Como decía Manuel Alejandro hace unos días, en estas mismas páginas, en la fabulosa entrevista que le realizó Luis Lapuente, “no es lo mismo escribir una canción, que sale casi sin que te des cuenta, que un ballet o una sinfonía, ahí se requiere una técnica y el grado de complejidad es increíble. Las canciones no se componen, se silban, se tararean…”. Bueno, pues la última cantante pop que se ha “atrevido” a aceptar el reto orquestal es Lido Pimienta, la cantautora nacida en Colombia y afincada en Canadá que ganó en 2017 el premio Polaris al álbum canadiense del año con su segundo álbum, “La papessa” (2016). Su mezcla de música afrocaribeña y electrónica continuó en “Miss Colombia” (2020). Pero su cuarto disco, “La belleza”, ha dado un audaz giro hacia el mundo de la música orquestal.
“La belleza” une a Pimienta con la Orquesta Filarmónica de Medellín, pero el resultado no es un mestizaje entre pop y clásica a la manera del álbum de versiones orquestales “Scratch My Back” (2010) de Peter Gabriel. Tampoco busca situarse en el ámbito de lo neoclásico, tan dado al “pastel”. En cambio, se acerca más a las canciones inclasificables que Björk hace cuando se asocia con orquestas.
El álbum ha sido realizado por Pimienta con Owen Pallett, compositor y arreglista canadiense (también ganador de un Polaris), con un inusual conjunto de inspiraciones: Pimienta cita como influencias el canto gregoriano de una misa católica de réquiem, los cantantes castrati y la banda sonora de un clásico de horror gótico y fantasías surrealistas del cine checo, “Valerie y la semana de las maravillas”, dirigida por Jaromil Jireš en 1970. Hay música de cámara de sabor europeo que incorpora ritmos de sabor andinos. A todo ello se añade su intención didáctica de crear, como ella dice, “algo que jamás esperaría nadie de una mujer caribeña”.
El tema de apertura, “Overturn (Obertura de la luz eterna)”, se inspira en el título “Lux aeterna” del canto gregoriano. Pimienta canta sin palabras, acompañada por una trompeta. Los tonos solemnes de otros instrumentos añaden un atractivo acompañamiento grave. “Ahora” tiene un sonido grandilocuente y ritual, con un coro de voces, cuerdas estentóreas y tambores. Parece una versión menos siniestra de la música procesional ocultista de “Valerie y la semana de las maravillas”, una extraña película –que sorprendentemente se estrenó en España– sobre una niña de 13 años que entra en la adolescencia. Hay aquí un vínculo con la perpetua niñez infligida a los cantantes castrati (que eran castrados para mantener sus voces agudas) que interesa a Pimienta, y también con la celebración colombiana de “la quinceañera”, que marca la transición de niña a mujer. Estas ambiciosas conexiones se cuecen a fuego lento en el álbum, aunque el lado didáctico del proyecto no profundiza en demasía. Musicalmente, en cambio, sí brilla: “Mango” es una canción folk con un ulular vocal selvático sobre la fruta que le da título y sus connotaciones sexuales, acompañada por un arpa punteada delicadamente. La yuxtaposición pasa de áspera a melodiosa a medida que avanza la canción. “Busca la luz” es una fanfarria sinfónica (que a mí me recuerda las fanfarrias valencianas) en la que Pimienta grita alabanzas al Caribe, un giro contemporáneo a la tradición decimonónica del tenor heroico. Es el colofón de un álbum breve (no llega a media hora) pero fascinante. ∎