Andalucía no deja de sorprendernos en sonoridades. Con cruces a veces imposibles, otras veces naturales, y en este caso con una bendita combinación entre rock, psicodelia y flamenco. “De casta le viene al galgo”, dice el refranero, pero es que Quentin Gas lo lleva en la sangre; su padre biológico fue Pepe Priego, guitarrista de Bambino, su madre es la bailaora Concha Vargas y su tía la cantaora Esperanza Fernández. Con este tercer disco, autoeditado, tras un potentísimo segundo asalto como “Sinfonía Universal Cap. 02” (2018), José Quintin Vargas Prieto se consolida como un compositor con múltiples aristas, dotado de un talento arrollador. Juanma Lamet lo definió en este artículo de opinión sobre el indie como “nuestro Prince gitano de Lebrija”, y no se queda corto.
Quentin Gas sabe codearse con buenos músicos, esos Zíngaros que lo acompañan. Y rodearse de otros artistas, como lo demuestran las colaboraciones que en este disco dan mucho empaque al conjunto: con Noni Meyers en esa pena tan sentía que es “El calvario”; junto a Anni B Sweet en “El volcán” aportando sangre al rock arrebatao; el cantaor Perrate se luce en “El penal”; el productor de electrónica Enzo Leep impone el hechizo del beat en “Amén”; Future Ark amplía dimensiones orquestales en “Cuando tú te mueras todo va a seguir igual”, que sirve de colofón redondo; Cristian de Moret transmite garra en “La trenza de tu pelo negro”; Miguelito García (cantante de los Derby Motoreta’s Burrito Kachimba) engancha en la hipnótica “Säkais”. Una maravilla psicoflamenca (tiene sus apuntes psicodélicos en la voz) reside en “Sentencia”. Esa locura hipnótica que es “El Camborio”, o la experimentación electroflamenca con esa crítica al enfrentamiento entre payos y gitanos de la canción que da título al disco. También está la mirada profunda a las raíces con Las Corraleras de Lebrija. Todo suena espléndido y robusto. Aportando matices a una paleta de estilos que enriquece ese rock, flamenco y psicodelia cuyos destellos ya venían de lejos.
“El mundo se quema” tiene algo de alegato vital ante un mundo desencajado y en crisis, pero resuena como si de una salvación musical se tratara. Se abre paso con la mirada puesta en el rock sin dejar de lado las raíces. Con la mirada en el presente y la mezcla de quien sabe manejar los ingredientes con mimo, con soltura y elegancia. Son 16 canciones que emergen con poderío y un sabor único, sin prejuicios, con ese dejarse llevar por la imaginería y todo ese sentir tan a flor de piel (“La Virgen de los Dolores”), más allá del lamento ante lo inevitable (“Fatigas”).
“El mundo se quema” es una obra mayor, en la que se aprecia la sustancia, los detalles, el alcance, en cada escucha, con cada matiz. Sorprende la capacidad de apertura que demuestra Quentin Gas en cada una de sus composiciones, como si quisiera desafiar a la física, al sonido, estirar las estructuras, moverse en los silencios o en las distorsiones, en los cambios de ritmo. Este álbum se entenderá con el tiempo. Su grandeza se proyecta más allá del cante, del quejío, se prolonga en el tiempo. Y lo dicho, aquí hay más sustancia de lo que podemos decir en esta crítica: tiempo al tiempo. ∎