Salvo un visto y no visto en Barcelona y un par de respetuosas acampadas en Alicante cuando era crío llegado a lomos de la moto Harley-Davidson de su madre, Graham Sayle, el cantante de High Vis, no conoce España. Una información que seca las gotitas de sudor perlando la frente, porque así uno puede borrar la prejuiciosa imagen de Sayle con chanclas y calcetines altos balanceándose como una mecedora con ese característico color gambón de los pálidos, o luciendo camisetas de Benidorm solidificadas por lamparones de vómito. Pero Graham –al frente de la banda que completan Rob Hammeren (guitarra), Edward “Ski” Harper (batería), Martin MacNamara (guitarra) y Jack Muncaster (bajo)– visitará España en breve. Y lo hará, quizá, en un leve estado de dipsomanía. Pero nada que no sea del todo tolerable sobre las tablas de un escenario, bramando las melodías del tercer disco largo de la banda: “Guided Tour” (Dais, 2024).
A modo de piscolabis español, el cantante de High Vis se presta a mantener una charleta conmigo desde su sofá. Despacha un acento francamente marcado. Masca las vocales y pulveriza las consonantes, mientras practica un rito poco ejercitado hoy: la paciencia. No se atropella en sus respuestas. Cuando ha de hacerlo, reflexiona. Guarda silencios a lo Jesús Quintero, antes de concluir con onomatopeyas que ya está. Ha terminado. Enroscando mientras sus tatuados brazos alrededor de la cabeza como si fueran dos serpientes hambrientas.
Otro hecho significativo de Graham es que procura deshacerse del “yo” como protagonista. Toda una contrariedad, a tenor de que sus letras son francamente personales. Hay algo ulceroso, por lo sincero, por lo visiblemente necesario para él mismo, en su desgañite. Es verdad, un artista ha de estar a pocos créditos de la cátedra del ego, pero no es imprescindible rezarle un rosario público e ininterrumpido. Y Graham Sayle tiene bien calibradas las piruetas de humildad necesarias para no caer en esa vehemencia.
Cuéntame un poco de tus orígenes. ¿Dónde creciste?
Crecí en New Brighton, en Merseyside, cerca de Liverpool. Era un lugar antiguo, un pueblo costero. Estaba bien, aunque no había mucho que hacer. Básicamente nos pasábamos el tiempo dando vueltas, montando en bici… Tenías que inventarte tu propia diversión.
¿Fue así como empezó tu interés por la música?
Sí. Empecé a ir a conciertos de hardcore cuando tenía 14 o 15 años. Tenías una idea de lo que era la música, pensabas en músicos enormes que salían en la tele. Pero de repente veías a gente como tú haciendo música, y eso me abrió los ojos. Me emocionó la idea de participar en algo. Como no había muchas opciones, construíamos nuestro propio mundo.
¿Cuál fue tu primera gran obsesión musical?
El hardcore punk, sin duda. Fue lo primero que realmente me obsesionó porque podía ser parte de ello. Podía tocar, podía ir a conciertos, hacer mosh. Sentías que pertenecías, que eras activo. Siempre he tenido una atención bastante dispersa, así que cuando algo me interesa, me meto a fondo.
En vuestra música se escuchan influencias de Mánchester como Joy Division o The Stone Roses, pero con una energía hardcore propia de Knuckledust o The Last Chance. ¿Lo ves así?
Sí, creo que eso viene de muchas influencias distintas. Nunca dijimos “vamos a sonar así”. A veces empiezas una banda porque todos aman, digamos, a The Cure, pero uno del grupo es fan de algo completamente diferente, y eso cambia todo. Siempre me gustaron los clásicos del post-punk como Joy Division. Pero al principio no me consideraba muy fan del post-punk. Mi energía era más caótica. Con el tiempo, fui encajando más con esa idea, aunque seguí siendo más enérgico.
¿Cómo definirías el sonido post-punk?
Para mí, el post-punk captura una especie de energía desesperada, nacida de sentirse completamente desconectado del entorno. Crecer en el norte de Inglaterra, en una zona industrial en decadencia, donde mucha gente perdió sus trabajos... Eso crea una sensación de abandono. Para mí, eso se refleja en un sonido frío y vacío. Es un género raro, pero cuando pienso en él, pienso en ese norte posindustrial. Aunque promovía libertad anárquica, también tenía propósito.
¿Dirías que es una música de clase trabajadora? ¿Puede existir una banda post-punk hecha por pijazos del centro de Londres?
Pueden hacer lo que quieran, pero a mí no me interesa. Cuando alguien imita un sonido sin que parezca una expresión real, se siente como una imitación barata. Para mí, todo se reduce a eso: honestidad. Música que se siente genuina, hecha porque hay una necesidad de hacerla.
¿Crees que esa necesidad es lo que le da su autenticidad?
Hacer música requiere tiempo y dinero. Nosotros nunca empezamos esta banda para lograr nada en particular, solo como una forma de canalizar nuestra energía. Si comienzas un proyecto con expectativas o metas demasiado definidas, ahí es cuando empieza a sentirse deshonesto. No puedes esperar que a la gente le importe lo que haces. Nadie tiene derecho a tener automáticamente una audiencia. Si estás intentando lograr algo, eso siempre se nota.
Billy Corgan dijo hace poco que el mundo se ha vuelto más “plástico”, y que por eso su música ahora tiene que sonar más así. ¿Qué opinas?
No creo que los tiempos sean más plásticos. The Smashing Pumpkins es una banda enorme, tienen un sonido propio. Y si él dice eso, no sé en qué contexto fue, pero si lo de “plástico” lo dice como algo negativo… no estoy tan de acuerdo. Creo que la gente se ha vuelto más insensible, más anestesiada. Pero seguimos siendo humanos. No es que el mundo sea más falso, quizá solo es más rápido, más desechable.
¿Y esa supuesta “plasticidad” se refleja en tu música?
Me parece aburridísimo hablar de hacer música plástica o comercial. Todo lo que escribo es para lidiar con lo que vivo. No intento capitalizar nada. Escribo porque lo necesito, porque me ayuda a seguir adelante. No es una estrategia.
¿El último álbum también salió de ese impulso?
Sí, completamente. No pensé mucho el título, pero se siente como un recorrido por la vida. Todas las canciones son muy personales, como una especie de tour guiado por lo que soy. La canción “Guided Tour”, por ejemplo, habla de personas que se meten en ciertos estilos de vida, los romantizan, pero siempre tienen una salida. Para otros, esa vida no es un juego ni una moda.
¿El álbum tiene un mensaje central?
No lo sé. No piensas en eso mientras lo haces. Después sí puedes analizarlo un poco, pero yo solo pongo todo de mí. Cada canción tiene una historia concreta detrás. Son muy autobiográficas, aunque suenen abstractas.
¿Qué te inspira más, el amor o la rabia?
No puedo separarlos. El amor, especialmente el amor que tengo con mi esposa, me ha dado un espacio increíble para crear. Pero también he sentido mucha rabia por perder a personas que amaba. Esa mezcla me ha dado una energía brutal. No tendría la fuerza para actuar si no hubiera pasado por esas pérdidas.
¿Hay algo que te enfurezca profundamente hoy?
Todos los días. Solo tienes que ver las noticias. En el último año y medio hemos visto a gente morir en directo, y es horrible. Es desgarrador. Y te sientes impotente frente a ese “sistema”, esa máquina.
¿Hay personas o actitudes que no soportas?
No soporto a quienes abusan de los más vulnerables. A quienes maltratan, humillan o ignoran a gente sin poder. Siempre he querido proteger a quienes amo y a quienes no pueden protegerse.
¿Eso también está presente en tus letras?
Sí, en canciones como “Mob DLA” o “Gone Forever”. Tratan sobre personas oprimidas, invisibilizadas por el poder.
Al hablar de ti, se nota que no lo haces con pretensión.
Siempre me he sentido igual que cualquier otra persona. Yo hago lo que amo y pongo todo lo que tengo en ello. Si eso puede inspirar a otros a ver que todos somos iguales, entonces vale la pena. No importa cuánto éxito tengas, al final del día solo eres una persona más. Nadie es mejor que nadie.
Después de todos estos años, ¿cuál dirías que ha sido la lección más importante?
Que no esperes nada. Y no te apures. Si crees que tienes derecho a algo, estás equivocado. Lo único que debes tener es respeto por los demás. Uno no es tan importante, y hay que recordarlo. El ego puede joderte. Hay que tratar a los demás con el mismo respeto que esperas recibir. ∎