Tierra Whack, Freddie Gibbs, Future, Kanye West, Tyler, The Creator, Kendrick Lamar, Roc Marciano y MIKE.
Tierra Whack, Freddie Gibbs, Future, Kanye West, Tyler, The Creator, Kendrick Lamar, Roc Marciano y MIKE.

Informe

Hip hop USA última década: bendito claroscuro

En la actualidad, el hip hop made in USA “sufre” la dispersión de estos tiempos: de las imperantes texturas melódicas en el trap mainstream a sorprendentes paletas sonoras en el hip hop abstracto, pasando por el tercer advenimiento del drill, un revival del boom bap o estilos surgidos con orgullo regional. Mucho ruido, y muchas nueces.

Tras cincuenta años de vida, en los que ha crecido hasta establecerse como el género musical dominante en Estados Unidos, el hip hop vive un momento de transición. Después de varios años prodigiosos y fácilmente definibles, ahora, entre tanta variedad de subgéneros, no termina de concretarse cuál puede ser “la nueva era”, aquello que nos ayude a enmarcarlo todo a partir de un mismo tropo. Si la blog era quedó rápidamente diluida en lo musical por el auge del trap y del drill durante la década pasada, ¿qué viene ahora, en qué punto estamos?

En el claroscuro

Quizá los últimos años repelen cualquier tipo de marco genérico porque ya no son tiempos de homogeneidad. En una entrevista en 2018, JPEGMAFIA consideraba que esta era la edad dorada del hip hop, argumentada justamente por la abundancia de estilos. El mismo año, sin embargo, un neoclásico como Joey Bada$$ advertía de todo lo contrario: “Rap is in a very trash state”. Dos visiones completamente opuestas que constatan las distintas formas de entender el género y revelan el carácter ecléctico que ha adquirido el hip hop.

Ese año fue también el de “This Is America”, recientemente descrito por Childish Gambino como un “We Are The World” para el trap. Coñas de Donald Glover al margen, visto en retrospectiva algo de eso había, tanto en su nada disimulada pretensión de devenir en hito cultural mediante su carga viral como en la presencia de 21 Savage, Young Thug o Quavo colando ad-libs por doquier. Cinco años después, aquello parece más una especie de guinda de cara a la galería que un punto de inflexión como el que, por ejemplo, sí supuso en 2013 el archiconocido verso de Kendrick Lamar en “Control”; la amenaza de K.Dot de matar, líricamente, a todos sus coetáneos revitalizó una sana competencia para ver quién era el mejor rapero de su generación. Diez años más tarde, Kendrick sigue instalado en lo más alto sin nadie que le tosa.

Más allá del autor de “To Pimp A Butterfly” (2015), el resto de artistas que marcaron los senderos por los que transitó el hip hop durante la década pasada parecen haber empezado a perder parte del brillo que tenían hace cinco años. Hasta Drake dice empezar a imaginarse alejado de los focos (¿alguien le cree?). Y luego está la autoinmolación de Kanye West. Tema nada menor: la falta de una figura tan trascendente como la suya en lo que a la evolución del género respecta es equivalente a la grotesca onda expansiva que provoca cada vez que, valga la redundancia, le da por provocar. Veremos si la portada de “Donda” (2021) acaba representando el inicio del fundido a negro de uno de los músicos más importantes de este siglo. Con Ye nunca se sabe. Con todo, resuena aquello de que “el viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

Migos.
Migos.

Auge (¿y estancamiento?) de una forma de expresión

Si hablamos de monstruos, no hay mayor sombra en el hip hop reciente que la proyectada por Future. La tiranía del trap en los últimos diez años se entiende solo a partir de la suya propia. Surgido del viscoso caldo de cultivo de Atlanta a principios de la década pasada, aupó el “invento” de T.I. hacia lo más alto, haciendo del Auto-Tune el arma de expresión definitiva de toda una nueva ola de raperos encabezada por él, Young Thug y Migos. Empujados por los atronadores beats de 808 Mafia, el minimalismo del pionero Zaytoven o la oscura producción de Metro Boomin –con Mike WiLL Made-It brindando en paralelo hits globales a Rae Sremmurd–, el uso del Auto-Tune que hacen estos artistas es lo que conforma la auténtica noción de lo que es el trap; la herramienta les sirve para difuminar los límites entre lo rapeado y lo cantado, con lo que los traperos terminan convertidos en crooners de la calle. Sus canciones, alejadas de una concepción lírica y “purista” del hip hop, son, en esencia, una expresión de dolor. De Future incluso se ha dicho que es el bluesman del nuevo milenio.

Ese rap de ejecución melódica fue sedimentando hasta llegar a un presente en el que todavía no ha habido un cambio de guardia a la altura de los predecesores (2 Chainz, Young Nudy, 21 Savage, Travis Scott, Lil Uzi Vert…). La mezcla de lean que Future removió hace diez años se ha diluido en un trap mainstream que sigue generando y generando –en esa zona de lo melódico podemos situar a NBA YoungBoy o Roddy Ricch, o raperos drill como Polo G o Lil Durk– pero ya no embriaga. De aquel efervescente sorbo de “Codeine Crazy” ya solo queda el azúcar del Sprite.

Future: “Codeine Crazy”.

Mutaciones del trap

Por suerte, todavía hay atisbos de disrupción en artistas como Playboi Carti; repasar su evolución nos sirve para recorrer los desvíos del propio trap. Sus primeros temas, desperdigados por SoundCloud allá por 2014, tenían una producción vaporosa que tomaba la influencia de Zaytoven y la asentaba en, por lo general, un tempo relajado cercano al cloud rap. Obra y gracia de MexikoDro y su colectivo BeatPluggz, los auténticos artífices de este sonido: el plugg. Un subgénero que sigue resonando a día de hoy, sobre todo en muchas producciones de subterránea digitalidad (Bear1Boss, Popstar Benny), y que tiene en lo que se ha venido en llamar pluggnB su melosa expresión acelerada (Autumn!, Summrs).

Oriundo de Atlanta, Carti termina por curtirse en Nueva York bajo el amparo de A$AP Rocky y su crew; su paso por la A$AP Mob –colectivo indispensable en el mapa del hip hop de los primeros 2010, con su lograda fagocitación de sonidos sureños sumada a los trips etéreos de Clams Casino– se antoja igual de capital que su alianza con Pi’erre Bourne, el productor que dio un poco de aire fresco al tapete sónico del trap, con sus beats salidos de un videojuego, pero jugados en la calle. Carti los ameniza con versos repetitivos y narcotizados y una capacidad innata para el ad-lib; adictivo, relajado o con una invitación al pogo, es la mejor expresión de lo que podía dar de sí el trap en la segunda mitad de la década pasada. Su ya icónica baby voice, aguda y balbuciente, es en el fondo la perversión final del mumble rap. Otros artistas la copiarían: de forma ocasional, como Baby Keem, o haciendo de ella un signo de identidad, como 645AR, que la lleva hasta lo paródico, o Cochise, que le da un toque casi de anime. Ambas propuestas demuestran que el hip hop, en los tiempos acelerados de TikTok, también puede ser algo así de desenfadado.

No lo es tanto “Whole Lotta Red” (2020), el tercer disco de Carti, con el que acomete su transformación más radical. El álbum provocó la proliferación de los rage beats, un sonido sobresaturado que bebe del plugg y la EDM, con letras repetitivas y anárquicas lanzadas con abrasiva rabia punk. Exprimido al máximo por Trippie Redd o Yeat, el subgénero ya ha empezado a desgastarse, por lo que habrá que ver a qué nuevos sonidos se sube Carti para descubrir la próxima mutación del trap.

Playboi Carti.
Playboi Carti.

El drill, bumerán transatlántico

Se puede llegar a considerar que el drill es, en esencia, otra derivación del trap, pero este subgénero tiene entidad propia. Es una expresión del hip hop más agresiva, con letras más crudas y más explícitas que retratan la violencia derivada por la segregación racial y los conflictos entre bandas, lo cual lo convierten en un heredero espiritual del gangsta rap. Nacido en Chicago a inicios de la década pasada, si el trap tuvo a Future como instigador principal, el drill tuvo a Chief Keef. De explosión adolescente, su influencia todavía resuena a día de hoy. En poco tiempo, el drill impactó de lleno en Londres, donde encontró en la influencia del grime una capa más de complejidad: ritmos a 140 bpm, graves más profundos, y la omisión del Auto-Tune formalizaron lo que es el UK drill.

Antes de terminar la década, el subgénero inició su tercera ola en las calles de Brooklyn, que tomaron prestada la variante británica. La irrupción de Pop Smoke y su indistinguible voz reverberante fue clave, por lo que su asesinato en 2020 dejó a la escena sin su baluarte, sin el tipo que había aportado matices más luminosos a un género oscuro por definición. Fivio Foreign parecía el heredero designado, escoltado por Kay Flock y las melodías de Lil Tjay, pero al final ha tenido que aparecer una desenfadada Ice Spice, con su flow cortante al borde del susurro, para ponerle al drill una necesaria nota de color (naranja).

Ice Spice: “in ha mood”.

Rap con D.O.

En un mundo hiperconectado, los regionalismos y el valor de los estilos autóctonos corren el riesgo de ser arrastrados por las corrientes principales. Sin embargo, la lógica globalizadora encuentra algunas resistencias en varios estados que consiguen desmarcarse de los polos fundacionales de Nueva York, Los Ángeles o Atlanta para proponer, mantener o rescatar un sonido con denominación de origen.

Empezando con el rap de Michigan, que ha dejado señas de identidad como sus beats a rebosar de piano, bajos con groove y sintetizadores febriles sobre los que rapear fuera de ritmo con un desquiciado humor negro. A destacar Veeze, 42 Dugg o Babyface Ray; menos melodía y más puñetazos vocales. Más reciente es la ola de Milwaukee, similar a la actitud de los raperos de Detroit pero distinguible en una invasión continua de palmas sintéticas y hi-hats acelerados. Tiene en el muy prolífico Certified Trapper a su bizarra antiestrella. En Memphis, ha irrumpido con fuerza y una energía que recuerda al gran Project Pat la rapera GloRilla. Además, artistas como Duke Deuce tratan de revivir el horrorcore y el crunk, un subgénero sureño orientado a la pista. Y en el club nos toparemos con un fenómeno fascinante: el de la colisión entre beats de Jersey Club y drill, con tempos hiperventilados gobernados por flows afilados y ociosos. Drake o Lil Uzi Vert, descarados cazadores de tendencias, han coqueteado con esta escena con base en Newark, pero sus acercamientos palidecen al lado del máximo impulsor de la corriente, Bandmanrill, cuyo despliegue de energía ahora mismo es inigualable. Es lo que tiene la seguridad que te da jugar en casa.

Westside Gunn, Benny The Butcher y Conway The Machine.
Westside Gunn, Benny The Butcher y Conway The Machine.

La trinchera boom bap

En tiempos de claroscuros, algunos buscan amparo en una nostalgia mal entendida, aquella que dicta qué es o debe ser el hip hop. Así, quienes repelieron de primeras los hi-hats calóricos del trap o los graves marca-territorio del drill se agarraron, a inicios de la década pasada, a un por aquel entonces adolescente Joey Bada$$; él era la esperanza de un rap canónico, anclado en los sonidos de los noventa e impulsado por el respeto hacia la lírica. No todo estaba perdido… En la Costa Este, Bada$$ y su colectivo Pro Era, los Flatbush Zombies o Action Bronson impulsaron una revitalización del boom bap que estalló, definitivamente, con la irrupción de Griselda.

En el último lustro el sello y colectivo formado por los raperos Westside Gunn, Conway The Machine y Benny The Butcher ha sembrado un reconocimiento unánime gracias a sus versos directos, sus ad-libs invasivos y unas producciones sustentadas por el bombo y la caja y unos samples llenos de soul, que no se quedaban en el mero revival e integraban sonidos “actuales”. Alrededor de los de Buffalo orbitan varios de los nombres más en forma del momento, como Boldy James, Mach-Hommy o el veterano Roc Marciano; artistas que además conectan con corrientes avant-garde del género y, específicamente, con una tendencia curiosa, las bases drumless.

Mach-Hommy: “NO BLOOD NO SWEAT”.

Alquimia sonora

Parece antinatural que en el hip hop, un género eminentemente marcado por la percusión, se prescinda de la batería (o, en su defecto, una caja de ritmos). Pero ahí está lo vanguardista del asunto. En este estilo definido por su propio nombre, los versos caminan desnudos encima de loops de samples carentes de (o con mínima) percusión. El mencionado Roc Marciano y Ka, ambos productores además de raperos, asentaron una corriente a la que –no podía no hacerlo– se sumó The Alchemist, esencial en un contexto musical en el que lo callejero se funde con la vanguardia, como en un grafiti de Basquiat.

Más allá de la corriente drumless, el nombre del veterano productor entrará con letras de oro en la historia del género. Es el pegamento sonoro de muchos de los mejores discos del hip hop reciente, narrados épicamente por raperos de espíritu gánster como Freddie Gibbs o con preclaro hermetismo por poetas de la consciencia colectiva como Elucid y billy woods. Sin necesariamente haber entrado en contacto directo con la piedra filosofal que son sus producciones, la gran mayoría de artistas que conforman la actual ola de hip hop abstracto –de MIKE a Pink Siifu, pasando por el último Earl Sweatshirt, Wiki, Navy Blue, Akai Solo, Medhane, Mavi, Quelle Chris o Fly Anakin– le deben algo de su música. Responsables de la revigorización de un relativo underground y dignos herederos, cada cual a su manera, de las nutritivas líricas de MF DOOM, tienen en The Alchemist a su Madlib particular (que bien podría ser el propio Madlib).

The Alchemist.
The Alchemist.

Benditos versos libres

Terminamos haciendo un brindis final en honor a aquellos artistas que nos invitan a caer por la madriguera de conejo para entrar a sus submundos particulares: de los coloristas microrrelatos de la Dr. Seuss del rap, Tierra Whack, a Jay Electronica rapeando sobre la banda sonora de “¡Olvídate de mí!” (Michel Gondry, 2004), pasando por Vince Staples invitando a SOPHIE a su pecera o KayCyy iluminado por la electrónica de Gesaffelstein. El cursor de JPEGMAFIA abriendo cien páginas web por minuto para ver si Death Grips están online y encontrarse con clipping. o BACKXWASH, formas variadas –desde el noise, el glitch o el metal– de acercarse al hip hop industrial. BROCKHAMPTON volviendo a redefinir la idea de crew después de esa redefinición primigenia que ya fue Odd Future. Tyler, The Creator abrazando sensibilidades alejadas del cosmos hiphopero sin por ello perder el goblin rapero que hay en él. Lil Nas X alterando a cowboys conservadores montado en el caballo de “Old Town Road”. TisaKorean recuperando el snap y queriendo que el mundo entero baile junto a él, o al ritmo de HiTech y su techno de alma trap, o bajo los efectos del drum’n’bass cocinado en el laboratorio de They Hate Change. Futuristas experimentales como Shabazz Palaces o bombásticos alienígenas como Aesop Rock. O Danny Brown, el rapero más marciano de todos y a la vez el más “real”. Muchos nombres que escapan de moldes establecidos para crear el suyo propio, y servirnos, en definitiva, este gran banquete que es hoy en día el hip hop. Chinchín. ∎

JPEGMAFIA : “1539 N. Calvert”.

Diez discos para descorchar esta década

FREDDIE GIBBS & THE ALCHEMIST
“Alfredo”
(ESNG, 2020)

Reverso de la cosmología mafiosa en un digno sucesor de los discos conjuntos de Gibbs con Madlib.

KA
“Descendants Of Cain”
(Iron Works, 2020)

Rapear sobre beats drumless no está al alcance de cualquiera; Ka lo hace con una serenidad equivalente a su dominio del lenguaje.

BLU & EXILE
“Miles: From An Interlude Called Life”
(Dirty Science, 2020)

Mostrar las raíces como signo de fortaleza. Sobre el árbol del hip hop, el dúo asienta su regreso, en homenaje al pasado colectivo y al suyo propio.

GHAIS GUEVARA
“BlackBolshevik”
(Autoeditado, 2021)

Casi todo lo repasado en este informe está aquí, metido a presión. Y con algo de chipmunk soul, que siempre es bien recibido.

INJURY RESERVE
“By The Time I Get To Phoenix”
(Autoeditado, 2021)

Hip hop deconstruido para una deconstrucción interior, emocional y fantasmal. Una involuntaria elegía.

RX PAPI & GUD
“Foreign Exchange”
(Year0001, 2021)

Gánsteres en modo sensible en este hermanamiento entre el rapero de Nueva York y el productor sueco de los Sad Boy.

MACH-HOMMY
“Pray For Haiti”
(Griselda, 2021)

La joya de la corona –junto a “Half God” (Autoeditado, 2021), de Wiki– de la ola de hip hop abstracto y, quizá, también, el mejor disco de Griselda.

YUNG KAYO
“DFTK”
(YSL, 2022)

¿Puede ir el trap todavía un poco más allá en sus transformaciones? Yung Kayo dice sí, haciendo del rage un cuento de hadas.

PAPO2004, DJ LUCAS & SUBJXCT 5
“Continuous Improvement”
(2302347, 2022)

El título del disco como la promesa de lo que estos tres pueden aportar al rap. Atentos a ellos.

J.I.D
“The Forever Story”
(Dreamville, 2022)

Y, en medio de todo el ruido, J.I.D, una exhibición de talento narrativo y musical. Todavía no nos brinda “ese álbum perfecto”, pero se sitúa como el tipo que, tras un tal Kendrick Lamar, puede hacerlo. Al tiempo.  ∎

Letras a juicio

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El año pasado Young Thug, Gunna y otros miembros del sello YSL fueron acusados de violar la Ley RICO, que combate el crimen organizado en Estados Unidos. Más allá de lo mediático, su juicio reincide en la práctica de usar las letras de los raperos como pruebas de su culpabilidad, coartando así la libertad de expresión artística –metáforas, hipérboles– de un género históricamente demonizado. Killer Mike, rapero con poso en la lucha por los derechos civiles, lo señala: “Rap music is judged unlike any other genre like black people are judged unlike any other people”. Culpables o no, su música no debería valer como confesión. ∎

La banda sonora del Black Lives Matter

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El hip hop sigue siendo la punta de lanza musical con que la comunidad afroamericana denuncia un sistema racista e institucionalizado, con la brutalidad policial como expresión definitoria. Ya sea en su vertiente más explícitamente política (Run The Jewels, Armand Hammer, Pink Siifu en “Negro”), en su más abstracta y experimental (Moor Mother, $ilkMoney), desde una consciencia introspectiva y cotidiana de positiva visión (Noname, Saba, Mick Jenkins) o con ilustres veteranos (Black Thought, Black Star), el objetivo es el mismo: alzar la voz para, en un futuro, ya no tener que alzar el puño. ∎

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