Según Heráclito, ninguna persona puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni la persona ni el agua del río serán los mismos. Algo así sucede con cada nuevo álbum de La Plata. Su anterior trabajo, el EP “Sueños” (2023), los mostraba experimentando con música electrónica. Drum’n’bass, dubstep o trance ponían tierra de por medio con el nervioso post-punk de “Desorden” (2018) o su continuación más pop, “Acción directa” (2022). Para este, su tercer LP, la electrónica y su pop de banda de guitarras –siguen los mismos cinco miembros– se mezclan de una forma natural y a la vez particular.
Incluidos en resúmenes a vuelapluma con otras jóvenes bandas que devolvían el protagonismo a las guitarras eléctricas –algunas en su mismo sello discográfico, Sonido Muchacho–, aquí marcan una gran distancia conceptual con el resto. Si otros se inspiran en sonidos de las últimas décadas del siglo XX como el punk rock, post-punk o indie rock con cierto respeto formal, La Plata, como oyentes inquietos y eclécticos que son, lo filtran todo por un tamiz contemporáneo que los acerca de algún modo a artistas de otros géneros como el trap o el citado dubstep, en conexión directa con el presente. Así, aunque en la hoja promocional de su sello se cite el grunge noventero como referencia y se aprecie en algunos temas como en el que abre –“cerca de ti”–, los guitarrazos secos se sitúan por detrás de un velo –acentuado por la capa de teclados y la producción– que difumina el conjunto y le otorga un carácter etéreo y distante. Por cierto, en dicha canción y en buena parte del lote, el contrapunto vocal de la bajista María Gea al conocido tono de Diego Escriche –Épona HD como artista en solitario– aporta matices y delicadeza pop.
El amor que ya pasó, en la melancólica “mirar atrás”, la ansiedad de la vida moderna que atenaza, en la bien titulada “ruido blanco”, con una inquieta base jungle, o la necesidad de escapismo, en “la vida real”, contribuyen al ambiente neblinoso que se respira. En parte similar al del bajón de sustancias estimulantes que bien podrían alimentar la fiesta de “música infinita” con ese sample de un mítico tema de la ruta del bacalao (“Barraca Destroy” de Steam System) que reza “es la música infinita, el sonido de Valencia”. Un guiño al pasado de su ciudad, que va de unas emocionantes guitarras after-punk a los eufóricos sintetizadores trance del final, ambos estilos presentes en aquellos añorados templos.
Entremezclados con los cortes vocales, tres cortos instrumentales de ambient, “5am”, “aero” y “fin”, contribuyen a la ingrávida atmósfera del álbum. Otro tema definitorio desde su propio título es “niebla”, rozando el slowcore, con unas notas de piano emo como salidas de la banda sonora del videojuego “Silent Hill”. En ella, el protagonista quiere marcharse lejos de esta niebla. Al igual que su música deja espacios, sus letras, poéticas sin ser crípticas, dejan los puntos suspensivos suficientes para que el que escucha añada sus propios miedos y situaciones de los que huir o anhelar. Versos como los de “agua clara” o “bien conmigo” introducen un estado de transitoriedad, de no permanencia en el mismo lugar o situación, que dan sentido al título del álbum; una “Interzona” o espacio liminal por el que se transita sin arraigar. Para la primera, cantada con dulzura por María Gea, el adjetivo de bonita no es cursi, es el adecuado. En el mismo tono acústico, Épona HD casi susurra una declaración de amor con final inasible y abierto. Tan abierto como su futuro musical, que si la banda sigue tan permeable y curiosa, a la par que inspirada, no puede ser otro que estimulante. ∎