La magia del susurro. Foto: Alfredo Arias
La magia del susurro. Foto: Alfredo Arias

Concierto

Jessica Pratt: ha pasado un ángel

El pasado viernes 15 de noviembre, Jessica Pratt convirtió Independance Club, en Madrid (al día siguiente repitió en el CAT de Barcelona), en un refugio de quietud en mitad del frenesí nocturno. Arropada por una tenue luz roja y un público sorpresivamente respetuoso, la cantautora angelina ofreció un concierto en el que presentaba su trabajo más reciente, “Here In The Pitch”. Con una timidez respaldada por una banda tan elegante como sutil, Pratt hizo de la introversión su alma más poderosa, transformando la sala en un oasis de silencio en mitad del caos urbano.

Jessica Pratt comienza su repertorio con “World On A String”, de su álbum “Here In The Pitch” publicado este mismo año. En ella, habla de que tiene el mundo pendiendo de un hilo (“She’s got the world on a string”) y de que quiere ser el rayo de sol más brillante del siglo (“I want to be the sunlight of the century”). Fuera de la sala Independance, y por darle algo de poética al asunto, en Madrid empieza a suceder una de las noches más frías de este invierno. Falta poco para que la esquina de la sala, desde la que se ve la estación de Atocha en una dirección y un McDonalds en la otra, sea el punto de reunión de todos aquellos ociosos que conversan con los decibelios de más que aportan las cañas. Paradójicamente, el concierto de la cantautora tiene lugar en una de las calles más transitadas de la capital. Dentro, sin embargo, todo el mundo calla: Pratt canta iluminando una noche tan oscura como silenciosa, como un pájaro que vaticina las primeras luces del alba.

El público espera entre cuatro columnas muy mal situadas y una visibilidad bastante reducida: gran parte de la gente conversa en inglés, otra mucha viene sola. Entre tanto tumulto inicial, nadie pondría la mano en el fuego por el silencio que una puesta en escena como la de Pratt requiere. De hecho, su telonero no corre tanta suerte como ella: Jack J aparece en el escenario con un ordenador portátil y una guitarra eléctrica de doce cuerdas. Demasiadas para afinarlas entre canción y canción, parece, aunque el músico de origen australiano afincado en Canadá tiene cara de que le da pereza todo en general. Dispara las pistas en un orden que parece improvisar por el camino, toca algún riff por encima, no hay muchos adeptos, pero no parece importarle demasiado. Viene a España a presentar su nuevo álbum, “Blue Desert”, un trabajo a medio camino entre el post-punk, la new wave y el chill out. Sin embargo, en directo, su sonido electrónico se transforma hasta lograr un acercamiento bastante pertinente al folk de Pratt: casi por eso da mucha más pena la falta de entusiasmo en la pista. Se despide prácticamente sin inmutarse y pasa el resto de la noche sentado en el puesto de merchandising, con un ojo en sus zapatos y otro en internet.

Una noche encantada. Foto: Alfredo Arias
Una noche encantada. Foto: Alfredo Arias

Desde que Jessica Pratt sale al escenario hasta que comienzan a sonar las primeras notas, pasan segundos que parecen horas. La californiana se toma su tiempo para sentarse, coger su guitarra, colocar su micro, encontrar la postura como un gato que da muchas vueltas hasta echarse, por fin, a dormir. Solo desde ese momento y hasta el final del show, la sala parece convertirse en una cámara anecoica donde pueden escucharse los latidos de los músicos sobre el escenario. Todos ellos –Lau Ro (batería), Nico Leibman (bajo), Diego Herrera (saxo) y Matthew McDermott (teclados)– tocan sentados y la altura del escenario no es muy grande, por lo que una buena acústica era lo único por lo que merecía la pena acudir allí. Así, durante la hora que duró el concierto, gran parte del público se planteaba un debate, en aquellos momentos, decisivo: verle algo la cara a la artista o primar el sonido por encima de la presencia. En las escaleras de entrada a la sala se agolpaba gran parte de la audiencia para poder alzar la vista (con los consiguientes guardias de seguridad con el ceño fruncido alrededor); otros muchos, directamente, desistían y pasaban el resto del espectáculo sentados en sillones de espaldas al escenario. Un gran foco rojo iluminaba a Pratt, algo menos a su bajista: los que estaban delante tampoco podían ver demasiado.

Hasta “Get Your Head Out”, tercera en la lista, la voz de Pratt suena cruda, grave y algo terca, como si se le hubiese olvidado hacer algún gorgorito antes de salir a escena. A posteriori, encuentra esos matices nasales y brillantes que caracterizan su repertorio, y casi parece que carraspea fruto de su timidez. Sentada, bajo una luz tenue, dando las gracias solo cuando es estrictamente necesario o cuando el silencio es demasiado incómodo: su folk prácticamente vacío o el respeto que emana de la audiencia parecen la consecuencia directa de su introversión. Así, su banda es un acompañamiento más emocional que práctico, pues salvo momentos puntuales la instrumental es una mera pincelada que refuerza el rasgueo acústico de la cantautora. “By Hook Or By Cook”, a mitad del repertorio, se articula como una bossa nova más brasileña que su versión de estudio; “Opening Night”, inmediatamente posterior, funciona como un interludio entre Chopin y Satie. “As The World Turns” sucede a dicha pista instrumental, del mismo modo que se ordenan en “Quiet Signs” (2019), pues el peso armónico de la primera construye también la segunda, produciéndose un intercambio motívico piano-guitarra. Por lo demás, sin embargo, parece que sus músicos están con ella para brindarle apoyo emocional.

El repertorio de Pratt es breve pero suficiente, con alguna incursión en algún trabajo antiguo pero muy centrada en hablar sobre lo nuevo. Queda de manifiesto que ni la propuesta más íntima escapa de los códigos de lo normativo: Jessica Pratt deja dos canciones para los bises. “On Your Own Love Again” y “Fare Thee Well” se acaban, ella sonríe con tanto agradecimiento como vergüenza y se va por donde ha venido. En Madrid comienza el ruido de la noche y el frenesí de la oportunidad, pero en la sala Independance, como un oasis urbano, acaba de pasar un ángel. ∎

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