Lejos del mundanal ruido.
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Tom Waits: ¿dónde te escondes, hermano?

La publicación de cinco álbumes clave en la trayectoria de Tom Waits durante las últimas semanas –hoy ve la luz la segunda y última tacada, formada por “Bone Machine” y “The Black Rider”; antes fue el turno de “Swordfishtrombones”, “Rain Dogs” y “Franks Wild Years”– incita a preguntarse por el futuro artístico del sustancial músico californiano, que lleva más de un decenio sin lanzar nueva música y quince años sin protagonizar una gira.

Los afortunados que presenciamos el paso de la gira “Glitter & Doom” de Tom Waits por Barcelona (y dos días antes en San Sebastián) la recordamos por diversos motivos: el principal, claro, fue tener frente a tus narices a un personaje elusivo y mítico en el sentido más literal, la destartalada encarnación del verbo que hizo justicia a su leyenda mediante un majestuoso concierto de dos horas y pico. Sentimos también el navajazo en el costillar del precio de las entradas, ¡120 euros de 2008!; 6200 localidades vendidas en un chasquido telefónico para los días 14 y 15 de julio; ya no hubo opción de ir a la calle Tallers a hacer cola. Para muchos, fue experimentar el capitalismo duro de ticketing por primera vez, algo que ha devenido norma en las grandes citas musicales pero que es marca de la casa: a Waits lo trajo a Barcelona la promotora Cap-Cap, especializada en hardcore melódico; no hubo publicidad en el evento. Waits levantaba nubes de polvo a cada pisotón y a la vez repartía halos de purpurina de los bolsillos.

Ese truco de mago de salón marcó el primer acto de escapismo de uno de los músicos fundamentales del siglo XX. Su última ristra de conciertos fue en agosto de 2008 en Dublín, final de la gira europea. Hace quince años que no ofrece un concierto entero, si exceptuamos la participación en la fundación benéfica de Neil Young, The Bridge, en la que ofreció un set matador de una hora con Les Claypool, de Primus, al bajo y David Hidalgo, de Los Lobos, a la guitarra. Eso fue en octubre de 2013. Sí, ha habido apariciones televisivas de alto calado con David Letterman, la introducción al Rock And Roll Hall Of Fame en 2011 y la participación en el homenaje al fallecido productor Hal Willner el 6 de abril de 2022 en Nueva York, en el que interpretó tres temas: el tradicional “Shenandoah”, “Take it With Me” y el estándar “I’ll Be Seeing You”.

Autorretrato (sin fechar).
Autorretrato (sin fechar).

Exhumación de lujo

El director de la orquesta chatarrera está regresando a lo grande, al menos en lo que se refiere a productos discográficos: Island reeditó en septiembre la trilogía de la metamorfosis de Tom Waits, la que marcó su paso de cantautor beat y crooner incrustado bajo el piano a genio del desguace quincallero, creador de un cabaret jamás visto antes, mezcla de latinismo siniestro, raíces norteamericanas y rock vanguardista de matriz folk: no es de extrañar que allá por 1987 se declarase fan de The Pogues, The Replacements y el “Robespierre’s Velvet Basement” (1985), de The Jacobites; “algo que debe escucharse”, dejó dicho.

“Swordfishtrombones” (Island, 1983), “Rain Dogs” (Island, 1985) y la tragicomedia musical “Franks Wild Years” (Island, 1987) se han reeditado en vinilo, CD y descarga digital; remasterizados a partir del audio de las cintas originales, en vinilo y CD. Y hoy salen las reediciones de “Bone Machine” (Island, 1992) y la infravalorada musicación del libreto de William Burroughs “The Black Rider” (Island, 1993).

Las reediciones 2023, en espera de nuevo material (si llega).
Las reediciones 2023, en espera de nuevo material (si llega).

Aquí la gran pregunta es si desenterrar el cofre del tesoro, el que en siete años años lo aupó a icono de la vanguardia roots y el rock alternativo –cuesta imaginarse a Beck haciendo un “Mellow Gold” (1994) sin que antes hubiera un “Bone Machine”, Grammy a mejor disco de música alternativa en 1992–, será el preludio de la vuelta al ruedo o el broche de oro a una carrera. El pasado 23 de mayo, en una entrevista con motivo de la publicación de sus memorias, el agente musical de Waits, Paul Charles, soltó que “la noticia es que ha empezado a componer de nuevo. El mundo del cine lo distrajo una temporada, pero crucemos los dedos para que vuelva”.

Resulta ocioso sacar conclusiones sobre el futuro de Waits en base declaraciones pretéritas, sobre todo porque en una entrevista a ‘Spin’ de 1985 declaró que sería “la primera y última vez que trabajaba con su mujer en un disco” y ya lleva casi cuarenta años de asociación artística con Kathleen Brennan. Es un hecho aceptado sin reparos entre los waitsólogos que el tándem con Brennan, poseedora de la discografía de Captain Beefheart, puso a Waits en la senda experimental.

Kathleen Brennan y Tom Waits en 1984. Foto: LGI Stock / Corbis / VCG (Getty Images)
Kathleen Brennan y Tom Waits en 1984. Foto: LGI Stock / Corbis / VCG (Getty Images)

Una gira de retorno improbable

Pero podemos extraer algunas pistas sobre el poco amor que siente por tocar en directo. En 1999 lamentaba en entrevista con David Fricke, firma clásica de ‘Rolling Stone’, que cantar cada noche las mismas canciones es un proceso agotador y estéril: “¿Cómo hacerlo sin sentir que las estás golpeando con un martillo hasta dejarlas planas?”. Años antes, loaba en una entrevista en ‘Spin’ el poder del cine: “Te pasas todo el tiempo en la carretera y entonces te das cuenta de que en cuestión de segundos puedes llegar a más gente que a la que has llegado en diecisiete años. Cuesta tragar con eso”.

Pese a lo que diga su representante, cuesta imaginar una gira mundial de Waits quince años después. “Prefiero que me devore las entrañas un pez bruja a salir de gira”, cito de memoria. Y en una entrevista con Miguel Martínez-Lage, en ‘El País de las Tentaciones’, también de 1999, por un instante dejó los circunloquios y se sinceró: “Andar de gira da muchos quebraderos de cabeza. Las maletas, juntar a la gente, quedarse en un hotel y luego en otro. De todos modos, vamos a ver si con este disco sale una gira”. El disco en cuestión era “Mule Variations” (Anti-Epitaph, 1999), uno de los éxitos más grandes de su carrera, y ni eso lo llevó a la carretera de nuevo.

Tampoco parece que el cine vaya a monopolizar su carrera. Durante cuatro décadas, Waits se ha mantenido casi siempre en la misma casilla cinematográfica: la del actor secundario que ilumina la pantalla por unos minutos, con la simpática excepción de “La balada de Buster Scruggs” (2018), de los hermanos Coen, única ocasión en que ha ostentado un papel protagonista, aunque fuese en un cortometraje. En una entrevista con Jim Jarmusch, confesó que así es como le gusta: “No tiene quince escenas para desarrollar el personaje (…). A veces es como enviar tu diseño a una gran empresa de juguetes y solo usan tus orejas y los pies, y no logras el personaje con los rasgos que querías (…). Pero me gustan las limitaciones. Si no las tengo, me las impongo de manera natural”.

En Chicago, en mayo de 1986. Foto: Paul Natkin (Getty Images)
En Chicago, en mayo de 1986. Foto: Paul Natkin (Getty Images)

Llama la atención que en la lujosa reedición de su época intermedia no haya ningún tema inédito. Todo el fondo de armario se destinó al triple elepé recopilatorio “Orphans. Brawlers, Bawlers & Bastards” (Anti, 2006), una chistera mágica que demuestra que algunos de los mejores temas del cantautor quedaron desperdigados, algunos inadvertidos en bandas sonoras de películas, como la maravillosa “I’ll Never Let Go Of Your Hand”, que cerraba el filme de realismo social “Corazón roto” (Martin Bell, 1992), o la célebre “Little Drop Of Poison”, de “Shrek 2” (Andrew Adamson, Kelly Asbury y Conrad Vernon, 2004). “Orphans…” es un compendio tan monumental, con tanta sustancia –un triple elepé de 56 temas, 30 inéditos grabados para la ocasión, compartimentado en bronca guitarrera de tasca, baladas y experimentación–, que si se barajaran las canciones y se repartieran a lo crupier podría montarse una trilogía inédita superpuesta a la que se reedita ahora. En su grandeza, constituye el homenaje de Tom Waits a cada género posible de americana, algunos todavía por definir, como demuestra el tercer volumen, “Bastards”, con momentos inenarrables de beatboxing puro o de (re)aproximación al rock industrial vía Captain Beefheart.

El monumental triple recopilatorio palió el lustro de ausencia de material original hasta “Bad As Me” (Anti, 2011), su último disco hasta la fecha. Por primera vez en su carrera, Waits sucumbió a su peor temor: la posibilidad de convertirse en un cliché de sí mismo. “Bad As Me” tiene buenas canciones, pero suena más estándar y autorreferencial a los Waits pretéritos que nunca. En 1987, en una entrevista a ‘Musician’, ya expresaba su deseo de poder desprenderse de la mochila que conlleva la creación artística: “La espontaneidad del primer trazo es lo más importante. Es lo que hacen mis hijos cuando dibujan. Los veo y me digo: ‘Jesús, ojalá yo pudiera hacer esto’. A medida que creces te vuelves más autoconsciente. Te sientes muy perseguido por tu mundo creativo, tu persona creativa”.

Otro interrogante será ver cómo regresa Waits –enemigo a ultranza de los patrocinios– a un negocio, el de la música en vivo, dominado por los grandes anunciantes. Lo decía sin ambages a Mark Rowland, con motivo de la publicación de “Franks Wild Years”: “Estoy realmente en contra de la gente que permite que su música no sea más que una sintonía para tejanos o Bud. Ha habido giras patrocinadas, publicitadas y financiadas por Miller. Yo les digo: ‘¿Por qué no os ponen una oficina en Miller? Poneos a trabajar en serio para ellos’. Lo detesto”.

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