“Rue des Cascades” (Sine Terra Firme, 1996), segundo disco del bretón Yann Tiersen, enseguida atrapó por su gran poderío musical. La fama mundial le llegó con algunas canciones de aquel álbum incluidas en la banda sonora de la película “Amélie” (Jean-Pierre Jeunet, 2001). Pero la altura musical de Tiersen no se detuvo ahí. Esa música que captaba el folclore francés con pianos de juguete, acordeón y violín siguió su curso con Neil Hannon, Stuart A. Staples, Elizabeth Frazer, Lisa Germano, Jane Birkin, Dominique A, Miossec o Christian Quermalet como invitados en álbumes como “L’absente” (Ici d’ailleurs,2002) o “Les retrouvailles” (Labels-Virgin, 2005). También grabó la banda sonora de “Good Bye, Lenin!” (Wolfgang Becker, 2003), un disco a medias con Shannon Wright en 2004, y tuvo un acercamiento al post-rock con “Dust Lane” (Mute, 2010). Desde entonces cultiva más la electrónica y el paisajismo sonoro.
Vive desde hace más de una década en la isla de Ouessant, donde tiene su estudio y fundó la asociación cultural L’Eskal, que es el hervidero musical del lugar. Y ahora viene a presentar por España “Kerber” (Mute, 2021) y “11 5 18 2 5 18” (Mute, 2022) en una gira de trece fechas por nuestra geografía. Lo hace apelando a su conciencia medioambiental: viajará en barco desde la costa catalana a las Islas Baleares y luego recorrerá la península en autocaravana. En octubre tocará en Mahó (2), Inca (7), Formentera (10), Valencia (14), Murcia (15), Málaga (17), Sevilla (18), Madrid (22), Gijón (24), Pamplona (26), Getaria (27) y Barcelona (30), para terminar su viaje en Sant Feliu de Guíxols el 1 de noviembre.
Tocas el piano y también otros instrumentos como el violín, el acordeón o la guitarra, pero ¿tu instrumento es el piano? ¿Tu música empieza con el piano?
No, en realidad eso no es cierto. No es mi principal instrumento. Me llevó mucho tiempo hacer mi primer disco donde solo había piano. Empecé con la electrónica. Y ahora vuelvo a ello. Después de mi primer grupo compuse mucho con la guitarra y lo he seguido haciendo en todos mis álbumes. De hecho, el piano no es para mí un instrumento natural en absoluto, al contrario. Pero es un instrumento bastante rico armónicamente y me gusta su lado refinado, pero también me gustan otras cosas.
Es rico en armonías, melodías y desarrollo.
Es un instrumento rico que me gusta usar, pero también es perezoso, porque es bastante fácil de tocar. Tampoco es un instrumento al que tenga en gran estima, porque el piano me parece un poco bárbaro. Hay un reportaje muy bonito sobre Ryuichi Sakamoto, cuando todavía estaba vivo, de su último álbum, donde habla del piano. Había descubierto un piano que había sufrido un tsunami en Japón y decía que había vuelto a su elemento natural. Son muchas las imposiciones y torturas aplicadas a ese trozo de madera. El piano representa un poco toda la paradoja y violencia de la cultura occidental y la violencia ejercida contra la naturaleza.
¿“Kerber”, tu penúltimo disco, representa un desarrollo en la electrónica, con drones, sintetizadores modulares y otros recursos?
Sí. Mi primer sintetizador lo tuve a los 13 años. Era un Roland Juno-106 que todavía conservo. Ese fue mi arranque para hacer música por mi cuenta. Tenía una banda en la que tocaba la guitarra, tenía muchos grupos, y comencé a hacer música yo solo con mis sintetizadores y mi sampler de aquel momento. Todo empezó a partir de ahí. Mis primeros álbumes fueron muy acústicos porque estaba haciendo mucho sampleo y música electrónica y, en contraposición, lo acústico me pareció algo nuevo. Eran los años noventa y había estado inmerso en la electrónica. Luego, las cosas cambiaron. Empecé a hacer mis discos volviendo un poco a lo básico, a la guitarra, de donde vengo. Ahora me siento más cómodo con los sintetizadores.
¿En tus álbumes circula un concepto o son ideas, atmósferas más dispersas?
Discos como “Dust Lane” o “Infinity” (Mute, 2014) fueron bastante políticos. Luego hubo un suceso en mi vida que me cambió: a mi mujer y a mí casi nos devora un puma en California. De repente hubo una conciencia del medio ambiente, de la necesidad de conocer la naturaleza y de saber dónde estamos. Entonces compuse álbumes que hablan un poco de eso. Y “Kerber” en cierto modo está más orientado hacia el ecosistema y hacia una especie de geografía musical. Tengo un próximo álbum que es un regreso a la política. Cuando hacemos música, obviamente esta se nutre de lo que vivimos y del reflejo del mundo que nos rodea.
“Dust Lane” precisamente incluye una canción que se llama “Palestina”.
De hecho, “Dust Lane” se llama así por la pista que va desde el puesto de control de Amer Rez hasta la ciudad de Gaza, porque yo había tocado allí y tuvo un impacto enorme en mí. Ese álbum trataba de encontrar de forma elegante y no controvertida este homenaje a Palestina y el reconocimiento de ese país, por eso hice esa canción donde simplemente se deletrea el nombre de esta tierra. También en “Chapter 19” incluye un extracto de “Sexus”, de Henry Miller, donde había una descripción superbella del gueto judío de Brooklyn. Como resultado estas dos canciones fueron las piedras angulares del álbum.
¿Actuaste en Gaza?
Toqué para niños y justo después hubo una incursión israelí y la escuela de estos niños fue bombardeada. Aunque ahora ha sido peor. El mundo se está yendo directo hacia el desastre a causa del capitalismo y el ultraliberalismo, de las doctrinas de Friedman y demás. Está muy bien escuchar música, pero creo que también tenemos que actuar, porque estamos dejando que el fascismo y la extrema derecha crezcan por todas partes. Es el pasado que vuelve, ese mundo que ya está muerto. Quizá necesitemos ayudarlo a morir un poco más. Pero soy optimista, tengo la impresión de que el mundo en que vivimos sigue siendo apasionante, que están pasando muchas cosas, que hay jóvenes que están reaccionando. Hemos tomado conciencia de la emergencia ecológica, de los estragos de la colonización y de la poscolonización, del capitalismo en Francia. Tenemos que avanzar hacia eso de forma suave. Espero que todos los restos del pasado y las cosas cíclicas se estén desvaneciendo, dando su último suspiro antes de la agonía. Porque si nos precipitamos hacia esta brecha, será el fin.
Vi una selección de tus músicas favoritas en ‘The Quietus’ con cosas como Steve Reich. ¿Te gusta también la música clásica?
En realidad no tanto, aunque hay muchas cosas que me gustan, más bien clásicos contemporáneos. Aunque no es algo que escuche a menudo. Por otro lado, encuentro que musicalmente están pasando muchas cosas, vivimos una época superrica que me recuerda un poco a finales de los sesenta, cosas como Silver Apples, la música psicodélica. Fue increíble el comienzo de la música electrónica y creo que estamos viviendo en este momento un período superrico y emocionante musicalmente hablando.
Llevas tiempo con Mute Records, un sello importante en la evolución de la música popular occidental. ¿Cómo te va?
Tuve la suerte de firmar con Mute para “Dust Lane”, que fue un álbum importante para mí, y se ha convertido en algo más que un sello, en una familia. Siempre están a mi lado, apoyándome, teniendo grandes ideas, y nos llevamos muy bien. Es una gran suerte tener esta relación con tu compañía discográfica, soy muy consciente de ello. Son gente apasionada por la música. No es tan habitual tener personas que realmente estén ahí por la música y no por el negocio.
La relación música-imagen es muy interesante, pero después de “Tabarly”, la peli de Pierre Marcel de 2008, no has vuelto a hacer música para el cine. ¿Por qué?
Creo que es una relación interesante, pero creo que la música es algo hiperabstracto. Y no creo que podamos hacer música con imágenes. Puedes hacer música a partir de un sentimiento. Podemos hacer algo totalmente loco, o algo completamente inútil, y comprobar que luego no hay nada detrás de eso o, por el contario, está todo detrás. Es algo muy sensible que prescinde de las palabras, es algo anterior al lenguaje, una especie de lenguaje de las emociones. Mientras que la imagen –no la pintura abstracta, sino la imagen del cine– es algo muy complejo; también algo muy extraño, porque es una manipulación de la realidad pero no es la realidad. Es algo un poco opuesto a la música. La música en el cine es genial, pero la relación más simple entre música y cine es cuando a un director le interesa la música y pone la que realmente le gusta. Todo lo cerebral y el blablablá que hay detrás a veces lo encuentro muy aburrido y me vuelve loco. Trabajé con directores magníficos, con Wolfgang Becker para “Good Bye, Lenin!”, que fue genial y nos llevamos muy bien. Pero los directores tienden a ser muy cerebrales, a tener la costumbre de explicar. No tengo mucho interés en hacer bandas sonoras para películas, quizá porque no pienso que sea tan bueno en ello. Aunque hace poco me ofrecieron algo interesante porque había una atmósfera real. Se trata más de eso, de crear una atmósfera real. Buenas razones y buenas condiciones también. Pero eso no siempre sucede.
Mantienes un compromiso con la ecología y el medio ambiente, últimamente tus giras las realizas en barco y en autocaravana. ¿Cómo lo planificas?
Es algo muy difícil de llevar a cabo, porque me ocupo de todo. Pero es solo ser coherente con la emergencia climática e intentar recorrer grandes trayectos generando el menor impacto posible. Giré en vela este invierno. Es algo difícil de entender para los promotores y es bastante complicado de gestionar porque supone mucho trabajo, mucho cansancio y, sobre todo, hay que querer hacerlo. Pero lo hice. Y creo que es ahí hacia donde debemos ir. Sería bueno que la gente se implicara y que las salas estuvieran dispuestas a comprender que debemos alejarnos del capitalismo. A veces es un poco decepcionante lo que sucede. Yo no pido nada, solo trato de volver a lo básico en la música, que es que te inviten a tocar en su sala, que les guste lo que haces, que quieras compartir un momento con ellos y ofrecerlo al público y que te paguen lo justo por ello. Pero eso ya no existe. Ahora la gente solo lo hace por dinero y prefiere que le reserven un hotel de cinco estrellas y una botella de champán y un restaurante con estrella Michelin. Por otro lado, soy optimista y creo que hay mucho trabajo por hacer, por inventar, para volver precisamente a eso, a compartir cosas entre humanos. ∎