Bad Religion habían empezado en 1980 como tantos otros, unos adolescentes del Valle de San Fernando influidos por los Ramones, Sham 69, The Germs o Stiff Little Fingers que ensayaban en lo que ellos denominaban “el agujero del infierno”, que no era otra cosa que el garaje de la madre de su cantante Greg Graffin, que alcanzaba altas temperaturas durante las prácticas. En una época en la que los televangelistas vivían sus mejores momentos, apostaron por un nombre que dejaba claro que cuestionaban lo establecido y pretendían luchar contra el borreguismo. Y se pusieron a componer. Grabaron su primer EP, “Bad Religion” (1981), sin haber tocado en directo aún, y lo autoeditaron en el sello que crearon para la ocasión, al que llamaron Epitaph.
Pronto llegó el primer álbum, “How Could Hell Be Any Worse?” (Epitaph, 1982). Aunque más primitivo, ya contenía las señas de identidad que han hecho inconfundibles a Bad Religion durante estos 45 años: velocidad, sensibilidad melódica y letras para hacer pensar. Vendieron más de 10.000 copias y se convirtieron en el acontecimiento punk de su zona. Pero la escena se estaba degradando con la llegada de la homofobia y el racismo. Y ellos tampoco sabían muy bien lo que estaban haciendo.
Con Gurewitz desintoxicado y Graffin con la carrera de antropología recién acabada, surgió un concierto en Berkeley, en 924 Gilman Street, en el que Hetson no podía tocar porque estaba de gira con los Circle Jerks. Graffin llamó a Gurewitz a ver si les hacía el favor de cubrir la baja. Y el resto vino rodado. De pronto se dieron cuenta de que tener dos guitarras, las de Hetson y Gurewitz, iba a darle más fuerza al grupo. Y se encontraron componiendo para “Suffer” (Epitaph, 1988), para cuyo registro también había vuelto el resto de la formación original, con Bentley de nuevo al bajo y Pete Finestone a la batería.
El tercer largo del grupo sería un punto de inflexión en su carrera y en la historia del punk californiano, aunque era demasiado pronto para que nadie lo supiera. De hecho, la banda aún era desconocida en muchas partes de Estados Unidos y volvieron endeudados de su gira. Pero esas 15 canciones breves, intensas y cargadas de melodías pegadizas e inconfundibles armonías vocales, además de algunas de las mejores letras del punk, mostrarían el camino a tantos que estaban por venir. La escena estaba en horas bajas, pero el disco se recibió con un entusiasmo que no ha hecho más que crecer con el tiempo. Y descubrieron que en Europa sí tenían un público sediento de sus conciertos.
Con “No Control” (Epitaph, 1989) y “Against The Grain” (Epitaph, 1990) dejaron claro que no tenían intención de volver a desvariar musicalmente, cerraron una trilogía gloriosa y terminaron con la costumbre de sacar un disco al año. Más que nada porque Epitaph tenía que adaptarse al crecimiento del grupo, que ya había conseguido vender 100.000 copias de su último álbum y no podía ir tan rápido. “Generator” (Epitaph, 1992) no se desviaba de la ruta, aunque era algo más oscuro. Con la guerra del Golfo resonando entre sus notas, tenía canciones más largas y letras más elaboradas. Cuando grabaron “Recipe For Hate” (Epitaph, 1993), estaban absolutamente inspirados y dispararon un himno detrás de otro. Para entonces la relevancia de unos Bad Religion totalmente asociados a la cultura skate y surf ya era innegable.
Los que asistimos a la explosión del hardcore melódico y el punk californiano en los noventa con una mezcla de asombro y regocijo lo veíamos claro. Por un lado teníamos a los que estaban arrasando, Green Day y The Offspring. Por otro lado un montón de bandas, mejores o peores, practicando el punk y el hardcore veloz y con melodía. Y por otro, a Bad Religion, con su propio estatus: los responsables de todo aquello.
La llegada del grunge a las radios comerciales y el éxito mundial de Nirvana habían demostrado que las guitarras potentes sí podían tener su sitio entre el gran público. Bad Religion no paraban de crecer y las multinacionales buscaban desesperadamente grupos a los que lanzar. Hasta entonces habían publicado todos sus discos con Epitaph, el sello de Gurewitz, que además se había encargado de dirigir el sonido de la banda en el estudio. Pero se plantearon dar un paso más y ficharon por Atlantic, con quien sacaron el también brillante “Stranger Than Fiction” (1994).
Gurewitz accedió a firmar con la multinacional porque no tenía nada claro si en una independiente como Epitaph habían tocado techo. Las ventas millonarias de The Offspring con “Smash” (1994) aún no habían llegado aunque no tardarían, pero estaba un poco dolido porque sus compañeros hubieran preferido abandonar su discográfica. Así que, a los pocos meses, entre lo ocupado que estaba vendiendo millones de discos de grupos como Rancid, NOFX o Pennywise y el resquemor que lo atizaba por dentro, aprovechó una discusión con Jay Bentley para anunciar que dejaba la banda.
Se quedaron estupefactos. Además de miembro fundador, era el compositor de la banda junto a Graffin. En ese momento les pasaron por la cabeza todas las opciones posibles, pero el orgullo de Graffin lo obligó a seguir para intentar demostrar que podían continuar sin Mr. Brett. Tiraron de un peso pesado para sustituirlo –Brian Baker, de Minor Threat, que sigue en el grupo desde entonces; la formación actual la completan el guitarrista Mike Dimkich y el batería Jamie Miller– y salieron del paso bastante bien. A pesar de eso, sus siguientes trabajos en Atlantic brillaron menos en lo musical, aunque “The Gray Race” (1996) escondía una gema como “Punk Rock Song”.
Tras “No Substance” (1998) y “The New America” (2000), el interés de Atlantic se desvaneció y el de Bad Religion por seguir con dicha compañía también. Habían retomado contacto con Gurewitz para pedirle un solo de guitarra para el vigésimo aniversario del grupo, y le plantearon que volviera a acoger a Bad Religion en Epitaph. Mr. Brett no solo les dijo que sí, sino que se convirtió de nuevo en miembro de la banda, aunque con la condición de que no saldría de gira.
Desde entonces Bad Religion han seguido en Epitaph, aunque han espaciado más sus lanzamientos, publicando seis álbumes de estudio en más de dos décadas: “The Process Of Belief” (2002), “The Empire Strikes First” (2004), “New Maps Of Hell” (2007), “The Dissent Of Man” (2010), “True North” (2013) y “Age Of Unreason” (2019). Y al margen de ocurrencias como el EP navideño “Christmas Songs” (2013), que también tiene su gracia, sus trabajos siguen manteniendo un nivel considerable. Además, están salpicados de sorpresas que se van uniendo a los clásicos de su repertorio: “Sorrow” (con la que consiguieron éxito radiofónico tras los atentados de las Torres Gemelas), la épica “Los Angeles Is Burning” (aunque el deje Rancid descolocaba un poco en la primera escucha) o la furiosa “Fuck You”.
El tiempo pasa para todos, aunque Bad Religion han demostrado que se puede mantener el espíritu. Una canción surgida de la perplejidad que le produjo a Graffin escuchar a su hijo decirle “fuck you” por primera vez. Acelerada y agresiva, como en los viejos tiempos, pero parte de su decimosexto álbum de estudio.
El primer corte de su debut en una multinacional, con el MC5 Wayne Kramer haciendo voces y guitarras. Cerró bastantes bocas entre aquellos que los acusaban de venderse, dejando claro que seguían inspirados y fieles a su sonido. Aunque el tiempo demostró que dejar Epitaph no fue la decisión correcta.
Se encontraban en su mejor momento económico, pero el punk estaba de moda y sentían que había perdido su esencia, lo que les producía sentimientos encontrados. La frustración ante tanto punk de boquilla, insensible ante las injusticias, y la rabia de haber perdido a Mr. Brett se tradujeron en un tema memorable.
Cuando editaron esta crítica al consumismo en “Against The Grain” no se atrevieron a ponerla en la cara A, por si este medio tiempo soliviantaba a sus fans, pero se convirtió en un clásico. Cuatro años después la regrabaron para Atlantic porque la multinacional no veía ningún single claro para su debut con ellos.
Otra de esas letras brillantes que arremete contra la estupidez, el machismo y el nacionalismo. La constatación de que no tenían intención de volver a perder el norte. Un tema grandioso que recordó a sus fans que Greg Graffin y compañía seguían tocados por la varita mágica en el álbum que siguió al alabado “Suffer”.
La crearon jugando con los acordes de “Cowgirl In The Sand” de Neil Young y fue la primera que compusieron para su tercer álbum, que con el tiempo se reconocería como un hito en la historia del punk. Una visión demoledora de la sociedad que les mostró el rumbo que debían seguir para componer el resto del trabajo.
Un acercamiento un tanto críptico a lo espiritual, con el generador como metáfora de Dios. Salió en una época en la que vendían ya más de 100.000 copias de cada disco y comenzaban a funcionar de manera profesional. Y tenían nuevo batería, Bobby Schayer, lo que queda patente en los cambios de tempo.
Un cántico antiamericano desde el minuto uno, aunque hubo gente que, bien interesadamente o bien con incapacidad para entender la ironía, interpretó que exaltaba el espíritu estadounidense. El último minuto y medio, con esos coros dando respuesta a la voz principal, es sublime. Colabora Eddie Vedder.
En la época de “No Control” Brett Gurewitz cogió la costumbre de ceder gratuitamente los temas de Bad Religion si le pedían permiso para que sonaran de fondo en vídeos de surf y skate. “You” apareció en el videojuego “Tony Hawks Pro Skater 2” y consiguió una inesperada y enorme difusión entre los patinadores.
En un disco repleto de himnos como “Suffer” no es fácil elegir, pero la canción que abre el tercer álbum del grupo condensa todo su ADN: rápida, breve, melódica, con inconfundibles armonías vocales y una letra para reflexionar que, por un lado, empuja a la revolución y, por otro, está llena de desesperanza. ∎
La reconciliación con sus fans y el disco que allanó el camino para que el hardcore melódico triunfara en los noventa. Letras directas que interpelan al oyente, dos guitarras (la del recién regresado al grupo Mr. Brett y la de Greg Hetson), el reparto de tareas compositivas entre Brett y Graffin funcionando a la perfección, mejor sonido que en grabaciones previas y un himno detrás de otro. Colaboran Suzi Gardner, Donita Sparks y Jennifer Finch de L7, recién fichadas por Epitaph. Aparte de las destacadas en la playlist, sobresalen “Give You Nothing” o “Land Of Competition”. Absolutamente clave para el punk que ha venido después.
Continuista, con ritmo trepidante y melodías memorables, pero incluso más agresivo que “Suffer”. A pesar de grabarlo en el mismo estudio, con la misma formación y tan solo diez meses después, las sesiones no fueron tan idílicas como en el anterior. Sin embargo, las tiranteces no impidieron un resultado brillante. Las letras siguen apelando a la responsabilidad personal en un mundo en el que el capitalismo lo empapa todo. Fue el inicio de su ascenso en el viejo continente, con dos exitosas giras europeas, una nada más grabarlo y otra después de sacarlo, que recargaron la energía del grupo en un momento crítico.
El séptimo álbum de estudio de la banda, último de la primera etapa en Epitaph, le gustó tanto a Atlantic que, cuando ficharon por ellos, compró los derechos y lo reeditó. No fue un capricho estúpido. Lo cierto es que el disco tenía potencial comercial y atesora bombazos y armonías vocales impolutas mientras le saca los colores a su país, al individualismo y a la religión. Incluye temas más reposados y aproximaciones a otros estilos, con excelente resultado en general, aunque se podían haber ahorrado el slide y los toques country en “Man With A Mission”. Fue su momento más notable en los noventa.
Tener que recuperar un tema antiguo, “21st Century (Digital Boy)”, como single no auguraba mucho brillo al proyecto, pero la verdad es que en su debut para Atlantic el grupo suena engrasadísimo. Aunque iban muy ensayados, se grabó con grandes tensiones entre Graffin y Gurewitz. Y tuvieron que sufrir el señalamiento de “venderse” a una multinacional justo el año en que se demostró que desde una independiente también se podía conquistar lo comercial. Por si fuera poco, Gurewitz, miembro clave, abandonó la banda al poco de sacarlo. Aun así, el nivel de todo el disco es considerable y fue su álbum más vendido en Estados Unidos. ∎