Amanecíamos hoy con la noticia de la muerte de Kris Kristofferson (1936-2024), uno de los indiscutibles cantautores que colocaron al country americano en la primera plana de la música occidental. Tenía 88 años y su hoja de servicios comienza como destacado compositor de canciones para otros artistas, anteriores y posteriores a su reconocimiento, para atreverse finalmente a defenderlas con su propia voz, una voz grave de barítono que necesitó calentar durante largos años. No solo eso, Kristofferson destacó en el mundo del cine con películas como “Pat Garrett & Billy The Kid” (Sam Peckinpah, 1973) o la muy popular versión de “Ha nacido una estrella” (Frank Pierson, 1976) como coprotagonista junto a Barbra Streisand, que le valió un Globo de Oro. Una historia recurrente en Hollywood que también ha conocido los protagonismos de estrellas como Judy Garland, Lady Gaga o Bradley Cooper.
Su verdadero debut como cantautor fue con un álbum histórico, tras un breve escarceo tres años antes con un single olvidado, “Golden Epic” (Epic, 1967). Hasta entonces se había dedicado a componer para otros. Si tardó tanto en decidirse es porque no se sentía seguro con su voz. Le podían los nervios y no le gustaba demasiado ser cantante. Su confianza era mucho mayor como autor, hasta que le convencieron de que podía dar el paso. Fue el productor Fred Foster quien confió en él: “La razón por la que le pedí que cantara cuatro canciones es que cualquier compositor podría tener suerte y escribir una buena canción, nunca más de dos o tres, y ciertamente nunca cuatro…”, dijo. Al principio Kristofferson dudó: “Hombre, no puedo cantar, canto como una rana”. Hasta que se decidió. Y en este debut tuvo ni más ni menos que a Johnny Cash escribiendo las notas de presentación del disco, como ya había hecho antes dando a conocer algunas de sus canciones en el Newport Folk Festival de 1969 con gran éxito. Como se afirmó después, estamos ante “uno de los grandes discos perdidos de la era hippie, una obra maestra repleta de cuentos de vagabundos y soñadores relatados en poesía, digno de los mejores compositores honky tonk”.
Antes, el músico texano había rechazado una carrera militar, como primogénito de un general mayor de las fuerzas aéreas estadounidenses, para dedicarse a hacer canciones. Pronto se hizo popular dentro de la escena country de Nashville y empezó a formar parte de un grupo emergente de nuevos compositores, como Mickey Newbury y Shel Silverstein, que querían aportar un realismo poético a la música country. Muchas de esas canciones de su debut aparecerían grabadas por grandes nombres como Johnny Cash, Waylon Jennings, Jerry Lee Lewis, Willie Nelson o Gordon Lightfoot. El caso más popular es el de “Me And Bobby McGee”, popularizada por Janis Joplin, si bien la primera versión corrió a cargo del actor y cantante country Roger Miller en 1969. Compuesta junto a Fred Luther Foster, propietario del sello Monument, la canción describe aventuras de un viaje por carretera, algo frecuente en el country de la época. Comienza con una pareja que se dirige a Nueva Orleans, hace autostop y los recoge un camión que los acerca a su destino. En realidad se trata de una loa a la libertad, tanto individual como social: quienes no tienen nada que perder serán más libres para apostar por sus ideales. El propio Kristofferson señalaría que expresaba la idea de que la libertad es una espada de doble filo. Si tienes una familia no eres tan libre como si estás solo. Pero nadie quiere estar solo. “No me hago la ilusión de que soy libre”, dijo. “Estoy encadenado a una gran cantidad de cosas. Pero no quiero liberarme de mi familia, de mi hogar y de la gente que quiero. Me gustan las responsabilidades que me impiden ser libre".
Esa filosofía de vida la tuvo siempre presente, quizá por su infancia nómada y contradictoria. Por un lado había estudiado Literatura Inglesa en Oxford, pero también obedeció la tradición de su padre, alistándose en el ejército, llegando a comandante como piloto de helicópteros en el Golfo de México para compañías petrolíferas. Por suerte abandonó todo aquello y en 1965 dejó su puesto de profesor en la academia militar y se mudó a Nashville para comenzar a componer. Al mismo tiempo trabajó ocasionalmente de camarero, obrero de la construcción o del ferrocarril. Luego, como conserje para Columbia, lo cual le brindó la posibilidad de hablar directamente con los artistas y estar presente durante grabaciones, incluidas las de Bob Dylan.
En 1985, en uno de los peores momentos personales y para la música que representaba, se dio el gusto de formar parte del supergrupo The Highwaymen junto a sus grandes referentes: Willie Nelson, Johnny Cash y Waylon Jennings. En su faceta como actor de cine, además de en las cintas ya citadas, trabajó en más de setenta películas, incluidas “Alicia ya no vive aquí” (Martin Scorsese, 1974) y la de superhéroes de la Marvel “Blade” (Stephen Norrington, 1998) junto a Wesley Snipes. Aquí también le tocó ser el mentor del antihéroe. Ahora se ha ido en paz. “Cuando veamos un arcoíris, sabremos que nos está sonriendo a todos”, desvelaba su familia en el comunicado final. ∎

Un debut icónico, justo en el cambio de década. No solo por las canciones, también por su olfato para anticipar que frente a la inclinación conservadora de Nashville, el country conectaba con un tiempo de rock romántico y hippismo contracultural. Kristofferson contaba 34 años, pero, además de un single olvidado, hasta entonces solo se atrevía con la composición. Así, algunas de las canciones aquí expuestas ya habían sido grabadas, caso de “Me And Bobby McGee”, archifamosa gracias a su amiga Janis Joplin. Se reeditaría un año después con la atención que no disfrutó en su día, y hasta el mismísimo Johnny Cash versionó la resacosa “Sunday Mornin’ Comin’ Down”.

La reedición del anterior convirtió a Kristofferson en una figura, hasta entonces solo conocido como autor de algunas canciones de éxito. En el verano de 1971, su segundo álbum como cantautor ya es esperado por una creciente legión de fans para culminar felizmente la transición. Quizá no alcance el grado de excelencia del anterior, pero le sirve para probarse puntualmente con secciones de vientos y cuerdas que enternecen sus duros relatos sobre marginados. Producido también por Fred Foster, fundador de Monument Records y muy unido a Roy Orbison, acentuó su cara más sentimental, como adelantaba en portada.

En 1973 Kris Kristofferson estaba en la cumbre. Además de los éxitos discográficos, protagonizó “Pat Garrett And Billy The Kid”, la película de Sam Peckinpah que lo enfrentaba a James Coburn, con Bob Dylan merodeando por allí como un tal Alias. También estaba Rita Coolidge, “The Delta Lady”, la “Yoko Ono de Crosby, Stills, Nash & Young”. Recién casados, editaron el primero de sus tres discos en pareja, además de alguna colaboración anterior. Como no podía ser de otra manera, era un bonito disco de canciones de enamorados, versiones en buena parte. El productor de ella, David Anderle, y su sello A&M se encargaron de un trabajo que para él supondría reverdecer las armonías de los Everly Brothers.

El reverso del anterior cuando todo se había venido abajo. Era su décimo álbum y el último para Monument Records. Pero también el primero desde su divorcio de Rita Coolidge un año antes. Además, su película más reciente, “La puerta del cielo” (Michael Cimino, 1980), había sido vapuleada por la crítica. Tampoco su álbum anterior, “Shake Hands With The Devil” (1979), fue bien recibido. Una tormenta perfecta y una oportunidad de desahogo para contar su versión del dolor por el desamor. Lástima que ese inicio de los ochenta no fuera precisamente el mejor momento para este tipo de historias y este tipo de lamentos. La profundidad requerida aparece en contadas oportunidades. A pesar de llegar a las listas, Kristofferson se pasó seis años sin publicar en solitario.

Probablemente su último gran testamento y el segundo de un trío de álbumes de despedida producidos junto a Don Was, con la sombra de la serie “American Recordings” (1994-2010) de Johnny Cash y Rick Rubin. Iba a titularse “Starlight And Stone”, pero decidió cambiarlo aduciendo que cuanto más cerca se está del hueso, más cerca de la verdad. Superados los 70 años, “Closer To The Bone” es uno de esos discos históricos de absoluta madurez lírica donde la voz ajada del autor enfatiza la sensación de cansancio y pérdida, de fin de trayecto y a la vez de gratitud por lo bueno vivido. También es el disco de los homenajes a Sinéad O'Connor, Johnny Cash, la hija de Eddie Rabbitt o el guitarrista Stephen Bruton, fallecido poco después de la grabación. ∎