Las difíciles relaciones con RCA y su adicción a las drogas dificultaron el proceso de grabación de
“Coney Island Baby” (RCA, 1975). Tras unas infructuosas sesiones con Katz, Godfrey Diamond toma las riendas y logra que Reed vuelva al redil con un disco regenerador, pero sin incidencia en las listas de ventas.
Clive Davis lo acoge en Arista, donde debuta con el fallido
“Rock And Roll Heart” (Arista, 1976), en un momento en el que su figura vuelve a ser reivindicada por la escena punk. Reed reniega de su supuesta responsabilidad como inductor del movimiento y se dispone a dar otro giro maestro, contando de nuevo con Richard Robinson (productor de su debut en solitario) para confeccionar
“Street Hassle” (Arista, 1978), un compendio de lo mejor de toda su trayectoria previa. Regresan la clase y el desencanto, su aguda mirada de cronista callejero, el estilo que lo ha convertido en clásico. Y justo cuando la nueva ola reclama el retorno a las breves píldoras pop, se extiende más allá de los diez minutos en el tema titular del LP, que contiene, sin acreditar, un recitado de Bruce Springsteen. De nuevo a la contra, otra vez en plenitud de facultades, protagoniza su enésima resurrección y remata el año con “Live. Take No Prisoners”.
Pero tras el resplandor cegador llega de nuevo la oscuridad, y ni “The Bells”, donde por primera vez comparte tareas de composición (con Nils Lofgren o Don Cherry), ni el más inspirado
“Growing Up In Public” (Arista, 1980), que liquida su contrato con Arista, rayan a un nivel alto. Entre ambos, se ha casado con la diseñadora Sylvia Morales. Parece haber entrado en otro período de calma, lejos de sus épocas más turbulentas, y regresa por la puerta grande a RCA con
“The Blue Mask” (1982), un disco autorreferencial desde la portada (un guiño a “Transformer”), donde recupera la crudeza de antaño y se beneficia de la aportación del guitarrista Robert Quine (Richard Hell & The Voidoids), prolongada en
“Legendary Hearts” (RCA, 1983) y la consecuente gira, aunque no en los ramplones
“New Sensations” (RCA, 1984) y
“Mistrial” (RCA, 1986), quizá el trabajo menos afortunado de una década que volvería a terminar en la cumbre con “New York”, un canto a la ciudad sin la que no se entendería su obra.
Para entonces, también ha sido rehabilitado por la generación del noise y el rock alternativo gracias al redescubrimiento de The Velvet Underground, que se ha incrementado con la aparición de material inédito y cajas conmemorativas. También se exhibe en eventos benéficos de todo tipo, convertido en un venerable prócer del rock. Hace tiempo que no tiene nada que demostrar y, aunque conserva su imagen de personaje incómodo para los medios, disfruta de una madurez en la que se aúna el reconocimiento por su legado y el aplauso por un nuevo disco. La entrada en los noventa no puede ser más dulce.