Caroline Rose (Long Island, NY, 1989) lo sigue haciendo todo a su bola. Es un talento díscolo ante la industria, una genuina portadora del espíritu indie sin adulterar, una defensora de las causas perdidas. No parece que haya cálculo comercial en ninguna de sus maniobras (ni una sola de las canciones de su último álbum, el sobresaliente “The Art Of Forgetting”, de 2023, figura en su Top 10 en Spotify), y ahora se nos descuelga aún más con once canciones grabadas con GarageBand en su teléfono móvil, desveladas tan solo en su bandcamp, disponibles en formato físico exclusivamente en vinilo (que no llegará a los domicilios hasta mitad de mayo) y como excusa para una gira por pequeñas salas norteamericanas –pubs, tiendas de discos– durante marzo y abril, sin intermediarios ni gastos de gestión. “Me curtí en esos pequeños clubes”, dice a modo de agradecimiento. No reventará registros en ninguna plataforma, desde luego. Pero lo bueno es que su mojo no se resiente. Uno se imagina muchos de estos cortes con unos sintes, percusiones y algún arreglo de cuerda, y competirían con lo mejor de su discografía.
Tampoco su versatilidad se diluye. Sigue teniendo ángel para tallar gemas pop con los mínimos elementos, aquí reducidos a una guitarra acústica: ahí están la ensoñadora “everything in its right place”, el júbilo agridulce de la más tosca “to be lonely” (que incide en “la diferencia entre posesión y amor verdadero”: la desazón sigue ahí) o ese single de libro que es “conversation with shiv (liquid k song)”, la única que se refuerza con algo que se parece a una caja de ritmos y que es ligeramente reminiscente de sus inicios country. Un cariz roots mucho más evidente aún en el rockablilly trotón de “godamm train” y en el folk pop arrastrado de “strange things”, que ganaría muchos puntos si aligerase el ritmo y se revistiera del plumaje que distingue a unas boygenius, por ejemplo: ambas canciones concretan un ligero bajón cualitativo en el ecuador del disco. El que lo bajaría del sobresaliente al notable, si esto fuera un boletín de notas.
Todo se endereza a ritmo de folk parsimonioso en una “we don’t talk anymore” que no tiene nada que ver con el hit de Charlie Puth y Selena Gomez de 2016, y sobre todo con la preciosa “antigravity struggle”, que es lo más parecido que le recuerdo a The Velvet Underground o Mazzy Star. Normal que sea la más larga en este aquí-te-pillo-aquí-te-mato, con cuatro minutos y trece segundos. Un piano emerge por primera y única vez, sobre sonido de cinta, en “dirge (it’s trash day) aka trash day dirge”, que solo dura 59 segundos y carece de voz –tampoco merma su sentido del humor al servicio del despiste– hasta que tres estupendas canciones pop ponen el broche final: “another life”, “desperation, baby” y “kings of east LA” contribuyen a que “el año de la babosa” sea bastante más que un volátil capricho o un disco menor en su trayectoria. ∎