempos ultratenebrosos que amenazan con devolvernos a los años de plomo de los setenta, situándose, precisamente, a la altura de aquel Nuevo Cine Americano que Anderson se atreve a igualar desde nuestro vapuleado presente con una superproducción políticamente explícita. Lo único que se le puede reprochar es el volumen del sonido, pero nada que una larga cadena de ibuprofenos y paracetamoles no puedan solucionar.

No sabría decir qué lugar ocupa todavía en el top del realizador, que para mí todavía preside “El hilo invisible” (2017) –una película radicalmente distinta a esta, pasamos de la finesse a la brutalidad–, pero “Una batalla tras otra” podría ser también una suerte de culminación, una especie de hongo atómico en el que desemboca una carrera excepcional, qué duda cabe, así como también puede significar el hartazgo de una persona desesperada al comprobar que ya no va a poder seguir viviendo en su propio país.

Quizá la revolución sea la distorsionada fantasía de una esperanza vana, pero el Club de Amantes de la Navidad, el poder supremacista que maneja los hilos de Estados Unidos en estos momentos, es extremadamente real, y también se parece mucho al grupo de millonarios de “La revelación” (2022) de A. M. Homes: la noche en que ganó Obama, los blancos –que en unos años ya serán minoría– empezaron a sentirse muy amenazados y a conspirar a marchas forzadas. En esta película tan emocionante como espectacular, arrolladora desde cualquier punto de vista, Paul Thomas Anderson ha tenido la inteligencia de poner la cuestión racial en el centro de todo el meollo, ya que es lo que explica la deriva fascista que se está viviendo en los tiempos actuales, desde que Trump regresó a la Casa Blanca. El cine es una máquina lenta y pesada que no siempre llega a tiempo a sus citas con la Historia, pero aquí lo ha clavado. Si hay que reivindicar el cine político, que sea el de “Una batalla tras otra”. ∎

Cine político, sí.
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