
Tras cinco álbumes en estudio, estos maníacos del rock rudimentario grabaron un auténtico cañón explosivo, cachondo y macarra, cargado de nutrientes básicos. Era 1978, a dos años de la muerte del bastión Bon Scott. Ahí estaba el vigor de los solos-no-taladro de la guitarra de Angus Young dando alas a un rhythm’n’blues más boogie que heavy que tan bien multiplicaba la potencia vocal, insuperablemente cruda, de un desaforado Scott. Masticando el blues con el pitch a tope. Riff raff.

Focalizada en repertorio blanco (The Beatles, Stephen Stills, Simon & Garfunkel y Bread), pero también negro (Otis Redding, Ben E. King y Diana Ross), Aretha rugió salvaje en el San Francisco flower power de 1971. Con King Curtis (saxo) y Billy Preston (teclados), se elevó hasta el cielo con sus soberbias “Dr. Feelgood” y “Spirit In The Dark” (con Ray Charles). Y desde las alturas, a los pocos meses, se vistió de góspel en el tremendo “Amazing Grace” (1972). Sacra o profana, excepcional.

Chicago, 1964, público negro entregado al escalpelo de una guitarra que disecciona el blues con autoridad y al latigazo de una poderosa voz soul que sutura el silencio de un modo dulce pero feroz. Este disco, referencia para el blues-rock británico blanco de la época, compite con “Live In Cook Country Jail” (1971) por ser el live definitivo del género. Y no andan muy lejos “Blues Is King” (1967) y “Live In Japan” (1971); cuatro magnos directos de la etapa dorada del Rey.

Los cinco pases del 25 de junio de 1961 se articularon en este disco y en “Waltz For Debby” (1962), ambos muy refinados. Cumbre de los tríos en el jazz: Bill Evans (piano), Paul Motian (batería) y el bajista Scott LaFaro –que moriría en accidente de coche a los once días–. Sutileza, elegancia y quietud para una música introvertida, sensible y profunda. Evans se había implicado en el “Kind Of Blue” (1959) de Miles Davis, quien definió su sonido a la perfección: “Notas de cristal”. Cling.

Free Trade Hall, Mánchester, 17 de mayo de 1966. Tras una primera parte impecablemente acústica, un ambicioso Dylan planta cara con su eléctrica a un repertorio envenenado por sus ansias de superación. Le gritan: “Judas”. Dylan, retador, responde: “No te creo, eres un mentiroso”. Y da órdenes a sus músicos (The Hawks; luego The Band): “Tocad jodidamente alto”. Arranca un “Like A Rolling Stone” trascendental: “How does it feeeeeeel”, malditos carcas. La más sonada confrontación del rock. Histórico.

Este live de 1975 en Londres significó el despegue oficial del reggae internacional (con esa absorción de rock, blues, soul y funk). En el LP, siete temas, que se transformaron en ocho en la reedición en CD de 2001. Guitarra seca y cortante, ritmo one drop en la batería, denso retumbar del bajo y coros respondiendo con énfasis a un Marley que parecía levitar con sus proféticas canciones protesta; la primera figura global del pop surgida del Tercer Mundo izando la bandera de la denuncia.

Grabado en Nueva York, Londres y París en 1990, este directo que presume de ser el primer live de la historia del hip hop (no lo es: The 2 Live Crew se adelantaron) probablemente sea el mejor. KRS-One, el más concienciado de los raperos de su tiempo, el escritor más respetado de su generación, aboga por la no violencia en letras cargadas de orgullo negro y activismo social. Más hardcore, contundente y persuasivo que en estudio, vocea in full effect su receta de “educación y entretenimiento”. Torrente comunicativo.

La celebración festiva y redentora de los conciertos de la E Street Band de “Born To Run” (1975) a “Born In The U.S.A.” (1984) –época majestuosa de Springsteen– se merecía un monumento a la altura del mito. Del romanticismo en cinerama a la crítica a escala natural, una caja con todo el poder y la gloria de una superbanda engrasada a la perfección. Cuarenta canciones que certifican que, aunque The Boss ejerciese de Spielberg del rock, en realidad era el mejor John Ford posible.

Registros de 1978, a un año de “La leyenda del tiempo”, es-ca-lo-frian-tes: Camarón en su momento más vital (esplendor artístico, sin heroína). El primer directo (y el único publicado en vida; imprescindible también el póstumo “Camarón nuestro”, de 1994, con conciertos de la misma era) del más grande cantaor flamenco del último medio siglo. Seis temas: alegrías y fandangos inéditos, tangos y tres bulerías. Máxima compenetración con Tomatito. Bravío, expresivo, profundo: bárbaro.

Este directo de 1960 en la Costa Azul, editado más de quince años después en formato de doble LP, es un tesoro que, vislumbrando un cambio de paradigma, ausculta el free jazz y el avant-garde desde una sofisticada investigación armónica. Cambios abruptos guiados por el contrabajo de Mingus, arrebatada intensidad en improvisaciones colectivas con brío de banda y fuego cruzado de saxos (Eric Dolphy, alto, y Booker Ervin, tenor): música total explorando más allá de lo elemental. Mingus, al piano en dos temas, invitó a Bud Powell: bonito homenaje entre grandes.

Rey del swing aunque ya fuera del foco, The Maestro renació con su orquesta en Newport ’56: jazz con alma de Nueva Orleans y Kansas City. Por problemas en la grabación, el 60% del disco se rehízo en estudio, pero quedó para los anales la performance de Paul Gonsalves: solo de saxo tenor de cinco minutos y veintisiete vueltas en “Diminuendo In Blue / Crescendo In Blue”; marea de rhythm’n’blues-swing en plena era del rocanrol. En 1999 llegó la versión “complete” de este crucial concierto.

Primer volumen (el segundo, tan o más recomendable) del arrasador concierto (vean el documental “Our Latin Thing”) de la Fania en 1971 en el Cheetah, club de NYC. Arrolladora descarga de nueva salsa, mestiza y moderna, con raíces boricuas y pálpito funk, caminando a trote irresistible. Asombrosa constelación de músicos-estrellas, y con los mejores cantantes posibles, repartiendo ritmo afrocaribeño para el goce total de bailadores: qué metales y percusiones. Puro éxtasis y frenesí.

Inventor del afrobeat (fusión de highlife y jazz-funk), símbolo panafricano y denunciador implacable, Kuti invitó en 1971 a Ginger Baker (batería de Cream y Blind Faith), entonces en Lagos, a unirse a su banda en un concierto de largas piezas de intenso groove polirrítmico (seis percusionistas, Tony Allen entre ellos) y furiosos vientos. Impregnado de la conciencia política del black power tras su gira por USA dos años antes, ofreció “Black Man’s Cry”, su primer himno antisistema.

Mr. Dynamite consiguió el rango de estrella absoluta con este live grabado en 1962, pieza de resistencia nuclear del soul y mítico directo de la historia de la música. Arropado por The Famous Flames (con el primordial Bobby Byrd), Brown, portador de una presencia escénica arrebatada y gestor de la mejor teatralidad de los buenos entertainers, aulló huracanadamente para la posteridad aireando su primer repertorio clásico: de las baladas suplicantes al fiero protofunk. ¡Animal!

Grandísimo “desenchufado” con la portentosa base de The Roots, banda orgánica del hip hop por excelencia –como demuestra “The Roots Come Alive” (1999): metronómico directo de funk-jazz–. El reto: hacer creíble, sin beats, el talento de Jay-Z rapeando con potestad. En 2001, él era el mejor. Y lo demostró con creces en este show en el que su flow fluye pletórico, con ritmo y tensión, en hits de indudable cariz pop. Coros, flauta, cuerdas, invitados (Mary J. Blige y Pharrell) y público entregado.

The Killer fue el único pionero del rock’n’roll capaz de competir con el insuperable Little Richard en el cuerpo a cuerpo. En la rockera Hamburgo de 1964, en lo que parecía un punto de no retorno en su carrera descendente, regaló un morrocotudo concierto basado en gemas clásicas, propias y ajenas. El Rey del Piano Frito, fuerza del Sur blanco y apropiación de sonidos negros mediante, sentó cátedra con la pasión trotona de su boogie-woogie indómito. Fogosa locura incendiaria.

¿Es “Jimi Plays Monterey” (1986), su reputado live de 1967, con incendio de guitarra incluido, una muestra de exhibicionismo por parte del genio innovador que fue Hendrix? Sí. ¿Y es “Band Of Gypsys”, en 1970, sin la Experience y con Billy Cox (bajo) y Buddy Miles (batería), su live más carnal y vitamínico? Con ese mojo rhythm’n’blues que palpita funk, y sin sus habituales alardes para el público blanco, la respuesta es sí: influencia decisiva para el p-funk, Chic y el black rock.

Primer live de Trane publicado; el mejor. Tres temas. Esta edición original, con McCoy Tyner, Elvin Jones, Reggie Workman/Jimmy Garrison y Eric Dolphy en estelares cruces de trío, cuarteto y quinteto, generó debate a favor y en contra del supremo saxofonista en trance. El fabuloso box set “The Complete 1961 Village Vanguard Recordings” (1997) recoge íntegros (veintidós temas, más músicos) los cuatro conciertos de noviembre de 1961 de los que se extrajo este registro, sí, esencial.

La templanza de un clásico, porte de héroe y voz de bajo-barítono, ganándose el respeto de dos mil presos en 1968. El Hombre de Negro frente a verdaderos outlaws, con los que compartía pasado turbulento. Canciones para confortar el espíritu entre risas y aplausos. Y con la ayuda de Carl Perkins y June Carter (dos meses antes de casarse con ella). Cash interpretó por sorpresa “Greystone Chapel”, del convicto Glen Sherley, presente en primera fila. Redentor boom-chicka-boom.

Primer directo oficial de Kraftwerk, que llegó tarde, pero no mal. Perfecto souvenir de su fundamental catálogo, es una suerte de grandes éxitos, con ciertos reajustes, lanzados desde las pantallas de su gira mundial de 2004. Pioneros del electro, alcanzaron la cumbre de la canción pop con ritmos sintetizados persiguiendo un ideal performático de banda sonora para una sociedad tecnificada. La sinestésica nostalgia de algo futuro, presente siempre en su obra, late aquí todavía.

Lou Reed, en 1978, exhibiendo su verborrea e ingenio en las pequeñas distancias durante más de hora y media. Gran show de comedia en directo con su inapelable y magnético rock como soporte para explicar anécdotas, alargando y modificando sus gloriosos temas insignia con coros soul y tempo jazz. Juega con el público, vacila con locuacidad (saluda a Bruce Springsteen, presente entre la audiencia, y se mete con Patti Smith) e improvisa con impertinencia. Documento mayúsculo por insólito.

Bestial show made in Detroit y el más atinado manifiesto revolucionario de MC5, motherfuckers que, desde la plataforma del White Panther Party, se enfrentaron al sistema y a la ley. Brutal protopunk live, cosecha de 1968, servido con el peligroso salvajismo que irradiaba su liberador eslogan “Dope, rock’n’roll and fucking in the streets”. La intensidad de The Who, la fiereza de James Brown y la locura de Sun Ra elevados al cubo vía garage-rock abrasivo y hard rock sustancial.

Chicago, 1965. El espectacular segundo quinteto de Miles, una de las formaciones más categóricas del jazz: Wayne Shorter, Herbie Hancock, Ron Carter y Tony Williams. Dos noches, siete pases. Más de siete horas de música impresionante que, hasta la llegada de esta caja con siete CDs, solo se conocía parcialmente. El reto: clásicos de Davis saboteados por los músicos a espaldas del genio, temas llevados al límite en una danza libre de simulacro antijazz muy post-bop. Soberbio juego.

Ruido, power trio. Y Lemmy, con su afónica voz de lija, empotrado ante el micro, levantando el cuello, marcando venas y escupiendo velocidad; roto por dentro, chillando con el coraje de una lata de cerveza abierta en canal: demonios saliendo de unas cuerdas vocales conectadas a una guerrilla sónica. Casta de intratables, Motörhead 1980-1981, entre Detroit y el punk, avanzadilla del thrash metal y el hardcore. Apisonadora de anfetamínica agresividad, la adrenalina era esto.

A partir del icónico repertorio de Big Bill Broonzy y Willie Dixon, y con una banda de lujo (Otis Spann, James Cotton, Pat Hare, Francis Clay), Muddy Waters narró en Newport ’60, con su imponente pero delicada voz viril, el relato del blues eléctrico de Chicago que él lideraba. Así, ese blues urbano de posguerra entró en la modernidad y latió en Alexis Korner, The Rolling Stones, The Animals, Paul Butterfield, John Mayall, Eric Clapton, Jimi Hendrix, Fleetwood Mac, Led Zeppelin... Influencer!

Las dos caras de este directo de 1978 –con overdubs y dos temas de estudio– son el yin y el yang de Young. Tanto en acústico como al frente de la electricidad desbocada de los Crazy Horse, el canadiense ejerce su magisterio sobre el canon rock de salvación emocional. Y su aura legendaria dota de metafísica sagrada a “My My, Hey Hey (Out Of The Blue)” / “Hey Hey, My My (Into The Black)”, himno de resistencia que acabó uniendo a Johnny Rotten con Kurt Cobain. La calma y la furia.

Nina Simone convirtió su insatisfacción vital en belleza abrumadora. Responsable de directos que son auténticas joyas –“At Town Hall” (1959), “At Newport” (1960), “At The Village Gate” (1962), “At Carnegie Hall” (1963), “’Nuff Said!” (1968)–, es “In Concert”, grabado en 1964, el más sublime de todos ellos. Con una impresionante variedad de registros y denunciando el racismo con su particular canción protesta (“and I mean every word”), su eterna voz libre conmueve y emociona.

Grabado en 1993, casi cinco meses antes del suicidio de Kurt Cobain, es el unplugged canónico. Esta adaptación acústica y melancólica de las canciones de Nirvana descodifica el grunge y lo redimensiona en una profundización doliente de su repertorio, que se enriquece con versiones de The Vaselines, David Bowie, Lead Belly y tres de Meat Puppets (con los hermanos Kirkwood presentes), demostrando que, además de nihilismo y corrosiva ironía, Cobain iba sobrado de buen gusto.

Preceptivo cofre recopilatorio con la reedición en cinco CDs de los mantras oficiados en París en 1985 (dos CDs) y en 1988 (tres CDs) por el paquistaní Khan: la elevación espiritual a través del canto qawwali y su improvisación devocional a partir de la poesía sufí. Con armonio, tablas, palmas y coros, las largas plegarias transmiten paz antes de tensionarse en arrebatos con melismas y desembocar en apasionadas exaltaciones místicas. El misterio de una voz única alabando a Alá.

Ocho temas que tiran del hilo de “Kid A” (2000; cuatro) y “Amnesiac” (2001; tres), su fase más brillante. Más otro corte que no llegó al estudio hasta “A Moon Shaped Pool” (2016). Lo que Radiohead nos habían estado prometiendo desde el principio se condensó, al fin, en este tramo aventurado: hola a la experimentación y adiós al rock ramplón y AOR de sus exitosos discos mainstream. En este su primer y único directo, supieron plasmar con jerarquía ese rupturismo arty que pregonaban.

One, two, three, four... Despidiendo 1977 en Londres con un repaso acelerado a sus tres primeros LPs. Veintiocho temas entre el minuto y medio y los dos minutos y medio. Imparable tralla punk endulzada con el factor melódico que caracterizó el cantar chicletero de Joey y la vitalidad pop de Ramones; una especie de cliché desbordante de frescura inmarchitable y energía contagiosa. La Nochevieja acabó con el público arrancando asientos y lanzándolos al escenario: Hey ho, let’s go!

La versión raw del candidato a cantante más perfecto del siglo XX. La elegancia suprema de Mr. Soul, pero en modo desatado: repertorio propio... sin almíbar. Club de negros, Miami, casi dos años antes de su muerte. Ambiente festivo, con jolgorio y entrega arriba y abajo del escenario. Góspel seglar en trance orgiástico hacia una noche de sexo, sudor y lágrimas (de alegría). Y con el saxo de King Curtis soplando como si la fiesta no se acabase nunca. “Don’t fight it, feel it”.

Martilleante ruido y salmodias mántricas. Pornografía auditiva y sórdida belleza. Turbadoras capas de sonido. Sexo y religión, muerte y redención, lirismo e iluminación mística. Y también amor. Letanías cantadas por el predicador Michael Gira o la dominatrix Jarboe en un doble CD con apabullantes conciertos de 1995 y de la gira final de la primera etapa de Swans, en 1997, antes de la disolución. Volverían en 2010 siendo incluso superiores. Moldeando la serenidad en la crispación.

Aunque la banda sonora de la genial “Stop Making Sense” (1984) se lleva todos los honores, este doble es más completo. Y mucho más su reedición en CD de 2004, con dieciséis temas extra. Directos de los períodos 1977-1979 y 1980-1981 (aquí, con el impulso capital de seis músicos; Adrian Belew a la guitarra). Con un osado concepto del pop, los Talking Heads dieron con la fórmula del funk cubista, experimental y rítmico, y establecieron un nuevo concepto de modernidad perdurable. Únicos.

De “Three Imaginary Boys” (1979) a “The Top” (1984), el mundo de Robert Smith, excéntrico y personal, recapitulado en vivo con aplomo y rigor en 1984. Son sus primeras pinceladas góticas, auténticas joyas eternas envueltas en existencialismo siniestro. Con el fino pero tupido post-punk que filtraba el desasosiego a través de su pop psycho, y que permitía bailar la depresión entre tinieblas, su legado se perpetuó gracias a canciones memorables. Aquí, diez de ellas (a cual más buena).

“Midnight Rambler”, con la armónica de Mick Jagger echando humo, es el momentazo de este live grabado en el Madison Square Garden en dos días en noviembre de 1969, a una semana de aparecer en las tiendas su “Let It Bleed” y del desastre de su trágico show en Altamont. Mick Taylor ya había sustituido al difunto Brian Jones en la guitarra, e Ian Stewart, el sexto Stones, se sentaba al piano. Blues-rock tocado con inaudita estridencia hard para poner punto final al sueño de los sesenta.

Este doble LP de casi dos horas, publicado cinco años después de sus conciertos en Dallas y San Francisco, vio la luz a rebufo del potente “Rock N Roll Animal” (1974) de Lou Reed. En general, las canciones conocidas (más cinco temas inéditos, entonces, como Velvet) fueron tocadas con notables variaciones (con Doug Yule como cuarto elemento), lo que incrementa su valor. Material frenético y cool a más no poder. Quintaesencia del rocanrol moderno y germen de tantos grupos venideros.

A pesar de recoger solo seis canciones (tres versiones: Mose Allison, Eddie Cochran y Johnny Kidd And The Pirates), este directo es demoledor. Grabado en 1970, fue un asalto en toda regla al reinado hard rock de grupos como Led Zeppelin: sonido enorme, volumen ruidoso e ímpetu descomunal. Se reeditó con catorce temas en 1995 y con treinta y tres en 2001, con la inclusión de la ópera rock “Tommy” (1969) interpretada en el mismo concierto. Colosal ferocidad con estética de bootleg.

El hard rock cadencioso de Thin Lizzy es un masaje de vitaminas rockeras a propulsión lideradas por la voz agridulce y contagiosa de Phil Lynott, mulato irlandés convertido en héroe en su país –falleció en 1986 a los 36 años–. Tony Visconti, productor del álbum, aseguró que este directo, con registros de 1976-1977, fue tratado en estudio en un 75%; el grupo lo negó. ¿Acaso importa? Irresistibles ganchos melódicos, algunos deliciosamente cursis, más propios del power pop selecto.

Combustión interna: Van The Man, en 1973, quemándonos con su rock de corazón soul en un magma incandescente pero controlado, con una rutilante The Caledonia Soul Orchestra cuadrando la perfección. Vientos inflamando el grito telúrico y cuerdas atemperando la mística de una voz que, arropada por arreglos de jazz y música clásica, magnifica el más excelso rhythm’n’blues jamás cantado por blanco alguno. “Es demasiado tarde para parar ahora”, ruge El León de Belfast. ¡Aleluya! ∎