Emily Sprague: embrujo folk. Foto: Alfredo Arias
Emily Sprague: embrujo folk. Foto: Alfredo Arias

Concierto

El encanto hipnótico de Florist

Anoche en el Maravillas Club de Madrid se produjo el embrujo. Una versión reducida de Florist –solo su lideresa, Emily Sprague, y su batería, Felix Walworth– bastó para inducir un estado de agradabilísima somnolencia entre el público que casi llenaba –¡un lunes por la noche!– la veterana sala de Malasaña. Hoy, turno para Barcelona en la sala 3 de Razzmatazz.

Con el recuerdo en la mente de un lejano concierto de Rafael Berrio en la sala El Sol que se vio arruinado por la gentuza que no paraba de hablar y chocar vasos y botellas durante toda la actuación, acudí anoche con prevención al Maravillas Club, con el miedo de encontrarme un público irrespetuoso que no tuviera piedad con la lánguida música de la cantautora estadounidense Emily Sprague –nacida en 1994 en el estado de Nueva York– y su banda, Florist.

Afortunadamente, no hubo punto de comparación entre aquel fracaso del bardo de San Sebastián y la comunión espiritual que se dio ayer entre Florist –en versión dúo: sólo Emily y el batería Felix Walworth, que cambiaba su instrumento por una guitarra en ocasiones puntuales y que apuntalaba otros momentos de determinadas canciones con efectos de sintetizador– y el público que prácticamente llenaba el local malasañero, refugio iniciático del indie nacional a principios de los años noventa.

El concierto –incluido en la programación del ciclo MAZO Madrid; en la jornada anterior habían actuado en Arrasate– comenzó con la actuación de Hannah Frances, cantautora eléctrica de voz objetivamente más bonita y educada que la de Emily, pero de composiciones más planas y monótonas, aunque los asistentes también premiaron todas y cada una de las piezas que interpretó anoche con fuertes aplausos. Cuando salieron a escena Felix y Emily se vio claramente que “el partido” lo tenían ganado.

Emily y Felix Walworth: dos es suficiente. Foto: Alfredo Arias
Emily y Felix Walworth: dos es suficiente. Foto: Alfredo Arias

La música de Florist siempre ha sido una experiencia relajante. Todo su catálogo, publicado exclusivamente con Double Double Whammy durante la última década, ha sido una serie de espacios relajantes que solo en ocasiones muy puntuales insinúan algo más ruidoso. El álbum homónimo de 2022 comenzó a ampliar su campo de experiencia sonora añadiendo suaves guitarras psicodélicas en lugar de subir el volumen, y la tónica se mantuvo con el reciente “Jellywish” (2025). Entre esos dos álbumes se compuso el grueso del concierto, con cinco canciones del último –“Started To Glow”, “Sparkle Song”, “This Was A Gift”, “Our Hearts In A Room” y “Gloom Designs”– y otras tantas del penúltimo –“Organ’s Drone”, “Sci-fi Silence”, “Two Ways”, “Red Bird Pt. 2 (Morning)” y “Dandelion”–, más dos de los momentos más intensos de “Emily Alone”, su álbum de 2019: “Time Is a Dark Feeling” y “I Also Have Eyes”, la canción más rítmica del repertorio interpretado anoche.

Dejarse llevar por un estado de somnolencia –sin que ello suponga, para nada, algo peyorativo– en una sala llena de gente es una agradabilísima sensación de confort. La música narcoléptica que compone Sprague es la ideal para confrontar el brutal ruido que atruena nuestra vida actual: frente al chirrido de un mundo polarizado, Florist ofrece una música que serviría para calmar a un bebé al que se quisiera hacer dormir. El público se comportaba exactamente así: en respetuoso silencio y con fervorosos aplausos al finalizar. Durante las canciones, se hubiera podido oír caer un alfiler. De hecho, en algún momento me pareció oír el clic del obturador de la cámara de Alfredo Arias, nuestro fotógrafo, agachado en primera fila. Hasta el zumbido del aire acondicionado parecía ser capaz de romper la atmósfera mágica del momento. Sin embargo, a pesar de su voz susurrante y los suaves arpegios de su guitarra, Emily es una intérprete con una capacidad innata para cautivar al personal, hasta el punto de que cuando decidieron acabar el concierto, sin el paripé de los bises ni nada por el estilo, se aplaudió con ganas y se admitió sin refunfuñar que la hora de sueño ni siquiera llegara a la fase R.E.M. Eso sí, al igual que una buena noche de sueño, los 60 minutos que Sprague y Walworth pasaron en el escenario resultaron sencillamente rejuvenecedores. ∎

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