Lo llamaron “el Salinger del pop”, aunque él no se negó a publicar nada, simplemente no le hicieron ningún caso después de grabar dos discos sensacionales para Decca, “Bill Fay” (Decca-Deram, 1970) y “Time Of The Last Persecution” (Deram, 1971). Se conformó con lo que parecía su destino. Pero como un Nick Drake que simplemente hubiera estado en letargo durante cuatro décadas para resurgir en la madurez y reafirmar su talento único, Bill Fay (1943-2025) tuvo en la trilogía creada para el sello Dead Oceans desde 2012 su ocasión de completar la gran obra que llevaba dentro. Y, en su etapa de despedida, de mostrarse sereno, agradecido, en comunión con la naturaleza, la gente y las cosas básicas de la vida, en plenitud creativa para dotar a sus melodías a menudo tristes de un poder balsámico, reconfortante y conmovedor. La voz y el piano de aparente fragilidad que se asientan en los fundamentos de la sabiduría y la humildad para transmitir al mundo una emoción inusitada; el sentir del cantor conforme con lo que le ha tocado vivir no por resignación, sino como una capacidad de adaptación que combate todos los males de la ambición.
Sus lamentos se deben en todo caso a la observación del daño que el hombre inflige a sus semejantes, a la naturaleza o al mundo en general más que a frustraciones o angustias personales. No tiene más intención que la de mostrar su honestidad a través de sus canciones, con la convicción de que el amor es el motor de la vida. Conceptos básicos que expresa desprovistos de cualquier artificio. “Hay milagros / en los lugares más extraños / hay milagros allá donde vayas”, cantaba en “Cosmic Concerto (Life Is People)”.
Bill Fay nació en el norte de Londres el 9 de septiembre de 1943, donde vivió toda su vida. Nada especial o llamativo, al menos que haya trascendido, en la vida de un joven estudiante de electrónica en la Universidad de Bangor, que había aprendido a tocar el piano por sí mismo y empezó a escribir canciones en sus días de universidad, entre 1962 y 1965. Grabó una demo en 1966 que interesó al que fue batería de Them, Terry Noon, quien le consiguió un contrato con Decca. El productor que había lanzado a Donovan, Peter Eden, se interesó por Bill Fay y le produjo un primer single para la filial de Decca, Deram, “Some Good Advice” / “Screams In The Tears” (1967). Aunque fue bien recibido en algunas revistas y programas de la BBC, sus letras no se consideraban adecuadas para presentarle como un nuevo cantante de pop en programas de televisión.
Le costó tres años llegar a publicar su álbum de debut, a pesar del padrinazgo de Peter Eden, que al menos le puso en contacto con músicos de grupos de su órbita como Fingers, con los que poder ir armando unas demos para el debut en largo. Como Terry Noon era también mánager de Honeybus, Bill Fay pudo contar con la banda de Pete Dello como apoyo y guía, y juntos grabaron una maqueta de cuatro canciones en 1968 que muchos años más tarde se incluyó en el álbum de maquetas y rarezas “From The Bottom Of An Old Grandfather Clock. A Collection Of Demos And Outtakes 1966-70” (Wooden Hill, 2004). Honeybus llegaron a grabar por su cuenta una de esas canciones, “Maxine’s Parlour”, en una sesión de la BBC. Fue Pete Dello también quien le habló de los libros del teólogo y paleontólogo Teilhard de Chardin, el polémico conciliador entre la ciencia, la fe y la mística cuya concepción de la vida y la muerte como ambivalencia y su teoría del rencuentro de la humanidad con Dios en el punto omega parecen tener bastante reflejo en cierta espiritualidad expresada por Bill Fay en sus canciones de reafirmación en la vida, de búsqueda, de cierto cristianismo, de esperanza y redención.
En otra maqueta posterior ya se incluían nuevas composiciones de un entonces prolífico Bill Fay, como “Garden Song”, “We Want You To Stay” o “The Sun Is Bored”, que sí llegaron a formar parte del álbum “Bill Fay”. Pero las sencillas composiciones de folk-pop originales se vieron magníficamente engalanadas en el disco con el revestimiento orquestal del director musical Michael Gibbs. La foto de portada de un solitario y taciturno Fay ya indicaba que en el interior no anidaba un joven cantautor dispuesto a comerse el mundo con una voz espectacular, sino un sensible, melancólico y a veces grave creador de canciones atemporales, sin más armas que su innata capacidad de emocionar con sus sencillas pero muy bien construidas melodías, engrandecidas por la adecuada orquestación.
Lo que muchos años más tarde se convertiría en objeto de culto entre los pocos que le prestaron atención no tuvo ninguna repercusión en el momento de su publicación. Bill Fay pronto asumió la precariedad. “Tener un contrato discográfico no te rodea de lujos, ni te permite no tener que ganarte la vida en otra parte al mismo tiempo a no ser que tengas conciertos frecuentes, difusión en radios, buenas ventas de discos, etc., cosas que yo no tenía”, relataba. “Antes de grabar el single ya había trabajado en piscinas en verano y en las bodegas de pescado de Selfridges. No hay ningún misterio en eso. Mi lista de trabajos a lo largo de los años no es más larga que la de muchos otros: limpieza a tiempo parcial, recolección de tomates y pepinos, almacenes y fábricas, encuestas de tráfico y jardinería. Pero hay mucha gente que hace trabajos en los que no pueden poner su alma”. La modestia de un hombre común.
Gracias al empeño del guitarrista Ray Russell –que había participado en el primer álbum y que armó algo parecido a una banda con Alan Rushton y Daryl Runswick– trabajaron a fondo las siguientes canciones de Bill Fay y, ante el desinterés del sello que ya empezaba a ver al cantautor como un desconocido molesto que costaba dinero, pudieron completar un segundo álbum, más crudo y austero, en una línea distinta de folk-rock, pero igualmente brillante por las composiciones y la interpretación veraz y sin artificios de Fay, “Time Of The Last Persecution”. Las ventas fueron aún más irrisorias y Decca rescindió el contrato discográfico.
Y después, el silencio. Aunque se bastaba por sí mismo para crear con su piano, su voz y sus letras canciones trascendentales en su sencillez, Bill Fay siempre ha necesitado el empuje de otros para llegar a crear un disco, aunque no dejara de componer y grabar cintas por su cuenta en su casa. Siete años más tarde los músicos Bill Stratton y Gary Smith, que eran muy fans de los dos primeros elepés de Fay desde que salieron, seguían esperando a que se publicara un tercero. En Decca les dijeron que ya no estaba contratado allí, pero les dieron su contacto. Stratton y Smith, con su trío, que se llamaba The Acme Quartet, invitaron a Fay a telonear en un concierto. Y la cosa acabó cuajando en la grabación de un álbum que, sin embargo, quedó archivado durante 25 años: acreditado a Billy Fay Group, y afianzando su personalidad como cantautor, aunque las aportaciones de todos los músicos iban más allá de la convencional banda de acompañamiento, grabado entre 1978 y 1981, no se publicó hasta 2005, gracias a la aparición de otro músico admirador que lo sacó del letargo.
El rescatador fue David Tibet, alma mater de Current 93 que solía tocar en directo “Time Of The Last Persecution” y publicó en su sello Durtro un CD con veinte canciones de esas sesiones, titulado “Tomorrow, Tomorrow, Tomorrow” (Durtro-Jnana, 2005). Además, Tibet intermedió para una primera reaparición discográfica de Fay a través del sello de Mark Logan –si descontamos una sola canción nueva, grabada en 2000, que se incluyó al final de “From The Bottom Of An Old Grandfather Clock”– con la publicación de “Still Some Light” (Jnana, 2010), un doble CD en dos partes: por un lado, grabaciones en maqueta de la época previa a la publicación de “Time Of The Last Persecution”; por otro, un nuevo álbum grabado en su propia casa, con canciones que había compuesto en los últimos quince años, más una versión de John Fahey (“I Wonder”), que era también autor de la ilustración de la portada. Un primer aviso del potencial que Bill Fay tenía a la espera en su madurez, y que funcionó como maqueta de la nueva etapa, porque algunos temas fueron retomados en sus tres siguientes álbumes.
Pero la rehabilitación definitiva, y el paso del estatus de añorado músico de culto a la realidad de un songwriter de los grandes que solo necesitaba que le dejaran demostrarlo, llegó con la proposición de Joshua Henry, entonces un productor de Los Ángeles que tenía 32 años. A Bill Fay le conmovió la historia: Joshua había crecido oyendo sus primeros discos, porque era el músico favorito de su padre. Y por eso quería grabar un nuevo álbum, bien producido en un estudio con ayuda de su amigo el técnico de sonido Guy Massey.
Bill Fay se asustó un poco: se veía incapaz, con 69 años, de estar diez días en un estudio y grabar todo un álbum con músicos desconocidos, lo veía demasiado agotador después de tres décadas sin hacer algo así. Pero poco a poco fueron ajustando los medios. Fay quiso contactar con sus anteriores músicos: los del Group de “Tomorrow, Tomorrow, Tomorrow” le dijeron que estaban demasiado desconectados para eso. En cambio, Ray Russell y Alan Rushton, los impulsores de “Time Of The Last Persecution”, se implicaron a fondo. Otras incorporaciones como Matt Deighton y Mikey Rowe hicieron que Fay volviera a encontrarse rodeado de una banda creativa y bien compenetrada con él. Además, Jeff Tweedy, otro fan, había invitado a Fay a reaparecer en un escenario después de muchísimos años para interpretar con Wilco su “Be Not So Fearful” en un par de ocasiones (2007 y 2010), y colaboró en el nuevo álbum cantando en “This World”. A cambio, Bill Fay incluyó su sentida y desnuda versión de “Jesus, etc.”, solo con piano y voz.
Y así “Life Is People” (Dead Oceans, 2012) constituyó el gran resurgimiento de Bill Fay, entre el esplendor que merecía, y con un disco que fue recibido como una obra maestra tan contemporánea como enraizada en géneros clásicos (folk, góspel, algo de rock a lo The Band), pero sobre todo reafirmada en las convicciones vitales de un músico de voz macerada, que encontraba en la fragilidad de todos esos años de ocultamiento una emoción y una luminosidad sublimes. La apuesta del sello Dead Oceans fue firme y, también con Joshua Henry de productor, se completó la trilogía con los igualmente excepcionales “Who Is The Sender?” (Dead Oceans, 2015) y “Countless Branches” (Dead Oceans, 2020).
Dead Oceans también promovió la reedición de “Tomorrow, Tomorrow, Tomorrow” y las dos partes de “Still Some Light” en dobles vinilos, entre 2021 y 2024, más tres singles que presentaban el original de Bill Fay en una cara, y las versiones de Kevin Morby (“I Hear You Calling”), Julia Jacklin (“Just to Be A Part”) y Mary Lattimore (“Love Is The Tune”) en la otra. Entre los gestos de admiración hacia Bill Fay que se han dado en estos años están las versiones en directo de sus canciones que han hecho Marc Almond, The War On Drugs o Stephen Malkmus; la interpretación de “Pictures Of Adolf Again” por parte de Jim O’Rourke y Glenn Kotche para la película “United Red Army” (2007) de Koji Wakamatsu; o la versión de John Howard de “Be Not So Fearful”.
“Es hora de partir y decir adiós / al menos por ahora / libraste tu batalla durante casi toda tu vida / y aún la estás luchando. / Pronto marcharás para la costa / pero es una costa de la que ningún hombre puede contar nada / es el final de la vida en esta tierra / y, hermano, te despido con profunda emoción”, cantó Bill Fay en “The Coast No Man Can Tell”, en 2012, como un retorno con despedida prevista, como si el tiempo de su regreso, después de tanto ninguneo, fuera un tiempo regalado y agradecido. ∎

Hay un extraño combate, que no se convierte en choque sino en cohesión, entre la grandiosidad de la orquesta y la humildad y desnudez de la voz de Bill Fay, aún con la pasión y fortaleza de la juventud. Melancolía, serenidad exenta de solemnidad y un gusto por la melodía sencilla que se vuelve excepcional por arte de magia son las armas de unas composiciones basadas en el piano que alcanzan el esplendor con los arreglos de Michael Gibbs desde el sublime inicio con “Garden Song”. Pop barroco de primera en “Narrow Way”, inclinación ya a las melodías tristes que sobrecogen sin melodrama (“The Sun Is Bored”, “The Room”, “Goodnight Stan”), “Be Not So Fearful” como primer clásico de su repertorio y las guitarras de Ray Russell emergiendo como lamento eléctrico. Un disco precioso.

La barba y el pelo descuidado de la foto de la portada, drástico cambio en solo un año, parece indicar la resignación. Desechado como cantante pop al uso, con la ayuda de Ray Russell saca adelante nuevas composiciones de un folk-rock más crudo y espartano, pero con las mismas virtudes de base que el debut. Destaca enseguida la serena belleza de “I Hear You Calling”, otra de sus canciones más versionadas. Las melodías desoladas vuelven a ser base en “Don’t The Marigolds Die”. La influencia espiritual y filosófica de Pierre Teilhard de Chardin aflora en “Omega Day” o “’Til The Christ Come Back”, dos de las piezas vitaminadas con la sección de viento en la que figura Nick Evans. El escaso eco dylaniano vía The Band estaría en “Plan D”.

La inclusión de un coro góspel y de un cuarteto de cuerda, la versatilidad en los teclados de Mikey Rowe y en las guitarras de Matt Deighton, que se suman a Ray Russell y Alan Rushton, quienes ya grabaron con Fay 40 años antes, engalanan por fin la producción como le era debido. Pero no distraen de lo fundamental: un Billy Fay de voz más frágil y queda, y sin embargo con la capacidad de conmover multiplicada. El arpegio de piano de “Never Ending Happening” anuncia la grandiosidad del poeta de las frases sencillas que, inclinado sobre las teclas, es capaz de ver y asombrarse con el fluir inagotable de la vida; que nunca te venderá palabrería de autoayuda y espiritualidad, pero te sobrecoge con “Be At Peace With Yourself”, “Thank You Lord” o “The Coast No Man Can Tell”; que desde su recogimiento y mecido por el órgano confía en “The Healing Day”; y que también tiene un ramalazo rock (“This World”). Magistral.

En su día escribí que cada canción de este disco parece concebida para cerrar un álbum, como ese broche perfecto que corona una obra conteniendo toda. Así se suceden una docena de recorridos en íntima solemnidad, un coherente góspel de tiempos lentos y melancolía, en observación de la naturaleza atravesada por la garra del hombre (“War Machine”, “Underneath The Sun”), pero abrazando la esperanza siempre. Bill Fay nunca se deja llevar por el rencor o la amargura; aun con melodías dramáticas o elegíacas celebra la vida y se pregunta quién le envía el don de la música y lo agradece (“Who Is the Sender?”), y, desde su desarmante gravedad naif, pide paz para un tiempo mejor, porque así no tendrá que soñar más (“Bring It On Lord”). El broche con el himno orquestal de “World Of Life” remite a su debut. Repiten el productor Joshua Henry y algunos de los músicos del anterior, y el resultado, con la guinda de una regrabación de “I Hear You Calling”, vuelve a ser profundamente conmovedor. ∎