Hay obras que concentran parabienes sin posibilidad de disentimiento. Trabajos cuya indiferencia con el paso del tiempo resulta hasta paranormal. Esfuerzos que catapultan a sus autores a la categoría de genio sin tener que forzar la hipérbole. Hay pocas obras que aúnen lo anterior, pero las hay. Y “69 Love Songs” (Merge, 1999) de The Magnetic Fields es una de estas. La visión pop panorámica que un treintañero Stephin Merritt (Yonkers, 1965) vertió sobre su tiempo y entorno sigue siendo una lección de cómo convertir lo minúsculo en mayúsculo.
El sexto álbum de The Magnetic Fields –la personificación más aventajada y reconocida del músico estadounidense, sus otras encarnaciones son The Gothic Archies, Future Bible Heroes o The 6ths– se talla como una monumental exploración de los entresijos del amor. 69 orgasmos –que pudieron ser más, pero el número era demasiado goloso como para saltárselo– en los que se desenvuelve como un resabiado músico explorando la amplitud sónica del pop y sus aledaños. Un monolito electroacústico que multiplicó las habilidades compositivas de uno de los grandes de nuestro tiempo. Y así se podrían suceder los calificativos asociados a esta obra hasta completar 69 secuencias de superlativos.
Era 1999 y este neoyorquino afincado en el East Village, desde sus largos hospedajes en la cafetería St Dymphna’s y el Dick’s Bar, cambiaba el curso de su propia trayectoria, allanaba el sendero del pop lo-fi por venir, cerraba con honores el archivo pop del siglo XX y, de paso, se convertía en soporte ubicuo para una cantidad considerable de oyentes que cayeron rendidos a sus encantos líricos y vocales. Luego seguiría suministrando deleite con obras no menos ambiciosas y admirables –ahí están “i” (Nonesuch, 2004) o “50 Song Memoir” (Nonesuch, 2017), por citar un par–, aunque la efeméride obliga a detenerse en la que aún se celebra sin que el tiempo la haya apercibido.
A este avezado cartógrafo del mapa sentimental le precede fama de huraño, parco en palabras y hasta cierta hostilidad con los entrevistadores. Sin desmentir esa imagen, parece que la edad ha aplacado ligeramente su temperamento. De vuelta a Manhattan, después de una temporada en Los Ángeles, en este encuentro a seis mil kilómetros de distancia, bajo reglamento de conversación telefónica, no faltaron los silencios incómodos, respuestas breves y hasta la negativa –justificada y comprensible– a una de las preguntas lanzadas. Una charla donde también hubo espacio para alguna risa inesperada y hasta alguna respuesta donde se extendió por encima de lo esperado. Todo es perdonable, especialmente para alguien que ha incidido de tal manera en la educación musical y sentimental de tantos melómanos.
Te vi hace unos meses en una gira que recaló en Barcelona. Quería agradecerte esa velada especial. Conseguiste algo bastante inaudito por estos lares, mantener al público callado. Menos de un año después vas a actuar otra vez en Barcelona, esta vez serán dos shows en dos noches consecutivas. ¿Qué podemos esperar de estos?
(Ríe con la anécdota del público guardando silencio). Básicamente “69 Love Songs”. Vamos a tocar el álbum a lo largo de dos noches con más o menos la misma gente que el álbum original, pero algunos músicos se han retirado. La primera noche haremos del principio hasta la mitad del camino, y la segunda noche de la mitad hasta el final.
Mucha gente estará de acuerdo en afirmar que “69 Love Songs” es un clásico imperecedero. ¿También lo sientes así? ¿Cuál es tu relación con este trabajo después de 25 años de estrecho vínculo?
Es complicado. El álbum me convirtió en alguien conocido en algunos lugares. Estoy agradecido de que exista. No lo escucho demasiado. Se hizo bajo unas circunstancias específicas. Es el producto de esas circunstancias. Y buena parte de lo que escucho ahora es como cerciorarse de cómo el amor y las canciones de amor han cambiado en estos 25 años. Por ejemplo, en 1999, aquí en el East Village, la gente moría de sida, había una cultura particular que ya no existe. Y ahora “69 Love Songs”, de forma accidental, suministra una suerte de documento histórico de aquello. Si lo hiciera ahora no habría tantas instantáneas de infidelidad o celos, sino que hablaría más de drogas o de gente viendo la televisión.
El disco aún se recibe como una obra de arte, un monolito del pop. Ambicioso pero accesible, letras cáusticas pero tiernas a su modo, melodías juguetonas, longitudes cortas pero de efecto extenso. Una simplicidad que toca la fibra. ¿Cuando lo estabas gestando eras consciente de estar creando algo tan significativo para la música popular?
Lo intentaba. Intentaba crear un trabajo épico hecho por pequeñas piezas. Sí, tenía la esperanza de crear algo importante. Y realmente ha sido importante para mí.
Has hecho otros discos con una longitud, formato y variedad estilística similar. ¿Te sientes cómodo creando estos álbumes desafiantes en muchos aspectos?
Sí, pero también he hecho álbumes cortos. El último, que se llamaba “Quickies” (2020), era un trabajo corto con canciones de corto minutaje. Estoy cómodo con una amplia variedad de formatos y me gusta cambiar mucho.
Hay una plétora de ecos en tus canciones que conducen hacia distintos géneros, e incluso se construyen muchas veces como sutiles homenajes a otros músicos. ¿Tu objetivo fue crear un álbum que absorbiera todo ese amplio abanico de estilos y que, de algún modo, mostrara tu versatilidad como compositor?
Era 1999 e intentaba resumir el siglo XX no en términos de historia, pero sí en la variedad de géneros y de los distintos tipos de canciones de amor.
¿Cómo decidiste distribuir las canciones dentro de los tres discos que forman el álbum?
Originalmente pensaba que sería en orden alfabético. Pero al probarlo de ese modo era nefasto, porque las ocho primeras canciones eran baladas acústicas. No lo había planteado, y pensaba que funcionaría, pero no funcionaba de este modo. Así que las distribuí más según quién cantaba y el qué, o teniendo otros aspectos en consideración como que no coincidieran seguidas muchas canciones tranquilas o tristes. Así que las terminé situando en lo que consideré un orden normal.
Compusiste buena parte de las canciones, o parte de estas, de bar en bar en Nueva York. ¿Podrías repetir ese proceso creativo en el Nueva York actual?
No, en realidad la mayoría de las canciones fueron compuestas en dos únicos sitios. Principalmente un café durante el día y un bar, pero no hasta muy tarde. Básicamente mi rutina consistía en cuando había bebido demasiada cafeína me movía del café a ese bar, y cuando había bebido demasiado alcohol ya me podía ir a dormir a mi casa.
¿Serías ahora capaz de repetir esa rutina creativa?
Ya no podría hacer eso. No puedo beber mucha cafeína y no me gusta beber mucho alcohol. Me pone mal el estómago. Así que, 25 años después, soy bastante más moderado.
¿Pero aún mantienes esa rutina frenética de componer canciones a diario?
Desde que pillé el COVID he bajado el ritmo. Pero aún así me gusta escribir toneladas de canciones. Y me gusta escribir a diario para mantener activa esa rutina creativa.
Vivir en una ciudad como Nueva York debe facilitar dicha rutina. ¿Crees que aún es una urbe óptima para inspirarte en tu escritura?
Nueva York te inspira mucho.
¿Más que Los Ángeles?
(Se toma una larga pausa). No sé, hace mucho que no estoy ahí y que no escribo desde ahí. Las dos ciudades han cambiado mucho en estos últimos doce años.
Me gustan las canciones tristes y deprimentes. Y cada vez que escucho “My Only Friend” dejo de hacer lo que esté haciendo y me quedo paralizado escuchándola. Me sigue provocando escalofríos pese a las escuchas acumuladas. ¿Qué puedes explicar de este mayestático tema? ¿Qué fue lo que la inspiró?
Hablo mucho sobre otros artistas en “69 Love Song” porque quería hablar sobre canciones más que del amor. No es que tenga nada específicamente interesante que decir sobre el amor, pero sí a raudales sobre la música. Así que decidí escribir una canción sobre Billie Holiday. Es una artista con la que más o menos todo el mundo puede verse identificado o tenerla en cierta estima. Es difícil ignorar su don artístico. Así que pensé en escribir algo sobre eso, más que sobre el hecho de sentir un amor por Billie Holiday o hablar del amor de Billie Holiday por alguien. Trata más sobre estar enamorado de la música de Billie Holiday.
¿Hay algún género que se te resista?
No me he puesto nunca en serio con el metal ni el rap. O la ópera. Porque requieren de unas habilidades vocales que no tengo ni nunca tendré. No es que no quiera, sino que simplemente no haría un buen trabajo. Pero tampoco me importa porque hago un montón de cosas bien.
¿Aún te interesa componer música para el cine?
Sí, aunque no lo hago desde hace bastante tiempo. Pero he compuesto unas pocas bandas sonoras (se refiere a películas como “Eban And Charley”, dirigida por James Bolton y estrenada en 2000, o “Retrato de April”, de Peter Hedges, estrenada en 2003. También ha publicado álbumes con su trabajo en el ámbito del teatro musical: “Showtunes” en 2006 y “Coraline” en 2010).
¿Y qué te mantiene alejado? ¿Hay algo que no te gusta de trabajar en ese campo?
Me gusta componer bandas sonoras, pero me gustaría que me contrataran en una fase más temprana del proceso. Para no tener que desarrollar mi trabajo en dos semanas y tener así la oportunidad de relacionarme con la película y las imágenes.
¿Te preocupan las elecciones presidenciales del próximo noviembre?
(Tras un largo silencio). ¿Preocuparme? Bueno, tenemos elecciones cada cuatro años y no suelen importar. Estas que vienen parecen importar más de lo normal.
¿Qué podemos esperar de ti en el futuro más inmediato? ¿Estás trabajando en nuevo material?
¡Ni hablar! Estoy de gira. Nunca trabajo nuevo material cuando estoy girando. No puedo escribir mientras hago conciertos. Ir de gira es agotador, he escrito muy pocas canciones mientras estoy de gira.
¿Pero te inspira andar por otras ciudades, países y continentes o tienes que estar en tu lugar habitual?
No, para mí es mucho mejor cuando estoy en casa.
Claro, Nueva York.
Sí... ∎