Arca, sin etiquetas. Foto: Val Palavecino
Arca, sin etiquetas. Foto: Val Palavecino

Festival

Primavera Sound Santiago: entre la cordillera y el mar

El pasado fin de semana –entre el viernes 11 y el domingo 13 de noviembre– asistimos al esperado debut de Primavera Sound en Santiago de Chile. El gran cartel de artistas pasó por el Parque Bicentenario de Cerrillos dejando las postales musicales más destacadas del año, hasta ahora.

Llegó el momento en que las letras luminosas características de Primavera Sound brillaron por primera vez delante de la cordillera de los Andes, en el principal corredor de vientos que posee la capital construida en un valle rodeado de montañas: el exaeropuerto, reconvertido en Parque Bicentenario Cerrillos. En un país con tan solo una década de experiencia sostenida en la producción de festivales de gran envergadura y acostumbrado a carteles afirmados en nombres de revival y poca actualidad, el proyecto barcelonés brilló por los –y sobre todo las– grandes artistas en el mejor momento de sus carreras. También por la comodidad del recinto en relación a la cantidad de asistentes (menos es más, sobre todo cuando hablamos de macrofestivales). Algo que llama la atención es que el público fue mucho más feminizado y juvenil que en otros grandes eventos, algo que se podía intuir por la composición del cartel.

Algo que no estuvo presente fue la efervescencia en el ambiente previo y durante el festival característicos de Primavera Sound Barcelona, tanto en su comunicación como en su relación con la ciudad. Podría haberse llamado de otra forma y hubiésemos sido testigos de un gran fin de semana de todas formas. Es de esperar que esta relación entre la capital y el espíritu del festival –lo que lo ha convertido en uno de los eventos más importantes del mundo– se afiance en los años que vienen. Ya está confirmado que, al menos en Chile, hay planes de realizarlo hasta 2026. JT

Derby Motoreta’s Burrito Kachimba: madrugadores. Foto: Gary Go
Derby Motoreta’s Burrito Kachimba: madrugadores. Foto: Gary Go

Viernes, 11 de noviembre

Es primavera y en Santiago el cielo está cubierto, el viento mece los cabellos y enfría el cuerpo. No parece ser la descripción ideal para comenzar la crónica sobre un festival, pero la verdad es que sí lo es. Un clima privilegiado para esta época del año y para ser las cuatro de la tarde. No hay ropas ligeras y nadie muere de calor. Todo parece de una madura apacibilidad, prácticamente no hay nadie con cintillos floreados, ni outfits que quiten protagonismo a lo que realmente importa: la selección musical. “La Bienvenida” tuvo de todo para todos. Un arranque a velocidad de crucero, de apacible intensidad, acorde al clima y a la gente que lentamente comenzó a llenar el espacio. Durante la semana, los conciertos de Primavera en la Ciudad fueron calentando los motores en clubes y discotecas de la capital. Por ahí estuvieron Helado Negro, Atom™ o el esperado reencuentro del público con Familea Miranda, así como una decena de artistas que se encargaron de dar ese primer aviso sobre lo que nos esperaba durante tres días. Tres escenarios listos. Dos de ellos turnándose a los cabezas de cartel de la jornada y un tercero más distante, dedicado a la música urbana, fue el paisaje que presentó Primavera Sound Santiago. Los encargados de marcar el inicio desde el escenario Primavera fueron Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, quienes, en su segunda visita al país y en cuarenta y cinco minutos, desplegaron un show de rock psicodélico con toques de raíz que hizo saltar y entrar en calor a los pocos primeros asistentes.

Uno de los platos fuertes fue el esperado regreso de Christina Rosenvinge. La conmemoración de los 30 años de “Que me parta un rayo” (1992) fue la excusa para traer de vuelta a la madrileña, que con este álbum dio fuerzas a toda una generación de mujeres que enfrentaron el fuerte sexismo y machismo de los 90. Diez canciones sobre amor, desamor, rebeldía y libertad sirvieron para sacar la coraza y entrar en el edulcorado y suave tránsito de este LP frente a un público que ya comenzaba a llenar los escenarios. Una metralleta de nostalgia, canciones pop, recuerdos, declaraciones de principios y la angelical y deslumbrante presencia de su líder fueron el leitmotiv del concierto, que repasó un álbum ineludible para su generación y que, en este regreso, coreó sin tapujos clásicos como “Tú por mí”.

Christina Rosenvinge, de aniversario. Foto: Mila Belén
Christina Rosenvinge, de aniversario. Foto: Mila Belén

Esta primera jornada se caracterizó por oscilar entre la nostalgia y lo nuevo. Esto último representado por una banda como CHAI. El público juvenil llenó el el escenario Primavera rápidamente, antes de su llegada. Un show aeróbico, coreográfico, de música y pistas programadas, que mezcló instrumentos, sintetizadores y samplers en vivo, fue parte de la energética presencia de las cuatro integrantes del colectivo musical japonés, que hizo un repaso por sus tres álbumes. La recepción fue, para quienes no las conocían, de absoluta y grata sorpresa, mientras que para los fans fue un total desborde de juegos, gritos y energía que acompañaron con baile y saltos en medio de las pegajosas canciones, incluyendo versiones de Daft Punk, Spice Girls y Michael Jackson.

El encuentro pasó del éxtasis de las niponas al calmo y sobrio show de Kevin Kaarl. El cantautor compareció en el escenario Santander acompañado por su guitarra y, en ocasiones, por un segundo integrante que armonizó con sutiles pasajes de trompeta. “Cómo me encanta” o “Vamos a Marte” fueron parte de las canciones que presentó, en un buen resumen de sus dos álbumes de estudio que, si bien no consiguieron conectar del todo con el público, sirvieron para bajar las revoluciones y disfrutar el resto de la jornada.

Distorsión, rapidez, crudeza y rock sin contemplaciones. La banda de punk chilena Fiskales Ad-Hok se presentó en el escenario Primavera contra todo pronóstico, dejando un presente para el punk dentro de un contexto mainstream. Desde finales de los 80, el grupo ha utilizado okupas, escenarios improvisados y grandes espacios en base a un rock simple, letras afiladas y un show en vivo que despliega experiencia, rabia y conexión con el público. Tras los primeros acordes, los asistentes rápidamente comenzaron el mosh al ritmo de un repertorio que repasó los principales hitos de su discografía. Contra Iglesia, políticos, medios de comunicación, televisión y, en definitiva, contra toda institución jerárquica, la banda liderada por el vocalista Álvaro España demostró oficio y experiencia, dejando a su paso uno de los grandes conciertos de la jornada.

Beach House: bruma shoegaze. Foto: Mila Belén
Beach House: bruma shoegaze. Foto: Mila Belén

Oscuro, a contraluz, apenas dejando ver las siluetas. Así se presentó en el escenario Santander Beach House, que gira por el mundo a través de ese delgado, sutil y mínimo dream pop. Brindó uno de los conciertos que acaparó la mayor atención de público. Un set extenso, de más de dos horas, sirvió para repasar gran parte de sus discos monocromáticos y contundentes, firmemente enraizados en ese pop melancólico nacido a mediados de los 80. Sin grandes discursos, sin gran parafernalia, confiados en su música y en una estética mínima, anti-rockstar, llenaron el espacio y demostraron por qué eran uno de los platos fuertes del primer día.

No hay bienvenida que no tenga fiesta y esa fue la tarea de John Talabot, encargado de cerrar la jornada desde el escenario Primavera, que brindó un show encendido, palpitante, donde jugó con los filtros, subgraves y ritmos en cuatro por cuatro que hicieron bailar a los asistentes que decidieron resistir el frío y continuar la celebración. Hizo un set de casi dos horas en el que intercaló sus propias creaciones con improvisaciones, formando un collage musical que transformó el recinto en pista de baile. A punta de deep house y techno, demostró por qué es uno de los mejores representantes del género electrónico en España y por qué ha sido residente de espacios míticos de la electrónica o celebrado por importantes medios en todo el mundo. Pese al frío, “La Bienvenida” fue una excelente forma de calentar para el resto de los días del festival. Buenos conciertos y buen sonido marcaron el inicio de la cita, que destacó por una diversa curaduría musical. SH

Sábado, 12 de noviembre

Santiago Motorizado, uno de los pilares del indie latinoamericano de la última década, abrió la jornada en el escenario Santander. No solo estamos frente a un gran gestor, sino también frente a un compositor sensible y un intérprete cuya voz reina en, al parecer, todos los géneros. Paseó por temas propios, por los de su banda, por los de compañeros del sello Laptra –Las Ligas Menores y 107 Faunos– y por piezas de la banda sonora de “Okupas”, serie argentina de culto remasterizada y estrenada en Netflix con música suya. Hubo indie rock, pero también canción popular latinoamericana y cumbia, con una versión de “Tonto corazón” en la que originalmente colabora con Vicentico. No podríamos haber tenido una mejor bienvenida. Como dicen los gen Z: Contenido wholesome”.

Santiago Motorizado, referente indie latinoamericano Foto: Val Palavecino
Santiago Motorizado, referente indie latinoamericano Foto: Val Palavecino

El amor por la música y el fanatismo son los cimientos que mantienen en activo tanto a la Congelador como a la discográfica Quemasucabeza, que fue uno de los elementos transformadores de la música chilena independiente del nuevo siglo. Es 2022, Congelador sube a la tarima del escenario Primavera y comienza el ruido, en el mejor de los sentidos. La excelente técnica del escenario acompañó a la banda y se produjo la magia. Ese efecto hipnótico, el de estar encerrados en una burbuja de metal, a merced del trío. Y luego también a cargo de la invitada, Lorena Pulgar, de Chicarica. Con un set enfocado a sus obras más recientes, el grupo enviaba esa vibra de quien sabe mucho pero no lo hace ver. Como ese compañero de clase tímido pero lleno de tesoros. Un apunte: pocos, poquísimos músicos más elegantes existen en la escena chilena que Walter Roblero de riguroso negro tocando su bajo.

Podríamos hablar de la “maldición chilena” de Carolina Durante. Dos veces se han presentado en el país y las dos han tenido graves problemas de sonido. La primera fue en marzo de 2022, en la sala Metrónomo, un espacio que ofrece una experiencia de sonido deficiente de manera permanente. La segunda fue en el escenario Pepsi este sábado. El concierto tuvo que detenerse por unos instantes a pesar de que para el público todo sonaba perfecto, contundente. En las primeras filas estaban sus fans más acérrimas, como una barra brava de partido de fútbol (en el buen sentido, si es que es necesario aclararlo). Más atrás, una gran cantidad de probables nuevos adeptos porque, a pesar de los problemas técnicos, las canciones directas de la banda brillaron por su gran ejecución y el carisma de Diego Ibáñez. En un festival lleno de “cayetanos”, Carolina Durante hizo que Chile quiera recibirlos todas las veces que quieran volver.

La banda de rock más importante de la historia de Chile también estuvo presente. Ubicados en el escenario Puntoticket, Los Jaivas confirmaron que su vigencia es permanente, congregando una gran cantidad de público de todas las edades. Al igual que en muchos países de Latinoamérica, en Chile la discusión de la identidad es algo que nunca termina y los elementos que la definen cambian casi de acuerdo a quién es la persona que emite la opinión. Pero hay algo claro: Los Jaivas son ese sonido local. Son historia, son pasado y memoria colectiva, pero también presente; aquello salta a la vista. Una de las postales más conmovedoras de la jornada fue al inicio, con Claudio Parra y su piano en “Tarka y ocarina”, mientras que ver a Juanita Parra en su batería siempre es un placer. Más allá de su gran técnica, que la tiene, también brilla por su puesta en escena, como si ella y el instrumento hicieran un baile. Hipnótica. Quedamos con ganas de más, cómo no, con una discografía tan amplia y un tiempo tan acotado en relación a ella. Quedaron fuera obras que son una maravilla como “Todos juntos” e “Hijos de la Tierra”, pero lo bueno es que tenemos a Los Jaivas para mucho rato más. Podremos seguir escuchando.

Los Jaivas: leyendas locales. Foto: Val Palavecino
Los Jaivas: leyendas locales. Foto: Val Palavecino

Comenzaban a caer unas gotitas tímidas de lluvia cuando Michelle Zauner –la jefa de Japanese Breakfast– subió al escenario Santander entre gritos encendidos. Cómo no, si el público chileno la estaba recibiendo en su mejor momento: best seller con su libro de memorias cerca de convertirse en película con ella a cargo del guion y con “Jubilee” (2021) bajo el brazo. Todo fue fiesta, no importaba el viento, no importaba el frío, la sonrisa cálida de la artista y sus canciones luminosas de su último trabajo servían de cobijo. También pasó por “Glider”, una de las canciones compuestas para la banda sonora del videojuego “Sable”, pieza interesantísima que demuestra que Zauner puede pasar del pop y el rock a los sonidos más ambientales con el mismo talento que exudó en el escenario de Santiago.

Lo que las sad girls de diferentes edades estábamos esperando era el debut de Phoebe Bridgers en Chile. Si durante la pandemia fue Jessie Ware la encargada de hacernos bailar en los dormitorios, Bridgers fue la que nos acompañó en los momentos más vulnerables con “Punisher” (2020) y las demos de boygenius, la banda que forma junto a Lucy Dacus y Julien Baker. De riguroso traje blanco –ella y Annie Clark se pelean por el puesto al mejor guardarropa de power suits en el indie–, subió al escenario casi al anochecer, justo cuando acababa de sonar “Down With The Sickness” (Disturbed) como cortina. Un concierto con “Punisher” como piedra angular y que, al mismo tiempo, fue meet and greet (¿acaso no debieran ser siempre así? Normalicemos el estrellato, ya es hora). La artista se tomaba momentos para hablar al público, a les chiques de las disidencias sexuales, sobre el aborto (recibió de regalo un pañuelo verde abortero, símbolo de la lucha por el derecho acá en el Cono Sur) y también sobre las discusiones con los padres. Sobre la vida y cómo la vivimos, finalmente. Bajó del escenario Santander, abrazó a sus fans y luego subió para destruirlo todo entre ruido y humo con “I Know The End”. Que vuelva, por favor.

Las nubes negras que amenazaron durante la tarde explotaron en medio de los conciertos de Lorde y Bad Gyal, pero el agua copiosa no fue un problema para los asistentes. Lorde entregó un show memorable empapada y con el maquillaje corrido, mientras que Bad Gyal nos quitó el frío a punta de beats. Cuando llegó el momento de asistir al espectáculo de Arca en el escenario Primavera tampoco nos importó caminar por el barro hasta el escenario más alejado del festival, porque por fin la teníamos cerca. Algo que ya sabemos: la venezolana es una artista con todas las extensiones que se puedan hacer de esa palabra. Trasciende todos los límites: los del formato canción, los de los géneros musicales, los identitarios y también aquellos que dictan cómo debe ser un concierto. Es su propia maestra de ceremonias y titiritera de su público. También es una gran improvisadora, pues en eso se sustenta todo su espectáculo; la dirección de este la marcan su propia performance y las sensaciones y reacciones de la audiencia. Las máquinas están al servicio de los sentimientos y la energía del momento. Qué instantes más felices vivimos esa noche junto a ella. Y también mucho humor. En medio de “Prada”, encima de la mesa con sus equipos, bailando y haciendo su magia, apareció otro momento memorable: Todo quedó en silencio y dijo: “He desenchufado la máquina con el tacón Prada. Espérate que yo sé arreglar esto, lo he desenchufado en serio. Pero la canto otra vez, ¿verdad?”. Cántala siempre, Alejandra. Aquí estaremos. JT

Domingo, 13 de noviembre

El tercer y último día del festival tuvo una vara alta que sobrepasar. La lluvia del día anterior generó una mística especial. Rayos, truenos y por momentos un fuerte aguacero. Los cuerpos se reunieron y la fricción, el ritmo y la energía de los shows crearon su propio abrigo. Hubo algo de comunión, de sentir que todos estuvieron amparados bajo la protección del sonido. Fue una dura tarea finalizar con ese mismo éxtasis la jornada. Fue una fecha intensa y de muchos buenos conciertos.

El sol salió temprano. La temperatura subió. El calor estaba en todos los rincones. El espacio estaba lleno, lo mismo que la buena música. No hubo tiempo que perder. La programación tuvo de todo, pero hubo que pensar y moverse rápido, escoger estratégicamente lo que se quiso ver. No hubo contemplación ni respiro y eso le dio un sentido de apremio mayor; hizo de la experiencia algo más urgente.

Difícil de clasificar, pero con una intensidad, crudeza y visceralidad muy definida, Familea Miranda partieron de cero a cien desde el escenario Primavera. La distorsión, muros de sonido, la intensidad de la batería, el volumen de las guitarras, en definitiva cualquier campo utilizado por el grupo se convirtió en experiencia tribal. El show sumergió a los asistentes en una atmósfera que mezcló la crudeza del rock, la intensidad del post-rock, lo primitivo de la psicodelia, la libertad del jazz y la experimentación de la vanguardia. Un set corto fue suficiente para esta banda con mucho oficio en el escenario. La incorporación de un saxo dio nuevos colores a una música hecha para ser abrazada en toda su fuerza y volumen. En el escenario Santander durante el concierto de José González ocurrió lo contrario. El contraste era demasiado evidente. No hubo sudor, volumen, ni distorsión. Solo un hombre con su guitarra y un micrófono frente a los labios, que liberó suaves y contundentes versos a través de una frágil voz. Un concierto mínimo que, con pocos recursos, consiguió lo máximo. Su repertorio se construyó a partir de una serie de exiguos movimientos, con una fragilidad que interpeló a una audiencia que, hipnotizada, entró en el trance sonoro. Incluyó en su repertorio “Killing For Love”, “Cycling Trivialities” o “Swing” y neutralizó el ruido que venía de lejos, con canciones que lograron atrapar a los asistentes.

Familea Miranda: libertad total. Foto: Val Palavecino
Familea Miranda: libertad total. Foto: Val Palavecino

Al otro extremo del recinto, en el escenario Primavera, Los Planetas respondieron al ADN original del festival: rock indie de guitarras que dialogaron entre sí, canciones distorsionadas, capas de volumen e intensidad basadas en esa tradición norteamericana del sonido independiente que coquetea con el pop, pero con ese toque hispano que le da su propia particularidad. Diez álbumes, más de cuarenta singles y EPs, y treinta años de carrera fueron parte del contundente currículo de una banda que no necesitó de ningún artificio para dar un concierto ideal para contemplar a la sombra de los árboles.

Lo interesante de los festivales masivos es que puedes pasar de un espacio pequeño e íntimo a un escenario grande y lleno de público; de una banda independiente a un artista que se mueve en el mainstream. Bajo el nombre de “Björk Orkestral”, acompañada de la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles (FOJI) y bajo la dirección del Bjarni Frímann, Björk presentó un show temático que pasó de la sobriedad del rock a un espectáculo de gran ornamentación escénica. A pesar del horario, del calor y de que quizá no fue el lugar idóneo para un concierto de esa magnitud y delicadeza, el público llenó el escenario Puntoticket, disfrutando durante setenta y cinco minutos de uno de los momentos más esperados del festival.

Señor Coconut And His Orchestra: la fiesta es para todos. Foto: Val Palavecino
Señor Coconut And His Orchestra: la fiesta es para todos. Foto: Val Palavecino

Hubo que correr para llegar al escenario Pepsi y ver uno de los conciertos más extravagantes de la jornada: Señor Coconut And His Orchestra. Kraftwerk con chachachá es, si se pudiera definir, lo que desarrolla esta inventiva banda liderada por Uwe Schmidt, más conocido como ATOM™. Más que un recital, lo que vimos fue una verdadera fiesta. El combo concedió un set inventivo, creativo, lúdico, intenso y, sobre todo, lleno de baile. Si grupos como Los Planetas son el ADN del festival, lo de Señor Coconut debería ser el estándar de cualquier evento de estas magnitudes: búsqueda por visibilizar propuestas rupturistas que han marcado y cambiado la forma de concebir la música. Tras el cierre de la fiesta, con una propuesta delicada y con suaves matices, Father John Misty mostró otra faceta. El escenario Primavera se llenó de fans que esperaron con ansias que iniciara un concierto que, a pesar de los problemas técnicos, consiguió capturar a los asistentes con su propuesta folk. Canciones como “Total Entertainment Forever” o “Nancy From Now On” confirmaron el buen momento y dominio de Joshua Tillman en el escenario.

En el mismo espacio que Señor Coconut y acompañados por el mismo ATOM™, Föllakzoid hizo un concierto experimental, andrógino y hondo, creando una suerte de teatro de lo mínimo que osciló entre el exceso y el vacío, construyendo un sonido de un profundo sentido de la psicodelia, el viaje y transportación. Los asistentes pudieron contemplar un viaje chamánico-futurista donde la líder de la banda, Dominga, ofició de maestra y guía a través de mínimos movimientos, trances y esculturas corporales que revelaron una performance necesaria para un show igual de necesario en este festival.

Caroline Polachek, princesita pop. Foto: Val Palavecino
Caroline Polachek, princesita pop. Foto: Val Palavecino
La estadounidense Caroline Polachek fue la encargada de dar cierre al ciclo en el escenario Primavera, haciendo gala de un pop de enorme despliegue y elegancia. Perfección y delicadeza, su performance es una especie de engranaje donde el cuerpo es parte del espectáculo, en el que los movimientos son delicados, estilizados y llamativos. “Sunset”, “Billions” o la versión de “Breathless” (The Corrs) fueron parte de un repertorio en el que destacaron su voz y el sonido que acompañó cada canción. “Hermoso” o “asombroso” fueron algunos apelativos que muchos de los asistentes utilizaron para describir la actuación de la estadounidense, un cierre con broche de oro. SH

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