Libertad con ira. Foto: Melissa
Libertad con ira. Foto: Melissa

Entrevista

DEADLETTER: “Ningún artista debería someterse a nada ni a nadie”

Seis músicos que rehúyen etiquetas y abrazan la ambigüedad regresan este mes a España con “Hysterical Strength”, su debut, que late entre caos y precisión. Letras abiertas, saxofón urbano y un directo donde lo inesperado convive con lo estructurado. En cada concierto buscan intensidad y conexión, un espacio donde el público interpreta y siente sin instrucciones.

El inicio de una banda suele estar rodeado de mitos, chispazos de inspiración o incluso peleas legendarias que se convierten en anécdotas fundacionales. En el caso del grupo londinense DEADLETTER, la historia se remonta a mucho antes de 2020. “George, Alfie y yo empezamos a tocar juntos con 15 años”, recuerda Zac Lawrence, cantante del sexteto que completan Alfie Husband (batería), Will King (guitarra), Sam Jones (guitarra), Nathan Pigott (saxo) y George Ulyott (bajo). Lo que en aquel entonces era un juego adolescente se convirtió con el tiempo en la semilla de un proyecto más grande. DEADLETTER nació como una expansión natural de ese núcleo, como un vehículo de expresión colectiva, un vaso comunicante que necesitaba más cuerpos, más instrumentos, más voces. No hubo un instante dramático ni una epifanía mística, sino la convicción de que lo que llevaban dentro pedía un espacio más amplio.

Este mes de septiembre, la banda atravesará un itinerario singular: el festival Boga Boga de San Sebastián (12), el ciclo Noites do Porto de A Coruña (24), Santander (25), el festival Cranc Illa de Menorca en Maó (26) y Granada (27). Cinco ciudades que son al mismo tiempo cicatrices y celebraciones de la historia española, geografías atravesadas por memorias convulsas. ¿Es entonces el concierto un acto político al habitar lugares tan cargados de significado? DEADLETTER responde con franqueza: “Llegamos a las ciudades con la única intención de tocar. Puede sonar decepcionante, pero no siempre hay tiempo o espacio mental para analizar en exceso dónde estamos”. Su honestidad no elimina la conciencia: el grupo se define como políticamente sensible, pero insiste en que el arte está en primer plano, que la música es el motor principal y que la postura política aparece más como consecuencia que como premisa. “Apoyamos a los perseguidos y a los marginados”, dice Lawrence, “pero nuestros conciertos no son actos políticos explícitos”.

La conversación deriva hacia los festivales. Boga Boga, Noites do Porto, Cranc… En la antigua Grecia, el ágora era un espacio de deliberación y política; hoy, ¿pueden los festivales ocupar ese lugar? La respuesta es breve y tajante: “Diría que sí”. Y quizá no haga falta más. Basta asistir a un festival y ver cómo una multitud se convierte en una ciudadanía improvisada, aunque sea solo por un fin de semana, para entender lo que insinúan: que la música puede convocar tanto como entretener.

George Ullyott, Sam Jones, Will King, Nathan Pigott, Alfie Husband y Zac Lawrence. Foto: Melissa
George Ullyott, Sam Jones, Will King, Nathan Pigott, Alfie Husband y Zac Lawrence. Foto: Melissa

Su álbum de debut, titulado “Hysterical Strength” (So, 2024), llega en un momento de precariedad global y crisis de sentido. El propio título plantea una tensión: la fuerza histérica ¿es un grito social sin cauce o una insurrección estética contra la anestesia contemporánea? “Lo segundo”, afirma sin titubeos nuestro interlocutor. Esa claridad se refleja también en su uso del saxofón, instrumento que en DEADLETTER no suena como adorno melódico sino como estallido urbano, como grito de sirena o maquinaria oxidada. Pero aquí la banda matiza: “¿Un instrumento político? Eso nos parece exagerado. Somos conscientes políticamente, sí, pero el saxofón como arma de protesta es una lectura lejana a nuestra intención”.

En cuanto a las letras, DEADLETTER rehúye definiciones cerradas. “No hay límites temáticos”, explica el frontman. Y cuando se le pregunta si son observadores clínicos o agitadores rebeldes, responden con una especie de renuncia a la propiedad: “Es lo que el oyente interprete. Mi relación personal con las letras no debería condicionar la de quien las escucha”. Es una defensa radical de la autonomía del público, del derecho a leer y sentir sin instrucciones previas. La industria, sin embargo, no se cansa de poner etiquetas: post-punk británico, revival, nueva ola. Para algunos, ese encasillamiento implica domesticar lo salvaje. El grupo lo afronta con indiferencia: “No prestamos atención. Nuestra música es lo que decidamos que sea”. Frente a la mercantilización de la radicalidad, su estrategia es simple: no mirar atrás ni a los lados.

“El directo es instintivo. Quizá orden y caos sean las dos fuerzas que lo definen... Que esperen a seis personas dándolo todo. Queremos que se vayan con la sensación de que les hemos dado lo que merecían. Y, si es posible, con un respiro frente al interminable tormento de estar vivo en 2025” 

Zac Lawrence

Sobre el escenario –pudimos testar su directo en la pasada edición del festival Vida–, oscilan entre lo visceral y lo calculado, entre la energía desatada y la construcción precisa. Esa tensión, reconocen, no es fruto de un plan consciente: “El directo es instintivo. Quizá orden y caos sean las dos fuerzas que lo definen”. De ahí surge su magnetismo: no como discurso ensayado, sino como experiencia corporal donde lo inesperado convive con lo estructurado.

En un tiempo saturado de discursos, surge la pregunta sobre la eficacia de la denuncia frontal frente a la ambigüedad poética. “Yo prefiero la ambigüedad. La sutileza me resulta más sofisticada”. Esa preferencia conecta con la idea de que la música no necesariamente debe funcionar como panfleto, sino como murmullo que se infiltra, como grieta que abre la conciencia sin permiso.

Lawrence reconoce que su música puede ser, aunque sea de manera inconsciente, una respuesta a la crisis social y política que atraviesa a su generación. “Puede que hayamos asumido esa responsabilidad sin darnos cuenta”, admite. La reacción del público en lugares como Madrid, donde un pogo nocturno se convierte en comunión ritual, parece confirmarlo. “Queremos lo mismo en estas nuevas ciudades españolas: ver al público moverse. Esa es nuestra ambición cada noche”. El entorno también influye: “Un país cálido ofrece una atmósfera distinta antes y después de un concierto. Todos somos producto de nuestro ambiente”. El cuerpo, en ese sentido, se vuelve sensor político, aunque la banda no lo formule en esos términos.

“Relieved” (del álbum “Hysterical Strength”). Vídeo dirigido por Joel Kerr.

Después de un debut siempre llega el vértigo de las expectativas. DEADLETTER no teme la presión: “Seguiremos haciendo lo que nos sale de forma natural. Preferimos ser la herida abierta”. Esa imagen, recurrente en su discurso, los define mejor que cualquier etiqueta. Una herida que no se cierra, que supura música, ruido, saxofón y ambigüedad.

En este punto surge un principio que guía al grupo: “Ningún artista debería someterse a nada ni a nadie”. La frase, tan sencilla como radical, condensa su ética creativa. No se trata de complacer ni de ajustarse a moldes, sino de asumir el riesgo de ser incómodos. Ese riesgo también se refleja en su visión sobre la música como herramienta social. “Ojalá la música pueda unir a personas con ideas afines, pero siempre existe el riesgo de alienar a quienes no comparten nuestras opiniones. Encontrar la manera de cambiar la opinión de quienes no comparten directamente nuestras ideas, y así unirlos, es un viejo dilema”. En un continente atravesado por migraciones, desigualdades y extremismos, DEADLETTER propone un arte que no busca consenso fácil, sino que abraza la tensión como parte del diálogo.

La revolución, entonces, no necesita pancartas ni manifiestos: tiene nuevo nombre y se llama DEADLETTER. Una revolución que no se impone como dogma, sino que late en cada concierto, en cada pogo que convierte la herida en celebración colectiva. Su propuesta artística busca la intensidad, el riesgo y la conexión con quienes sienten afinidad, conscientes de que la tensión forma parte del diálogo.

“Ojalá la música pueda unir a personas con ideas afines, pero siempre existe el riesgo de alienar a quienes no comparten nuestras opiniones. Encontrar la manera de cambiar la opinión de quienes no comparten directamente nuestras ideas, y así unirlos, es un viejo dilema”

Zac Lawrence

En cuanto a sus influencias más allá de la música, Lawrence da algunas pistas: “Me encanta la literatura rusa y las imágenes surrealistas, como las de David Lynch o Salvador Dalí. Mis influencias literarias son muy amplias, pero un libro que he leído este año y que me ha gustado especialmente es ‘Tierra de empusas’, de la autora polaca Olga Tokarczuk”. La obra, ambientada en un sanatorio a principios del siglo XX, examina la fragilidad humana y las tensiones entre mente y cuerpo, entre lo social y lo individual, entre lo racional y lo inquietante. Su presencia en el imaginario de DEADLETTER refleja la atracción del grupo por lo ambiguo, lo incómodo y lo que desafía las certezas establecidas.

En la carretera también hay descubrimientos. “Lo más inesperado fue tocar ante uno de los públicos más grandes de nuestra carrera en el Pohoda Festival de Eslovaquia. Nos impresionó ver tanta gente a la una de la madrugada”. Esa mezcla de agotamiento y euforia es parte de lo que transforma al grupo en movimiento constante.

España ocupa un lugar especial en su memoria. “Aquí la gente nos recibe con optimismo incluso antes de escuchar una sola nota. Esa predisposición positiva no la hemos visto en muchos otros lugares”, dice. Y para quienes aún no los han visto, lanzan un mensaje claro: “Que esperen a seis personas dándolo todo. Queremos que se vayan con la sensación de que les hemos dado lo que merecían. Y, si es posible, con un respiro frente al interminable tormento de estar vivo en 2025”.

En esa última frase se condensa su paradoja: es un grupo que no promete redenciones fáciles, que no vende respuestas cerradas, pero que ofrece cada noche un espacio para el desahogo colectivo, un momento de suspensión en el que el dolor se convierte en movimiento. No se trata de cerrar heridas, sino de mantenerlas abiertas para que sigan respirando. ∎

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