La isla de Mallorca centra miradas con su profusión de nuevas voces, muchas femeninas, y entre ellas despunta Júlia Colom, una creadora que traza un diálogo entre la memoria y la pulsión contemporánea, la tonada tradicional y la creación propia. Formada en el barcelonés Taller de Músics y rodada en los escenarios junto a Maria Arnal i Marcel Bagés, ha hecho de “Miramar” (La Castanya, 2023) una concienzuda tarjeta de presentación en la que se percibe la vibración de la memoria y cierta perplejidad mundana.
Júlia Colom pasa buena parte de su tiempo en Barcelona y nos cita, una soleada mañana de otoño, en un lugar algo apartado del bullicio urbano, el Parc de les Aigües. Ha lanzado un tema nuevo no incluido en el álbum, “Jo t’estim”, de trazo decididamente pop, que resulta ser“una canción de amor que no va dirigida a nadie en concreto”, explica. “Es más bien un recordatorio a mí misma, para sentirme conectada al amor”.
El parque dispensa el decorado para una bonita sesión de fotos justo después de hablarnos de sus nuevos conciertos, con Martín Leiton (guitarra) y Roger Calduch (batería). Tocará el 9 de diciembre en el ciclo 66 Butaques de Figueres y el 26 de enero en Tarragona. Además, se confiesa exhausta para afrontar ahora una continuación de “Miramar”: “No me lo puedo permitir. Para mí, es importante dejar un espacio que respete todo el trabajo hecho. Los tempos acelerados me generan ansiedad”.
Tu primer álbum –que has coproducido con Martín Leiton, ex-Seward– parece muy pensado y presenta un recorrido minucioso. Los artistas suelen decir que lo que hacen no ha sido premeditado, como si eso fuera negativo. ¿Pero es el caso de este disco?
No, no, yo lo tenía planificado desde hace mucho tiempo; incluso sabía el momento de mi vida en que lo haría. Quería terminar los estudios de música y empezar esta etapa justo cuando lo he hecho y del modo en que lo he hecho. Todo ha sido muy premeditado. Como primer disco, era importante que fuese una presentación muy fiel de quien soy. Es un disco meditado y ordenado para que englobe todos mis mundos.
Aquí se pueden percibir tres caminos: el canto tradicional, la canción de autor y la contemporaneidad electrónica. ¿Lo ves así?
¡Total! El reto era que esas canciones pudiesen convivir entre ellas en un mismo disco. Para mí, ya lo hacen, eso no me es raro, es mi biografía y no debería hacer falta dar ninguna explicación, pero entiendo que a través de la producción había que encontrar unos puntos en común. Así fue: la guitarra española, la voz no procesada… Hay elementos orgánicos en todo el disco, aunque además puedan pasar otras cosas.
El denominador común lo pone también la mirada al pasado mallorquín y el contraste con el presente. Miramar es el nombre de un lugar histórico de la sierra de Tramuntana, una possessió con un monasterio y una escuela de frailes franciscanos del siglo XIII, donde Ramon Llull vivió un tiempo. Y esa palabra aparece en la actualidad en nombres de hoteles, edificios de apartamentos y tiendas de souvenirs.
Son las dos caras de la moneda. Esa dicotomía que todos los mallorquines que seamos un poco sensibles podemos observar. Con serlo solo un poco ya lo ves.
Hay melancolía flotando en el disco, pero no se advierte un discurso de idealización del pasado.
Intento huir un poco de todo lo que sea reivindicativo, pedagógico… No estoy por esto.
Las canciones tradicionales te llegaron por tu abuelo, que te las cantaba cuando eras pequeña.
Se dice a veces que yo vengo de una familia de músicos, pero no es así. Lo que pasa es que antes el parámetro de dónde empieza y acaba un músico profesional no existía. La gente no se lo planteaba, porque todo el mundo cantaba. Yo me veo ahora en situaciones en que, al ser cantante, hay gente que hasta se corta por entonar “Cumpleaños feliz” delante de mí. Te dicen “ah, si yo no sé cantar…”.
Tu paisana Joana Gomila defiende que todos deberíamos cantar más.
También es cierto que en el campo se dejó de cantar porque entraron los transistores y los tractores, y la gente ya no se oía. Pero mi abuelo vivía a través de la música sin planteárselo. La gente tenía que pasar el tiempo de alguna manera.
En tu disco recuperas tonadas de segar y de recoger higos. ¿Proceden de la zona montañosa de Valldemossa?
Sí, hay mucho olivo, terreno para segar, árboles fruteros... Alan Lomax, el musicólogo, estuvo ahí en 1952 y yo me he metido mucho en su archivo. Un día, hablando con mi padre, le dije que me gustaría contactar con quien quedara vivo de aquel mundo, como Maria Capó. Me miró y me lo quitó de la cabeza porque, dijo, todos debían estar ya muertos. Pero tiempo después, en un concierto en Deià, canté una canción del archivo de Lomax y, al terminar, se me acercó una mujer muy mayor: “Esta canción la cantaba yo cuando era joven; una vez vino un hombre americano con una grabadora…”. Me quedé… “¿Usted es Maria Capó?”. Y sí, lo era. “¡Pues yo la he aprendido de usted!”. Este verano la fui a ver a su casa. Tiene unos 90 años. Otros cantadores, como Biel des Cantó y Madò Buades, murieron hace unos años.
Una de las piezas que te enseñó tu abuelo de pequeña fue el “Cant de la Sibil·la”, el drama litúrgico de origen medieval reconocido como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco que en el siglo XVI fue prohibido por el Concilio de Trento y que siempre se ha seguido cantando en Mallorca. Una pieza muy dura y apocalíptica para que la cante una niña, ¿no?
Yo tenía 6 años cuando me dijo que me lo quería enseñar. Ahí me abrió la puerta a esa conexión que yo siento. La primera vez que lo canté en público, y eso está en YouTube, fue en la ermita de Valldemossa. Tenía 6 años. Mi abuelo se pasó todo un año enseñándomelo. Luego he escuchado las versiones que se han hecho por curiosidad, como la de Maria del Mar Bonet. Hay muchas adaptaciones, muy distintas a veces de un pueblo a otro. Es un canto con tanto melisma y sin compás que es fácil que tú le acortes una nota, le alargues otra… Sigo cantando la Sibil·la todos los años en la prisión de Palma. Es como un ritual. Ya lo hacía mi abuelo.
Has incluido “Cant de la Sibil·la” en tus repertorios, pero no en el álbum.
Pero está presente como trasfondo del tema “Estròfica”. Para mí, el “Cant de la Sibil·la” es crucial a nivel vital. En mi familia se ha transmitido de generación en generación, y cada vez que lo canto lo siento profundamente. Algo me pasa ahí desde que lo aprendí de pequeña. Al hacer el disco, me pregunté cómo podía incluirlo. Cantarlo íntegramente no me cuadraba; me habría hecho pensar en otro concepto completo para todo el disco. Entonces, pensé en lo que cuenta la pieza: la figura de Sibil·la, que baja a la Tierra para avisar que el mundo se acabará, explica cómo será y cuenta que los buenos irán al cielo y los malos irán al infierno, todo de una manera muy potente. Decidí hacer un tema sobre lo que dice desde la perspectiva de una persona de 25 años. Ese mensaje yo lo siento muy presente y actual, porque llevo toda la vida oyendo que estamos agotando los recursos y que estamos al límite. En “Estròfica” quise hacer una canción sobre el fin del mundo, pero añadiendo algo de confusión a esa dicotomía del bien y el mal. No todo es tan infantil, ni blanco o negro. Creo que en esa realidad hay un espacio para el caos y la injusticia. En el tema me pregunto qué quedará de todo eso, y respondo diciendo que no lo sabemos y que cualquier cosa podrá pasar, y que no estamos preparados para nada.
“Estròfica” habla del futuro en clave inquietante, y es uno de los temas que incorpora ingredientes electrónicos, incluyendo inflexiones cercanas al hip hop. También está “Persones”, pieza turbia que transmite desconcierto: “Els éssers humans fan coses molt estranyes”.
Es hermana de “Estròfica”. Para mí siempre ha sido muy fuerte pensar que todos estamos aquí conviviendo aun teniendo la capacidad de hacer el mal. Estamos como coordinados para no reventarnos entre nosotros. Aunque tenemos la capacidad de agredirnos, no lo hacemos. Pero algunos sí lo hacen: personas que se saltan esas normas y hacen el mal, matan a animales, huyen, se esconden, hacen cosas raras. La canción va del misterio que hay detrás de nuestro funcionamiento como personas.
Aunque este es tu primer disco, te diste a conocer antes como protagonista del filme “Sempre dijous”, de Joan Porcel, premio al mejor documental nacional en el festival In-Edit de 2020. Fue un poco raro presentarte al mundo sin tener todavía una sola canción grabada.
Para el marketing supongo que ha sido terrible. Pero fue una propuesta de Filmin. Vino el COVID y, aunque ganamos el In-Edit, la repercusión la viví de una forma muy rara, sola desde casa, todo online.
En el documental apareces simbolizando cierto ideal de pureza mediterránea.
Pero esos ingredientes te vienen dados, yo no elegí Valldemossa, ni la familia que he tenido, ni esos valores. Ha sido después, de mayor, cuando me he dado cuenta de todo eso. Yo simplemente he estado ahí.
Giraste con Maria Arnal i Marcel Bagés en la campaña de “CLAMOR”. ¿Qué representó para ti?
Lo más inspirador fue hacer de corista y ocupar un lugar que no fuese el de cantante en primera línea, dando la cara, explicando el proyecto… Me cogieron por mi registro grave, curiosamente, una cosa que yo no tenía muy explotada.
Tu propuesta es en catalán. ¿Eso la convierte en resistente o reivindicativa en el actual contexto político, con PP y VOX al frente del gobierno balear?
El contexto político que vives es lo que coloca a tu obra como reivindicativa o no reivindicativa. Si todo fuese normal, siendo yo una tía de Mallorca que hace música en mallorquín, este disco no tendría nada de reivindicativo. Pero el contexto te sitúa y tú, sin darte cuenta, de golpe te ves que estás reivindicando cosas. Yo no soy ninguna especialista de estas cosas y puedo meter la pata. Pero si el contexto se hace tan hostil… Ahora están intentando que en la escuela no haya asignaturas en catalán, y que si vas al médico no puedas pedir que te atiendan en esa lengua. Entonces, sacas un disco como este y te dicen “¡qué reivindicativa eres!” solo porque haces cosas en tu idioma.
¿Te molesta esa interferencia de la realidad en tu discurso artístico?
A mí la realidad me molesta, me molesta mucho, es algo que me patina. Simplemente me parece muy fuerte que algo natural, ser de Mallorca y hacer cosas en mallorquín, sea una reivindicación.
Se vuelve a poner en duda la unidad de la lengua catalana, algo que parecía superado, pese a los repetidos pronunciamientos académicos y políticos.
En España no saben qué idioma se habla en Mallorca, Menorca, Ibiza, Formentera… No se acepta que en el siglo XIII vinieron los catalanes, invadieron las islas, las saquearon y se las quedaron. Y a partir de ahí, nosotros tenemos los apellidos que tenemos y hablamos lo que hablamos. Pero es ridículo tener que estar explicando todo esto. ¿El andaluz no es castellano? Nadie pone eso en duda. Y ya no hablemos del mexicano, en otro continente... ¿Cómo se puede estar tan perdido en estas cosas? ∎