En julio de 1976, Ramones aterrizaban en Londres para contribuir a prender la mecha del punk mientras Sex Pistols y The Clash tomaban buena nota. “Ramones”, el álbum de debut del cuarteto neoyorquino, se había publicado el 23 de abril de ese mismo año. Treinta años después, de los cuatro Ramones originales, el único superviviente, Tommy, su batería, es el principal testimonio de la crónica de un momento histórico, auténtica pieza de resistencia del punk rock.
Por Eduardo Guillot

En 1975 las listas de éxitos estadounidenses estaban lideradas por Barry Manilow, Eagles, Elton John, America, Olivia Newton-John y Earth, Wind & Fire. Cuando los Ramones giraban el dial, no encontraban nada ni remotamente cercano a sus estilos favoritos: el rock’n’roll de los cincuenta y el pop de los sesenta. Así que decidieron hacerlo ellos mismos, sin considerar un impedimento su falta de pericia instrumental. La suya fue una reacción natural e incruenta, fruto del aburrimiento. El primer LP de Ramones, elegido entre los mejores del siglo XX según Rockdelux 200 (en el puesto 49), es una colección de viñetas adolescentes protagonizadas por cuatro inadaptados que pasan el rato esnifando pegamento, viendo películas de serie Z y soñando con amores imposibles. Nada que ver con las pretensiones arty de Talking Heads o la reflexión autoconsciente de Richard Hell, por citar a dos de sus más ilustres compañeros en el CBGB neoyorquino, y mucho menos con la virulencia ideológica de sus herederos londinenses, aquellos que encontraron en “Ramones” el detonante que andaban buscando. “Si ese disco no hubiese existido, no sé si podríamos haber construido una escena aquí”, afirmaba Joe Strummer (The Clash) en el documental “End Of The Century. The Story Of The Ramones” (Michael Gramaglia y Jim Fields, 2004).
En ocasiones, las canciones ni siquiera alcanzan los dos minutos de duración (“no hacemos solos de guitarra; eso aburre”, aducía Johnny Ramone) y van acompañadas de unas letras de simplicidad insultante (la mitad de ellas, basadas en la oposición “quiero/no quiero”), pero su efecto es devastador. Daniel Rey (quien pasaría por Wild Kingdom, banda liderada por el ex-Dictators Dick Manitoba, y acabaría colaborando con Ramones) lo recuerda en la película citada: “Igual que otros muchos, pusimos el álbum por primera vez y nos reímos, pero no podíamos dejar de escucharlo. Al instante convirtió en obsoleta la mitad de nuestra colección de discos”.
¿Cómo consiguieron Ramones provocar tal revolución? ¿Cuál es el secreto de un disco grabado con un presupuesto irrisorio por cuatro veinteañeros de barrio? Como suele ocurrir en la historia del rock, no hay nada que no se construya sobre cimientos prexistentes. De hecho, el disco que inventó el punk no es más que un compendio de pop salpicado de surf. El álbum contiene el tema “Chain Saw”, homenaje a “La matanza de Texas” (“The Texas Chainsaw Massacre”, 1974). La película de Tobe Hooper permanece en la memoria como un filme tremendamente sangriento, pero una revisión demuestra que en realidad no aparece tanta sangre en la pantalla. Es el impacto de las imágenes lo que logra provocar esa percepción a posteriori. De igual modo, y aunque a menudo se confunda punk con aceleración, la clave de la vigencia actual del debut de Ramones no reside en la velocidad de ejecución de las canciones (lenta, si se compara con cómo acabarían interpretándolas en directo), sino en su reivindicación de una concepción del pop que había sido desterrada por los grupos de los setenta. “I Wanna Be Your Boyfriend” es digna de Phil Spector (preconizando su posterior encuentro en 1980 en “End Of The Century”), y los coros playeros campan a sus anchas reforzando y engrandeciendo unos estribillos adhesivos, extremadamente fáciles de recordar y candorosamente teenagers. Y eso, mientras no se demuestre lo contrario, es pop en estado puro. ∎