En el número 100 de ‘The Wire’ (junio 1992) se publicó una lista con las cien grabaciones más significativas del siglo XX, que arrancaba con el triple CD antológico “Complete Works Opp 1-31” (1991) de Pierre Boulez y terminaba con el single “Bring The Noise” (1988) de Public Enemy. Entre los discos seleccionados estaba el single “Dedicated To The One I Love”, grabado por The “5” Royales en 1957 en el sello King, de Cincinatti, comentado así por los críticos de la revista británica: “La primera verdadera aparición del bajo eléctrico en el R&B negro. Una letra obsesiva, además de un gran solo de guitarra solista, tan eléctrico y amenazador como el de Ritchie Valens o Link Wray. El grupo era veterano, pero este es un disco fundamental: en el pasado, la edad de oro del doo-wop; en el futuro inmediato, James Brown. No tuvo éxito en el mercado del pop, por supuesto, hasta que lo grabaron The Shirelles (1961) o The Mamas And The Papas (1967)”.
Más allá de su formidable valor musical, aquella grabación –igual que otras de Muddy Waters, del primer Ike Turner o de la orquesta de Johnny Otis– merece ser recordada por su clarividencia artística y por su carácter de piedra angular, un fogonazo que recogía toda la herencia de la música popular negra del pasado y la catapultaba hacia el futuro, quizá sin ser conscientes sus autores e intérpretes de lo que tenían de lúcido y singular en una época de profundos cambios sociales y musicales.
Más adelante sucedería lo mismo con artistas y discos bendecidos por esa rara cualidad de precursores y agitadores, de luminarias adelantadas a su tiempo: por ejemplo, Jimi Hendrix con “Axis: Bold As Love” (1967), Marvin Gaye con “Let’s Get It On” (1971), Stevie Wonder con “Innervisions” (1973) o Donna Summer y Giorgio Moroder con “I Feel Love” (1977), elepés y canciones que son hijas de su época, pero que crearon una escuela y anticiparon un legado que les confiere la categoría de atemporales, que los hace sonar tan frescos y relevantes varias décadas después de su nacimiento y cuya impronta se percibe en decenas de producciones posteriores de otros artistas.
A esa categoría única pertenece el álbum “The Miseducation Of Lauryn Hill”, publicado por Ruffhouse el 19 de agosto de 1998, casi en el hiato del cambio de siglo, el epicentro de unos años convulsos en los que no parecía atisbarse una salida del callejón oscuro y repetitivo en que se había convertido el viejo rhythm & blues (pronúnciese arambi), cuando la música popular negra languidecía entre rutinarias producciones desprovistas de alma y de músculo firmadas por vocalistas de plexiglás, mientras el swingbeat arrasaba en las pistas de baile como un hijo bastardo de la era disco y los cabecillas de la vieja guardia del hip hop se enorgullecían de haber roto los puentes con los supervivientes del soul sureño, refugiados en sellos marginales como Malaco.
“Blunted On Reality” (Ruffhouse, 1994) había situado a los Fugees en la misma división que bandas de postín como De La Soul, A Tribe Called Quest o Digable Planets, la facción más cultivada y ecléctica del hip hop. Aquel fascinante debut presentaba en sociedad a dos raperos de origen haitiano (Wyclef Jean y su primo Prakazel “Pras” Michel) y a su amiga del instituto Lauryn Hill, nacida en Nueva Jersey en 1975, una mezzosoprano que le debía tanto de su educación musical a dos de las grandes divas del soul urbano de los años ochenta –Teena Marie, reina del soul de marfil, y Mary J. Blige– como al guitarrista Carlos Santana o a los grandes del reggae y el jazz. De hecho, parte de esa devoción sincretista se adivinaba en la lista de agradecimientos del primer álbum de los Fugees, donde Lauryn Hill citaba, entre otros, a John Coltrane, Thelonious Monk, Bob Marley, Ella Fitzgerald, Billie Holiday, Miles Davis, Marvin Gaye, Stevie Wonder, Donny Hathaway, Sam Cooke, Aretha Franklin, Jackie Wilson, Nina Simone y The Last Poets.
Fruto de ese marcado ecumenismo musical fueron canciones del segundo álbum de Fugees, “The Score” (Ruffhouse, 1996), como “Fu-Gee-La”, directamente inspirada en el éxito de Teena Marie “Ooh La La La”. O la memorable “To Zion”, dedicada a su primer hijo con Rohan Marley, una hermosa oda a la maternidad, a la alegría de vivir sin ataduras y a la independencia de criterio, pieza mayúscula de “The Miseducation Of Lauryn Hill” que embelleció la guitarra latina de su admirado Carlos Santana: “Todo el mundo me dijo que fuera inteligente / ‘Mira por tu carrera’, decían, / ‘Lauryn, nena, usa tu cabeza’ / Pero en vez de eso elegí usar mi corazón / Ahora la alegría de mi mundo está en Zion (Zion, Zion)”.
Por lo demás, aparte de sendos duetos memorables con Mary J. Blige (“I Used To Love Him”) y D’Angelo (“Nothing Ever Matters”), hay aquí abundantes fogonazos de un talento insólito en una artista de tan corto recorrido, una vocalista capaz de rapear y cantar con aplomo y desparpajo en piezas inspiradas, taumatúrgicas, como “Ex-Factor” o “Doo Wop (That Thing)”, pináculos de un disco capaz de evocar a Stevie Wonder en la balada “Superstar” y en el funk urbano de “Every Ghetto, Every City” o de remitir, sin resultar pretencioso o reiterativo, al mismísimo Donny Hathaway en esa obra maestra titulada como el clásico de Donny, “Everything Is Everything”.
Aquel flamante debut en solitario de Lauryn Hill, interpretado en inglés y en patois jamaicano, sigue resplandeciendo hoy como un formidable pandemonio celestial, donde el soul y el doo-wop y el góspel y el reggae y el blues se funden en una sola carne con las nuevas sensibilidades negras acuñadas al calor del rap, más allá del R&B melifluo de los epígonos de Teddy Pendergrass o Luther Vandross y del griterío ensordecedor y provocativo del gangsta rap de Puff Daddy, Notorious B.I.G. o Tupac Shakur. Lauryn compartía con todos ellos su vocación de dirigirse a los nuevos afroamericanos de las ciudades del norte de los Estados Unidos más que a quienes seguían confiando en los sueños de integración racial del soul de los sesenta: aún no alumbraba la rabia del Black Lives Matter, pero apenas quedaban rescoldos del legendario “I have a dream” del Dr. Martin Luther King y el propio Curtis Mayfield había sustituido en su imaginario la esperanza bíblica del himno “People Get Ready” por la desolación de un álbum tan oscuro (y magistral) como “There’s No Place Like America Today” (1975).
“Creo que por lo general nos lleva tiempo, probablemente una década o dos, antes de que podamos mirar las cosas en retrospectiva para poder decir que algo fue más grande de lo que podríamos haber imaginado en ese momento. Yo sabía por aquel entonces que Lauryn Hill era algo diferente y especial, pero no tenía los medios para darme cuenta de cuánto podía ella cambiar la cultura en un momento en el que las mujeres negras estaban realmente al borde de un cambio sustancial”, declaró la escritora Joan Morgan, autora del libro “She Begat This. 20 Years Of The Miseducation Of Lauryn Hill” (Atria Books, 2018).
Las luces nacen ya desde el título inspirado en un libro visionario de Carter G. Woodson, “The Mis-Education Of The Negro” (1933), cuya tesis abunda en la idea del valor central de la educación para dominar o ser dominado. Lauryn Hill adopta la premisa en canciones como “Lost Ones” o la que da título al álbum, donde uno adivina agazapadas a la joven Aretha Franklin y a la frágil Minnie Riperton, o en los interludios en que Lauryn cede la palabra al poeta y político del Partido Demócrata Ras Baraka, como si fuera el narrador/profesor de una opereta cinematográfica protagonizada por Sidney Poitier. Prosa y poesía, lírica y épica, soul del siglo XX y hip hop del siglo XXI, Lauryn Hill acertó a amalgamar colores y texturas de distintas paletas en un único fresco que alude tanto al “What’s Going On” de Marvin Gaye y el “Innervisions” de Stevie Wonder como a los Beastie Boys más salvajes o a paisajes ya atisbados en “25 Years Later” (1990), esa otra obra maestra del R&B de los noventa firmada por los neoyorquinos Blaze. D’Angelo debutó en 1995 y Erykah Badu en 1997, pero fue Lauryn Hill quien marcó la pauta que desembocaría en los grandes trabajos de Beyoncé, Solange, Kendrick Lamar, Janelle Monáe o Robert Glasper en las dos primeras décadas del siglo XXI, incluyendo esa gloriosa lectura subterránea del clásico de Frankie Valli y Bob Gaudio “Can’t Take My Eyes Off You”, que suena como un brindis esperanzado al futuro al final de la película “Conspiración” (Richard Donner, 1997).
Pero también llegaron las sombras, y por distintos caminos, una vez celebrado el álbum con los máximos honores por la crítica y la industria musical. En primer lugar, Lauryn nunca fue capaz de volver a demostrar ni una décima parte del talento desplegado en su debut. Ni en disco –solo grabaría un segundo álbum mucho menos interesante, “MTV Unplugged No. 2.0” (Columbia, 2002), y algunas canciones sueltas, desperdigadas en bandas sonoras y discos colectivos– ni en directo, donde su voz y su fraseo empequeñecían. En segundo lugar, su reputación se vio lastrada por el enfrentamiento con los otros miembros de Fugees y, sobre todo, por la demanda civil interpuesta por los músicos de la banda de estudio New Ark (Rasheem “Kilo” Pugh, Vada Nobles y los hermanos gemelos Johari y Tejumold Newton), que reclamaron su acreditación como coescritores y coproductores de las canciones. Un pleito que se resolvió con un acuerdo extrajudicial que al parecer garantizó una compensación de cinco millones de dólares para los músicos, pero que conllevó en la práctica su cancelación profesional, marcados como apestados por la industria discográfica que ya había bendecido a Lauryn Hill.
Finalmente, la cantante fue acusada directamente por el teclista y productor Robert Glasper en una entrevista publicada en 2018 en la revista ‘Madamenoir’: “He conocido a Stevie Wonder y he trabajado con él. He conocido a Quincy Jones y he trabajado con Quincy Jones. Conocí a Herbie Hancock y trabajé con Herbie Hancock. Si esas tres personas pueden ser ‘cool’, Lauryn Hill debería ser capaz de ser ‘cool’. Se llevó el crédito por hacer el álbum clásico. Esas canciones fueron escritas por otras personas que no recibieron lo que merecían. A ella le gusta apropiarse del crédito para convertirse en una especie de superpersona. Si eres una superpersona y tienes tanto talento, ¡hazlo tú! Respeto, respeto. Fueron grandes músicos y productores que conozco personalmente quienes crearon ‘Miseducation’ y ella les robó su música. Así que has sacado una gran tajada de música que ni siquiera has escrito, ¿me entiendes?: robaste la música de mis amigos. Lo único grandioso y genial que hiciste en realidad no lo creaste tú”.