“Spanish Leather” (2025) es un disco sobre el éxodo. Álvaro Lafuente nació en Benicàssim, se mudó a Barcelona y ahora reside en Madrid. Su segundo LP transcurre entre la fantasía homoerótica y la búsqueda de un lugar de pertenencia en territorio ajeno: el afecto, el romance o el sexo como refugios temporales donde uno puede reconocerse. El pasado viernes 17 de octubre, Guitarricadelafuente cerró la gira de su último trabajo con un concierto grandilocuente en el Movistar Arena, dedicado –como él mismo anunció durante “Quién teme a la máquina?”– a todos los “madrileños de provincia”. En la práctica, eso sí, la mayoría de los asistentes eran muy madrileños y mucho madrileños: del barrio de Salamanca y con varios inmuebles a su nombre. La otra mitad, más joven y menos patrimonial, encajaba mejor con el espíritu de su segundo trabajo: una reinvención que ha transformado por completo su identidad artística.
El público, dividido entre quienes lo conocieron como trovador de radiofórmula y quienes lo descubrieron como fenómeno queer de nuevo folclore, reflejaba en directo la escisión que atraviesa al propio artista. Su setlist funciona casi como un mapa de esa transición: cada grupo conoce solo una parte de su discografía, y ambos creen estar ante un Guitarricadelafuente distinto. El caso de Lafuente resulta particularmente interesante para entender cómo se redefine hoy la figura del artista popular en España. “La cantera” (2022), su debut, ofrecía casi la imagen de un Taburete solista, con canciones amigables para el consumo masivo: melodías de sobremesa, letras de amor y guitarras de manual. “Spanish Leather”, en cambio, es una ruptura consciente con esa imagen: un álbum neofolclórico, sensual y contemporáneo, donde el deseo, la ironía y la experimentación se dan la mano con la tradición. Troye Sivan en español, pero con más arrojo y mucha más rumba. En esa épica de españolizar la tragedia romántica, Lafuente construye su universo a partir de un imaginario hípico, lleno de caballos desbocados y campos resecos. De ahí vino una escenografía dominada por la arena, la niebla y el cuero: el Movistar Arena se transformó en un paisaje de faena donde el artista emergió entre luces cálidas y un estruendo de guitarras.
“Full Time Papi” abrió la noche con energía y una ejecución impecable. A partir de ahí, una sucesión de canciones entre las que destacaron “BABIECA!” o “Futuros amantes” consolidaron el tono del primer bloque: un recorrido por la parte más física y performativa del proyecto. “No tengo tantas canciones”, confesó Lafuente entre risas, intentando restarle solemnidad al despliegue. No le habría venido mal repetir alguna al final, porque el set quedó claramente dividido en dos mitades. La primera, centrada en “Spanish Leather”, resultó mucho más rica: teatral, visual y arriesgada. En la canción de apertura, varios bailarines se balanceaban en anillas olímpicas, y en “Puerta del Sol” (la primera que escribió para este disco) los mismos protagonizaron una pelea en el barro. Con “Poses”, por su parte, el artista llevó su puesta en escena al extremo: se revolcó entre la tierra mientras las cámaras proyectaban cada movimiento en las pantallas gigantes, componiendo una imagen entre lo sensual y lo teatral. La escena, a medio camino entre la performance y la confesión, condensó el espíritu de su nueva era: deseo, vulnerabilidad y una provocación medida que nunca pierde el control.
La transición del presente al pasado llegó con “Mil y una noches” e “In My Room”, interpretadas sobre un potro de gimnasia que servía de trono improvisado. Fue un guiño claro al Guitarrica de antes, aunque ya filtrado por la teatralidad de esta nueva etapa. Luego, el artista desnudó el escenario y se quedó solo con su guitarra para un bloque acústico donde sonaron “Guantanamera” o “Conticinio”. Ese tramo, más íntimo y menos escenográfico, bajó las pulsaciones de la noche. También recordó que, pese a la reinvención, Lafuente nació en la música desde un cierto privilegio y una educación sentimental de clase media-alta que nunca termina de borrarse: música de pijos, en definitiva. El gesto era honesto, aunque el resultado, inevitablemente, más plano.
El concierto cerró con “Sonata nº 9 de los heavies de Gran Vía” y “Tramuntana” tras un breve bis. El público coreaba de memoria los versos finales de la noche: “Convéncete, no le pongas barrera, sucumbe al amor y a las corrientes”. Fue un cierre coherente con el relato de la noche: un artista que se ha atrevido a mancharse para volver a empezar. Pese a todo, entre luces y sombras, entre cuero y barro, el viernes todos sucumbimos al amor. ∎