No lleva ni diez minutos de concierto cuando Mick Harvey nos deja claro que lo suyo es escoger el material “más deprimente” de aquellos compositores a quienes adapta. No lo puede remediar. El público, qué le va a hacer, ríe. Lo hizo al introducir “Dirtnap Stories”, una canción de Lee Hazlewood que habita en las antípodas del ritmo grácil de “These Boots Are Made For Walkin”, principal anclaje hazlewoodiano en nuestro imaginario, aunque también venga servida en forma de dúo mixto: aquí su Nancy Sinatra es Amanda Acevedo, mexicana de 24 años a quien, como contaba aquí mismo Jesús Rodríguez Lenin en su crítica de “Phantasmagoria In Blue” (2023), conoció en Ciudad de México en una gira de PJ Harvey en la que el australiano tocaba la guitarra, tal y como muchos años antes hizo para Nick Cave And The Bad Seeds, y antes en The Birthday Party y los seminales The Boys Next Door. Algo deben tener la muerte, el anhelo y el influjo de lo atávico para estar tan íntimamente ligados a toda una saga de ilustres músicos australianos, de la que él forma parte.
No es solo la materia prima lo que invita a la circunspección: también lo balbuciente de un repertorio que no ha sido rodado. Harvey advierte a la audiencia: este es el concierto en que estrena el material de “Five Ways To Say Goodbye” (2024), álbum publicado hace solo seis días. Que no le tengamos en cuenta si algo sale mal. No sabemos si sentirnos afortunados por ser los primeros o atarnos los machos. Con perdón. El caso es que el tipo mantiene su aura de pequeña leyenda y cierto carisma, ese que libera el peso específico de las figuras con poso histórico, pero todo irradia precariedad: Harvey sostenido por su guitarra y una voz a la que le costó entrar en calor, apenas acompañado por un cuarteto de cuerda local –tres violines y un violonchelo– que se las apaña la mar de bien y la aportación vocal de la mexicana, que casi siempre ejerce más de complemento que de contrapunto, desmintiendo que esto pueda llega a ser una reedición de aquella vieja alianza con Anita Lane de mediados de los noventa. De hecho, les separan casi 40 años.
Emergen los contornos de una “Love Is A Battlefield” (Pat Benatar) escasamente reconocible y, cuando se arrancan a recuperar una canción de “Four Acts Of Love” (2013) que no logro identificar, alguien lo anima de viva voz desde la barra de la sala 16 Toneladas –algo más de media entrada, quizá dos centenares de almas a ojo de mal cubero– a que rescate “The Way Young Lovers Do” (Van Morrison), incluida en aquel mismo disco de hace once años. “Quizá más tarde, aunque hay más personas en la sala”, le advierte Harvey. No cayó. Sí lo hicieron “When We Were Beautiful And Young”, “A Suitcase In Berlin” –popularizada por Marlene Dietrich, abordada por él solo– y su versión de “Unicornio”, de Silvio Rodríguez, alternando castellano –ella– e inglés –él–, esta vez sí en contrapunto, aunque fuera por una cuestión meramente idiomática. Un modus operandi que repitieron con “Al alba”, de Luis Eduardo Aute, que en sus manos sonaba a algo así como un dueto entre Leonard Cohen y Gaby Moreno, folk hermanando tradiciones teóricamente distantes, la anglosajona y la hispana. Casi toda la materia prima procede de los dos últimos discos antes citados. Música popular del siglo XX, aunque el centro de sus galletas estipule que vieron la luz en el XXI.
Lo mejor llega en la recta final, tras excusarse por no poder tocar “The Art Of Darkness” al piano, tal y como fue concebida y como suena en su último álbum, sino con la guitarra (ay, de nuevo la precariedad). El ánimo revive y la planicie se disipa con “We Had An Island” (Fatal Shore) y especialmente con una ardiente “Setting You Free” (David McComb, de The Triffids), ambas con la única compañía del cuarteto de cuerda, antes de encarar un bis en el que, de nuevo con Amanda Acevedo, resucita “Out Of Time Man” (Mano Negra), “Prévert’s Song” (Serge Gainsbourg: inmortalizada en su “Intoxicated Women” de 2017, junto a Jessica Ribeiro) y de nuevo la sombra de Gainsbourg en una fogosa “Bonnie And Clyde”.
El sonido había rayado a gran altura, y su set vino precedido por 40 minutos a cargo de Moves, cuarteto radicado en Barcelona en el que la intensa y dramatizada voz de la holandesa Jacqueline Seligmann y la guitarra de Matías Segovia, reforzadas por la de Vicente Maciá (Carrots, Pigmy), se afanan en recrear un corpus expresivo de reminiscencias after-punk un pelín góticas, en la estela de Nick Cave o Diamanda Galás. Consecuentes y eficientes teloneros. ∎