“All Born Screaming” es el nuevo álbum de estudio de St. Vincent. Efectivamente, todos nacemos gritando y nadie ha pedido nacer. Si fuésemos capaces de guardar los recuerdos más primigenios, ese primer instante de luz artificial se sentiría más angustioso que bendito. Sin embargo, y si todo sale bien, nadie muere gritando. El nuevo trabajo de Annie Clark es una reflexión acerca de la vida, la muerte y el comportamiento humano (individual y colectivo) en relación con el sufrimiento: que un bebé nazca llorando es, en realidad, un síntoma de salud y alegría, y es que para la autora la belleza está más presente que nunca pese a un futuro tan desolador (“Olvidé que la gente podía ser tan amable en estos tiempos violentos” en “Violent Times”).
En relación con su título, este trabajo supone un nuevo comienzo. Ese “borrón y cuenta nueva” a lo Bowie ha podido funcionar a posteriori en circuitos más poperos, pero no termina de cuajar en la audiencia-culto a los setenta: “MASSEDUCTION” (2017) triunfó independientemente de su aura fluorescente, y “Daddy’s Home” (2021) no pasó desapercibido por su estética pseudo-cheesecake. Clark tiende a disfrazar el rock’n’roll de otra cosa, cuando su verdadero espectador lo prefiere en crudo. Así, “All Born Screaming” podría ser su trabajo más sobrio, elegante e incluso sincero hasta la fecha: no hay una estética que por discordante luzca rococó, solo una mujer contando sus impresiones acerca de la belleza y la crueldad del mundo en el que vivimos bajo un predominio del electropunk industrial tardosetentero.
Para representar esa relación entre la vida y la muerte, St. Vincent recurre a sucesos reales que asimila como inspiración. El ejemplo más evidente de ello es “Sweetest Fruit”, homenaje a SOPHIE, cuya admiración se puede confundir con turbocapitalismo. En concreto, la letra dice: “Mi Sophie subió al tejado para tener una mejor vista de la luna. Dios mío, entonces un paso en falso la llevó a las profundidades, pero por un minuto, ¡qué vista!”. La literalidad de su discurso en contraste con su intención figurativa genera una cultura del apropiacionismo muy delicada. El resultado, pese a todo, es similar al del nuevo disco de Taylor Swift (con la que trabajó en la canción “Cruel Summer” junto a Jack Antonoff) o alguna declaración de Dua Lipa (con quien cantó “MASSEDUCTION” y “One Kiss” en los Grammy de 2019): el inconveniente analizado desde el privilegio suele culminar en un intento fallido de comprender el primero. La portada del trabajo, donde se ve a la cantante envuelta en llamas, se desveló la misma semana que Aaron Bushnell se inmolaba frente de la embajada israelí en Washington: una casualidad que nada tuvo que ver con el propósito de St. Vincent, pero que no dudó en entender como “poética”. La conclusión para su creadora es que el mundo es un lugar horrible, pero en el que merece la pena vivir. La pregunta, entonces, es: ¿para quiénes es horrible? Y, ¿para quiénes merece la pena? No es algo novedoso en su pulsión creativa: St. Vincent toma su nombre artístico del hospital donde murió Dylan Thomas a causa de un coma etílico tras una prolongada depresión.
Si toma lo que necesita sin tener en cuenta las consecuencias será porque Annie Clark es, (no tan) en el fondo, una rockera, y su circuito nunca ha llevado el decoro por bandera. Ahora que ha eliminado a Jack Antonoff de los mandos autoproduciendo su trabajo, observamos que la verdadera naturaleza de la autora es menos candypop de lo que imaginábamos. Detrás de la estructura etérea de su prólogo (“Hell Is Near”), de la intención gótica con pinceladas de Nick Cave en gran parte de su minutaje (“Reckless”, “Violent Times”) o de este nuevo capítulo más cercano a una PJ Harvey art-synth, se encuentra una artista en la que por encima de todo destacan sus cualidades como intérprete y compositora (más que como analista). Bajo el manto industrial de “All Born Screaming” hay un murmullo constante que se vincula con el infierno, las llamas o el fuego: no hay nada más puro en el canon del rock que el imaginario satánico. Sin embargo, Clark es de las pocas que revisten la idea tan manida de una belleza inusitada, e invita a una escucha más compleja, una interacción más reflexiva y una técnica más innovadora. ∎