Una voz libre. Foto: Ebru Yildiz
Una voz libre. Foto: Ebru Yildiz

Entrevista

Cécile McLorin Salvant: demoler las expectativas, redescubrir la voz propia

Aprovechando que viene de gira por España este mes noviembre –con paradas en Málaga (7), Ciudad Real (15) y Cartagena (16)– nos sentamos con la idiosincrática artista estadounidense de ¿jazz? para hablar del álbum “Oh Snap”, un inclasificable e íntimo caleidoscopio de sus neuras, pasiones y canales creativos, en una entrevista igual de peculiar, donde inesperadamente recurre a los grandes del flamenco español y a los Meat Puppets para dilucidar sus proclividades musicales, además de reflexionar sobre el estancamiento en los géneros, su amor-odio hacia el Auto-Tune, y el placer de componer música en pijama.

En “Oh Snap” (Nonesuch-Warner, 2025), la muy galardonada Cécile McLorin Salvant continúa por la senda de la exploración que inició hace un par de álbumes, pero yendo incluso más allá. Si bien esas obras anteriores demostraron su eclecticismo musical, aquí experimenta incluso con las formas, los modos de producción y las expectativas, trascendiendo el calificativo de “cantante de jazz”. Se trata de una serie de canciones que grabó sola en casa –trapicheando con su teclado MIDI, sin la más mínima intención de que vieran la luz del día, sin ningún concepto unificador, sin ninguna presión– y que después fueron tuneadas y parcialmente alteradas por sus colaboradores habituales. El resultado es una Cécile en su estado de libertad más puro que nos invita a un entretenido viaje lleno de giros que, además, nos hace reflexionar sobre diversidad de dialécticas: control versus espontaneidad, esclavitud al género versus emancipación, proceso individual versus proceso colectivo, la búsqueda de la perfección versus el dejarse llevar, el autoconsumo versus el consumo público, etc.

“Oh Snap”. Vídeo realizado por Robert Edridge-Waks & Cécile McLorin Salvant.

En todo este proceso, la artista, que proviene del contexto académico, incinera las pretensiones y las expectativas puestas en ella por parte de la escena jazzística. “Curiosamente”, rememora, “cuando empecé mis estudios en el terreno del jazz, después de haber flirteado brevemente con la clásica, ese era un tipo de música que para mí representaba la libertad absoluta: el liberarse de las partituras, el poder cantar de forma más holgada”. Sin embargo, pronto vio que ese mundillo podía ser igual de rígido. “Cuanto más tiempo llevas en una escena musical, más tiendes a fosilizarte, a que tus ideas y expectativas se calcifiquen”; y por eso, dice que siempre ha intentado, de forma consciente o no, zarandear su mente evitar que se quede estancada. Un esfuerzo necesario porque, al mismo tiempo, reconoce que su personalidad “tiende a querer complacer a los otros; tengo miedo a la confrontación, a decepcionar al público”. Con su anterior disco, “Mélusine” (Nonesuch-Warner, 2023), empezó a sacudir los cimientos, “ya que las letras estaban en francés en su mayoría, y además cantaba en creole haitiano, en occitano…”. “Oh Snap” completa la metamorfosis: es un disco que contiene jazz, pero que no es un disco de jazz.

Reconoce que el tema de las expectativas es “un tira y afloja interesante; y no solo las externas, sino también las internas”. Se plantea una clásica cuestión sociológica: “¿Cómo se influyen entre ellas esas expectativas? ¿Es siempre correcta la percepción que tenemos de ellas?”. Como nunca pensó que alguien fuera a escuchar estas canciones, “la realización de este álbum fue una experiencia motivante, muy descansada, la posibilidad de conectar con mi auténtica forma de escuchar la música sin ninguna interferencia”. Admite que a veces quiere autoconvencerse de que no piensa “en términos de género”, pero también tiene la sensación de que, “si me dejan a mis anchas, no estoy segura de cuál sería realmente el género de mi música”.

Más allá del jazz. Foto: Ebru Yildiz
Más allá del jazz. Foto: Ebru Yildiz

Como bien sabemos, tradicionalmente hay una obsesión, tanto en el terreno de la prensa musical como en las mismas escenas, por categorizar las cosas. Pero la historia de tu disco es, en el fondo, bastante antigua dentro del mundo del arte: el poeta o pintor que, después de demostrar su maestría de la forma y el conocimiento de su oficio, decide romper con los esquemas.

Realmente no es solo la prensa o la escena musical… Creo que la mayoría de los artistas internamente lidiamos con eso, ya sea pugnando contra la corriente del encasillamiento o sumándonos a ella, intentando respetarla; por eso mismo no siempre es fácil liberarse, ni aunque sea un poco. Pongamos el ejemplo de dos titanes que tenéis en España, y dos de mis héroes musicales, Camarón de la Isla y Enrique Morente. Ambos, especialmente el segundo, ejemplifican para mí ese carácter, esa historia: primero aprender las tradiciones, currárselo en los escenarios, cumplir con las expectativas, y luego ahondar cada vez más en la música, en sus formas, hasta finalmente poder juguetear con ella, transformarla. Hace un tiempo me dio por escuchar la discografía completa de Morente en orden cronológico y, a medida que avanzaba, veía cómo aparecían nuevos conceptos, nuevos sonidos, nuevas ideas, sin nunca desaparecer la belleza, la pasión. Y no lo hacía como mero ejercicio formalista, sino porque realmente era un artista. ¿Y qué decir de “La leyenda del tiempo” o “Potro de rabia y miel”? Entiendo que el primero fue toda una explosión en su momento, mucha gente lo odió y ahora es un clásico. Y aquí me tienes, en los Estados Unidos, obsesionada con Camarón, por sus raíces profundísimas y por su libertad a la hora de interpretar.

Desde luego toda escena, musical o no, tiene sus puristas. Pero es evidente que en este disco querías salir de terrenos conocidos sin por ello eliminar radicalmente el jazz. No estamos ante una situación “Cécile goes electric”. Probablemente Morente estaría de acuerdo con esta actitud: ¿por qué no ser un gran cantante de flamenco y, sin olvidar esa tradición, encaminarte por otras sendas también?

Creo que es parte de nuestra naturaleza humana el querer segregar para dar sentido a las cosas, para verlas con claridad. Es una fuerza que nos posee a todos. De hecho, aunque no lo parezca, yo también soy una purista, a veces me sale la vena “esto no es jazz”, “esto no es auténtico”, etc. Quizá es por mi particular sentido del humor, de no tomarme demasiado en serio, por lo que decidí que la primera pista del álbum, “I Am A Volcano”, fuera algo totalmente inesperado, un experimento sobre loops y sintetizadores, y que la siguiera una pieza jazzística con mi trío, de índole mucho más convencional. Me pareció gracioso ese contraste.

“Creo que es parte de nuestra naturaleza humana el querer segregar para dar sentido a las cosas, para verlas con claridad. Es una fuerza que nos posee a todos. De hecho, aunque no lo parezca, yo también soy una purista, a veces me sale la vena ‘esto no es jazz’, ‘esto no es auténtico’, etc.”

Sí, pero no nos engañemos, “Anything But Now” y luego “What Does Blue Mean To You” parecerían, a primera vista, cortes de jazz convencional, con su piano a lo Monk… Pero tu interpretación vocal es socarrona y estrafalaria, en algunos momentos incluso pareces enloquecida. No es algo ortodoxo, no es algo que haría Billie Holiday…

Me alegro de que se perciba el humor en mi forma de cantar… Me gustaría que en esas canciones se note nuestra decisión de empujar el formato trío hacia nuevas direcciones sin que por ello sean pasos agigantados. Es decir, quería que la interpretación fuera un poco más peculiar de lo habitual, que no se percibiera como volver a lo de siempre. Si ese fuera el caso, no habría incluido estos temas en el álbum.

Está claro que en este disco has querido emancipar tu voz de las convenciones, una voz que llevas muchos años moldeando y perfeccionando. ¿Realmente es posible desaprender lo que has aprendido? ¿Cómo afrontaste el reto de dejarte llevar?

Puede que suene abstracto, pero simplemente intenté soltar la mano. En vez de preocuparme para que todo sonara bien, correcto o ideal, decidí apoyarme en muchas de las cosas que admiro de mis cantantes favoritos. Un ejemplo claro es Louis Armstrong. El suyo es un fraseo inteligente, un fraseo sorprendentemente holgado y desde luego preciso, pero a la vez suena fortuito, despreocupado… Casi parece que no sabe cantar, pero a la vez es el mejor cantante del mundo. Es capaz de transmitir ambas sensaciones simultáneamente. Y también revisité voces de otros rincones de la historia: la música grunge que escuchaba de pequeña, como Alice In Chains; el folk y el blues que siempre me han gustado, gente como Elizabeth Cotten o Big Bill Broonzy. Es decir, más que desaprender lo que sé del canto lo que hice fue refrescar esos referentes. No tanto sus aspectos técnicos, sino la intencionalidad que hay detrás de su interpretación.

Incansable exploradora. Foto: Ebru Yildiz
Incansable exploradora. Foto: Ebru Yildiz

Antes hablábamos de la supuesta libertad en el jazz, que luego se puede llegar a convertir en una cárcel de expectativas. Pero hablas de influencias de géneros mucho menos estrictos como el grunge, donde no existe tanta preocupación para que todo suene de maravilla.

Bueno, los últimos años he estado obsesionada con los Meat Puppets. ¿Conoces el unplugged de Nirvana? Ahí versionan “Lake Of Fire” y “Plateau”. Pues toda la vida pensé que esas eran mis dos canciones favoritas de Nirvana, hasta que descubrí que no eran suyas. Yo sueño con cantar igual que Curt Kirkwood, pero me es imposible por todo lo que estudié, ya sea jazz o clásica. Me encantaría que mi voz, que mi forma de cantar, poseyera ese espíritu. Me atrae mucho la actitud punk… No quiero sonar como la típica cantante técnicamente intachable, como si fuera una bailarina de ballet. Sí, es cierto, me esfuerzo por llegar a ciertas notas, a ciertos puntos, pero no en el sentido convencional. Es por eso que ahora mismo los Meat Puppets son mi estrella polar… Es divertido tener a esos tíos en mente cuando estás cantando estándares de jazz.

Leyendo las notas del álbum resulta evidente que la emancipación no se quedó solo en la voz, sino que también tuvo que ver con la producción del álbum.

Sin duda. Este disco ha sido mi forma de sentirme mucho más cómoda con el proceso de grabación, porque gran parte de él sucedió en mi casa, mientras estaba en pijama. Pero incluso en el estudio quise preservar ese espíritu casero. En casa no hay nadie, no hay ninguna presión, no hay un tiempo limitado, no hay el típico ciclo de “toma uno”, “toma dos”... En vez de eso me iba al lavabo con el teléfono y grababa algo, y si salía mal, pues lo volvía a hacer al día siguiente. Simple. Creo que llegué al estudio con esa misma mentalidad: da igual cómo salga, no tiene que ser bueno, lo único que importa es que sea interesante, que tenga vida propia. Es un proceso que borró de mi mente lo que yo llamo el “modo recital”; es decir, la sensación de que tengo que hacer la mejor interpretación posible, que a veces acaba resultando la más artificial.

“Supe de inmediato que debíamos meter el Auto-Tune a tope. Yo soy de Florida igual que T-Pain, el dios del Auto-Tune. Siempre me ha parecido muy chistoso eso de escuchar tu voz tan adulterada. Esa es la explicación ligera, pero hay otra más profunda. Durante toda mi carrera musical siempre me he mostrado en contra de la corrección artificial del tono de la voz”

Una de las piezas más fascinantes del disco es la pista de baile “A Little Bit More”. Parece una fantasía, como si quisieras encarnar a la artista pop de turno. Y, a la vez, la utilización del Auto-Tune es tan extrema que casi parece una parodia. ¿Estás lanzando un mensaje implícito?

Es una canción tonta, casi una broma, que se nos ocurrió a mi pianista Sullivan Fortner y a mí durante el confinamiento del COVID. La compusimos en 20 segundos, sin que saliera de mi ordenador. Y una noche estábamos en un hotel, de gira por Alemania, la noche que había salido elegido Trump… El ambiente era interesante, por decirlo de alguna forma. Decidimos ir a la habitación de Kyle Pool, el batería, que siempre viaja con su equipo de grabación, y la rehicimos. Supe de inmediato que debíamos meter el Auto-Tune a tope, no tuve ninguna duda. Yo soy de Florida igual que T-Pain, el dios del Auto-Tune. Siempre me ha parecido muy chistoso eso de escuchar tu voz tan adulterada. Esa es la explicación ligera, pero hay otra más profunda. Durante toda mi carrera musical siempre me he mostrado en contra de la corrección artificial del tono de la voz. Me parece una cutrez y creo que los oídos lo pueden detectar. Una de las cosas que más me gustan de las voces humanas es que, naturalmente, nunca son cien por cien perfectas; no son un piano, siempre existe un margen de error. Recuerdo una ocasión en la que grabé una canción con Michael Bublé. El productor, David Foster, insistió en tocar ligeramente mi voz… Bueno, desistí, no era mi lucha. Además hoy día, con tanto software, está chupado obtener ese sonido perfecto… Por eso me gusta la idea de rechazarlo rotundamente, de dejar que las cosas sean como son. Volviendo a los Meat Puppets, imagínate “Lake Of Fire” con corrección de tono. Es imposible, es un concepto absurdo, ¿qué corrección, de qué tono? Esa banda está en otro mundo, donde nada de eso tiene sentido. Todos mis cantantes favoritos juegan entre tonos… ¿Acaso Manolo Caracol pensaba en términos de corrección de tono? No. Él sabía cómo flexionar la voz, instintivamente. Esa es la belleza del canto humano. Siempre estuve en contra de programas como Melodyne. Así que, en honor a ese espíritu contracorriente, con “A Little Bit More” decidí pasarme de rosca, irme al otro extremo. Y, como regalo, lo cierto es que el Auto-Tune convierte cualquier tema en una canción de baile, así que me doy por satisfecha.

Contra la frialdad de la perfección. Foto: Ebru Yildiz
Contra la frialdad de la perfección. Foto: Ebru Yildiz

Acabamos con la última canción del álbum, “A Frog Jumps In”: después de pasar por diversidad de géneros –folk, jazz, soul, electrónica–, aparece una pieza cantada en japonés a capela, seguida de un inquietante pasaje de música clásica vanguardista y sintes. ¿Cuál es la historia detrás de esta composición?

La imagen de una rana que salta al agua es algo que tengo grabado en la mente. Es del haiku de Matsuo Basho: un viejo estanque, se zambulle una rana, el sonido de la salpicadura. El viejo estanque me parece una idea interesante, así como la quietud posterior. Ese breve momento de ajetreo, seguido del silencio… Todo vuelve a como estaba antes. Es una imagen esperanzadora, motivadora y también apaciguadora. Decidí cantar en capas la letra del poema y consulté con Keito Ogawa y Yasushi Nakamura, mis colegas de banda japoneses, sobre mi dicción y todo eso. Últimamente escucho muchos audiolibros, pódcast… Soy una gran fan de Joe Frank, que era una especie de productor y locutor de radio experimental que solía contar relatos extraños por encima de música. Quise emularlo: originalmente, sobre ese pasaje musical que hay en la segunda mitad de la pista, del que se encargó Sullivan, leía una historia. Pero luego decidí eliminar mi voz. Es decir, la música acompaña a un fragmento de spoken word que ha desaparecido. Y me gusta más así. Llevo tiempo interesada por los collage musicales, me gusta experimentar con este tipo de cosas. Mi sueño es crear el collage o audiolibro más estrambótico posible, una mezcla de sonidos, textos y poemas. Quizás esa canción sea el inicio de un nuevo camino. ∎

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