La metáfora es conocida, pero efectiva: una radio que cambia constantemente de dial mientras avanzan la carretera y el minutaje, evitando la pérdida de la atención. Al mando de la emisora, un desquiciado que no se decide entre el rock y el hip hop mientras hace paradas en el funk, el ska, el flamenco, los ritmos latinos, el raggamuffin y alguna extravagancia digital. No contento con eso, tampoco elige con claridad si la transmisión será en español, inglés o francés. Mejoremos la figura literaria: “Casa Babylon” (Virgin, 1994) son varias radios a la vez luchando por ocupar tu espacio auditivo y que, al lograr su cometido, se pierden de nuevo en la multitud de sonidos.
En el apartado mitológico, el cuarto álbum en estudio de Mano Negra –publicado el 6 de mayo de 1994– destruyó a la banda, mientras presagiaba el exitoso camino solista de su líder, el cantante y guitarrista Manu Chao. En la realidad, pongamos un manto de sospecha. La tortuosa grabación del disco –intermitente, durante dos años– incluyó a varios miembros originales del grupo, aunque con invitados ampliando aún más los límites poco férreos del combo. Después, cuando el estrellato mundial alcanzó al vocalista –aquel 1998 donde no hubo modo de escapar de “Clandestino”, mejor álbum internacional del año para Rockdelux–, su enfoque despojado y en exceso homogéneo mostró cómo la ausencia de la troupe de saltimbanquis afectaba al material.
Al igual que todas las cosas buenas en la vida, un golpe de suerte y dos de testarudez servirían para completar este manual de instrucciones para bandas con una decena de integrantes, secciones de viento y consignas políticas. A la par de contemporáneos como Los Fabulosos Cadillacs, Café Tacvba o Maldita Vecindad y Los Hijos del Quinto Patio, “Casa Babylon” sentaría la bases de lo que se conoció como el movimiento alterlatino. Hubo coincidencias vitales, horas de trabajo y unas antenas sintonizadas con el ambiente circundante. Pero, sobre todo, un plan. O dos. O quizá tres. Los mismos que fueron rotos en pedazos, comidos y luego regurgitados en 49 minutos de sincretismo total.
Abusando de la metáfora radiofónica, la emisora –pirata– creada por los hermanos Manu y Antoine Chao (trompeta) y su primo Santi Casariego (batería) a inicios de los ochenta fue mutando, cambió de nombre, pero nunca dejó su carácter de estación anárquica pensada para recoger sonidos y transmitirlos de inmediato con intensidad redoblada. Lo pueden confirmar esos japoneses atónitos del directo “In The Hell Of Patchinko” (Virgin, 1992), quienes se enfrentan a una sesión sin respiro en la que el punk cede paso al hip hop mientras el rock se pone una boina para intentar una chanson. Joe Strummer abrazaría a Shane MacGowan de puro gusto mientras piden la décima ronda a la salud de los parisinos.
El problema eran los hermanos Chao –hijos de padre gallego y madre vasca– y su incapacidad para quedarse en casa tranquilos mirando las paredes. De esa inquietud, compartida con otros parisinos de la misma calaña, surgieron agrupaciones como Hot Pants, Los Carayos, Les Casse Pieds o Dirty District, que se movían entre okupas, pequeños clubes y el metro de la ciudad. En el documental “¡Pura vida!” (2005) –realizado por tres miembros de la banda: Joseph Dahan (bajo), Thomas Darnal (teclados) y Philippe Teboul (percusión)– son necesarios los 20 minutos iniciales para dar cuenta de una serie de relaciones licenciosas que terminaron formando la alineación definitiva del grupo en 1988. Dice Manu Chao en un registro de la época: “En aquel entonces yo tocaba en tres o cuatro grupos. Hay grupos que te gustan por una razón y otros por otra. Pero cuando das con el que toca la música que quieres tocar y hay gente con la que quieres estar todo el tiempo, entonces dejas de buscar”. La formación final incluiría además a Daniel Jamet (guitarra) y Pierre Gauthe (trombón). Un octeto que, acorde con su intención corporativa, se ampliaba en los créditos para incluir a sonidistas, roadies y equipo de gira en general.
Eran Mano Negra, un nombre con orígenes varios –una supuesta organización secreta y anarquista de origen andaluz de fines del siglo XIX, una banda de guerrilleros sudamericanos en un cómic francés– e intenciones claramente políticas. A esa verbena subversiva la llamaron patchanka style, designando un melting pot de idiomas y ritmos muy difícil de resistir. En “Patchanka” (Virgin, 1988) y “King Of Bongo” (Virgin, 1991), pero sobre todo en su obra capital, “Puta’s Fever” (Virgin, 1989), la revolución de Emma Goldman no s0lo se baila, sino que se salta y se grita.
Unos contemporáneos como sus compatriotas Les Negresses Vertes bebían de la misma pócima de Asterix, esa combinación de estilos que impedía la categorización fácil para saber dónde diablos ponerlos en las cubetas. Pero había en ellos algo intrínsecamente francés que hacía difícil su exportación. En cambio el acento rockero, el uso intermitente del inglés y el filón hip hop de canciones como el hit “King Kong Five” hacían más apetecibles a Mano Negra para el mundo anglosajón. Pero nadie contaba con el primer golpe de timón de unos cuantos que vendrían.
“La primera gira que hicimos por América fue al norte, junto a Iggy Pop. Y nos gustó tan poco el lugar, nos decepcionó tanto nuestro ídolo, que terminamos apuntando al sur”, confesaría Manu Chao en 1998 al diario argentino ‘Página 12’. Los antecedentes ya estaban en el idioma y los ritmos de “Mala vida”, “Peligro” o “Patchanka”, pero el romance necesitaba de un arrebato de pasión. O dos, mejor. El primero en pleno mar y el segundo, sobre un tren.
La primera cita fue en la gira “Cargo 92” que unió a Mano Negra con la compañía de teatro callejero Royal de Luxe para recorrer América Latina a bordo de un barco mercante. Durante la friolera de cinco meses, la banda recorrió casi una decena de países descargando, tocando y consumiendo el último resto de energía que quedaba después de tres años de giras incesantes. En Argentina sería la última presentación con los miembros originales de un grupo ya herido de muerte por las tensiones internas. En ese momento, tres integrantes volvieron a su país natal. Fieles a su infidelidad, también sería la ocasión para abrir las puertas a nuevos reclutas.
Uno de los principales lo encontraron en Buenos Aires y de pura casualidad melómana. Fidel Nadal, vocalista de Todos Tus Muertos, vivía por aquella época con Sergio Rotman, saxo de Los Fabulosos Cadillacs. Un día, aburrido de sus propios discos, se acercó a la habitación del compañero de piso con la intención de coger algo “de esa música rara que escuchaba Sergio”, se encontró con un casete de nombre extraño, “Puta’s Fever”, y pulsó play a su futuro laboral.
“Creo que lo puse un lunes y lo saqué tres lunes después”, contaba Nadal al canal de YouTube ‘Triburock’ hace algunos años. “Me enloquecí. Lo sacaba solo para ponerlo de vuelta. Estaba en ese trance hipnótico cuando un amigo me dice ‘che, ¿sabés que Mano Negra está en Argentina’?”. Sorprendido, pero no estático, se dirigió al hotel, los encontró en plena calle, tomó unas cervezas y en tiempo récord consiguió unos buenos amigos, un teloneo para su banda –figuras del under argentino con escasos pero revoltosos seguidores– y su primera visita a Europa.
Tres semanas después, Nadal tomaría un avión a París para sumarse a las complejas grabaciones de “Casa Babylon”. Probándose en las cálidas aguas del ragamuffin, el excantante hardcore agregaría más sabor aún al tema titular, a “Bala perdida” y sobre todo al futuro hit “La vida (la vida me da palo)”. “Espabila Fidel, que llega Raquel”. Y una banda un poco molesta también.
“Al principio iba todo bien, pero luego...”. “Éramos demasiados ahí dentro”. “En el grupo siempre hubo libertad, pero en esa época más que nunca”. Diversos relatos de antiguos integrantes en el documental “¡Pura vida!” –no participa Manu Chao– para referir un proceso de grabación que se eternizaba y que vio partir a varios de los integrantes originales de Mano Negra. Frente a la tensión imperante, nada mejor que un buen viaje en tren, pensaría el vocalista y líder. Lo que no les contará de inmediato es que era en una máquina por restaurar y que el trayecto sería por la selva colombiana, en pleno territorio narco.
Para mayor información sobre la travesía del grupo por Colombia en 1993, está ese diario de angustia y asombro llamado “Un tren de hielo y fuego” (Cybermonde, 2001), escrito por Ramón Chao, reputado periodista español y padre de Manu y Antoine. Acá va el tráiler: la banda llevó música a lugares insospechados, conoció a un niño bailarín prodigio –Jhonder, protagonista del vídeo de “Señor Matanza”–, descarriló un par de ocasiones y se salvó otras cuantas. Y Mano Negra se separó en la segunda actuación en Aracataca, el pueblo natal de Gabriel García Márquez. A partir de ahí Manu, Fidel y los que lograron continuar siguieron hasta donde se pudo.
Chuck D dijo que el hip hop era la ‘CNN’ de los negros. Para unos admiradores de Public Enemy como Mano Negra, la sentencia encaja a la perfección con un disco que, pocos meses después del alzamiento liderado por el subcomandante Marcos en el estado mexicano de Chiapas, empieza con “Viva Zapata”. Nada de medias tintas, por tanto, cuando entre la confusión radiofónica del primer tema se impone un claro “El pueblo unido jamás será vencido”.
Luego viene ese collage sonoro donde el dial cambia de ritmos e idioma –aunque predomina el español– sin perder de vista el paisaje social que lo anima. “Casa Babylon”, el álbum, habla de las acciones de los poderosos –que operan desde las instituciones o fuera de ellas– y de las formas de resistencia o convivencia frente a ellos. Puede ser el capo narco (“Señor Matanza”), el gringo de siempre (“Super Chango”), la violencia policial y de las pandillas (“Bala perdida”) o el deportista transformado en figura religiosa (“Santa Maradona”).
Pero ¿cuáles son las estrategias para enfrentarse a ese poder? En este caso la fiesta y la rabia –bailada, claro– en un espacio donde se mezclan alegría, tristeza y resignación. Aunque fue pasto de discotecas en su momento, la desdicha embriagada y saltarina del álbum es mejor bailarla en la plaza del pueblo, al lado del maduro compañero de barra que no vería con malos ojos esa versión de “Mamá perfecta”, del cubano Bola de Nieve, entre puntuales llamadas al grupo original como “The Monkey”, “Hamburger Fields” o “Love And Hate”.
Obviando el intento rockero de “King Of Bongo”, “Casa Babylon” se corona como digno sucesor del patchwork de “Puta’s Fever”. La diferencia está en la apertura de los límites de la banda que transforman (lo que quedaba de) Mano Negra en una suerte de soundsystem. Además del papel central de Fidel Nadal, no hay que olvidar los aportes de Anouk, Pablo Molina (Todos Tus Muertos), Jello Biafra (Dead Kennedys) y Carlos de Nicaragua, que baja, domina y da un pase gol en “El Alakrán (La mar está podrida)”.
La desintegración del grupo original fue probablemente el impulso que hizo de “Casa Babylon” la fotografía de América Latina que es. Un collage sonoro donde Manu, los supervivientes y los nuevos reclutas son interpelados y atrapados por los sonidos y temáticas del continente. Frente al riesgo de la apropiación y la visita turística, la radio enloquecida de Mano Negra capta la señal y transmite lo más fielmente posible el entorno y su imaginario.
El impacto de “Casa Babylon” no hubiera sido el mismo sin el apoyo del canal ‘MTV Latino’. Inaugurado en octubre de 1993 en Miami, la nueva subsidiaria de la cadena madre –ya presente en Europa, Japón y Brasil por esas épocas– sintonizó con los tiempos del grunge y el buen pensamiento de la administración Clinton. Adiós por un tiempo, entonces, a baladistas pop como Luis Miguel o Chayanne; bienvenidas las bandas que impulsaban el mestizaje cultural y la difusión de mensajes políticos.
Buscándole un nombre, se le llamó “alterlatino” y comenzó con una minipelícula sobre un revolucionario perseguido por la policía y convertido en héroe popular. Tenía ritmo de reggae, pero instrumentación brasilera con actitud post-punk e imaginario popular. La canción era “Matador”, la interpretaban Los Fabulosos Cadillacs y bien podía ser otro capítulo del largo filme sobre las maravillas y desventuras de Latinoamérica que anticipaban “Un gran circo”, de Maldita Vecindad y Los Hijos del Quinto Patio, y “María”, de Café Tacvba; y que continuaban “Señor Matanza”, de Mano Negra, y “El gran señor”, de Los Auténticos Decadentes.
“Nos gustaban más Les Negresses Vertes”, comentaba como quien exorciza un demonio Sr. Flavio, de Los Fabulosos Cadillacs, en una entrevista para ‘Rolling Stone’ el año pasado. La aclaración se entiende a propósito de la idea de que el “alterlatino” surgió con “Casa Babylon”. Idea discutible, considerando la producción previa de bandas mexicanas, argentinas, colombianas y chilenas, principalmente. Lo difícil es negar la difusión –bah, la validación europea también– del simbolismo latino a través de una agrupación francesa con el prestigio de Mano Negra. Que las posteriores giras por el orbe de Todos Tus Muertos, Los Fabulosos Cadillacs, Café Tacvba o Aterciopelados sirvan de prueba.
Mano Negra dejó de existir en el estudio en 1994 y en directo un año antes. Manu Chao se presentó en algunas ocasiones con nombres de fantasía –Radio Bemba y Super Chango– y, según cuenta el libro “Manu Chao ilegal. Persiguiendo al clandestino”, de Kike Babas y Kike Turrón (Bao, 2019), se pasó los siguientes tres años vagabundeando entre La Coruña, Bamako y Río de Janeiro hasta que “Clandestino” lo llevó a un inesperado estrellato mundial.
Luego, el hombre sin plan ha sacado un puñado de discos, paseándose por el mundo –Sudamérica en marzo de este año; hace pocas semanas publicó esta rumba– y colaborando con artistas para dejar claro que lo de solista es una categoría discutible. Ya lo decía en un reportaje para ‘MTV Latino’ en 1994, cuando solo con el bajista Gambeat promocionaba el magnífico disco de la banda inexistente: “Mano Negra es más un colectivo. Hoy estamos dos, pero en Francia podemos llegar a ser 50, 70 o hasta 100”. Pregúntaselo hoy, probablemente sigue con la idea. ∎