Pasaban diez minutos de las ocho cuando el Palau se llenó de estrobos blancos y el misterioso cubo que permanecía en medio de la pista se iluminó ante los gritos de la multitud, que terminó de enloquecer cuando sobre la estructura apareció la figura de Eilish en uno de sus ya clásicos outfits deportivos y empezaron a sonar los primeros acordes de la onírica “CHIHIRO”. La californiana correteaba con energía por el escenario –suelo rectangular hecho de pantallas y dos fosos a los lados donde se situaba la banda, esta vez sin su hermano Finneas, y las dos coristas– y dobló la apuesta con otra canción de su nuevo disco, la sensual “LUNCH”, seguida por “NDA” y “Therefore I Am”. La dimensión litúrgica del concierto llegó con “WILDFLOWER”, una preciosa balada que sus fans corearon con tanta fuerza que debió resonar por todo Montjuïc, y “when the party’s over”, que seguía un ritual totalmente opuesto: conseguir el silencio sepulcral mientras Eilish grababa sus armonías iniciales en loop y a capela. En ambos casos, el público barcelonés cumplió su misión.
La segunda parte del concierto siguió trenzando instantes de pura endorfina, como la sugerente “Oxycontin”, su versión de “Guess” con la voz Charli XCX y la ya consagradísima “bad guy”; con las macabras “THE DINER”, “bury a friend” o “ilomilo” y con momentos emotivos como “SKINNY”, la versión acústica de “Your Power”, la conmovedora “everything I wanted” o “THE GREATEST”, oda dolorosa a la falta de reciprocidad que cantó subida a una plataforma mientras la audiencia coreaba cada palabra como un rezo. Visiblemente agotada, pero sin perder su innato magnetismo, Eilish sorprendió a sus fans barceloneses con “Halley’s Comet”, una de las perlas más ocultas de su segundo disco, mientras comentaba emocionada el paso del tiempo desde su último retorno cósmico a la ciudad.