El nuevo trabajo del canadiense Patrick Watson nació de un golpe de guion casi cinematográfico: perder la voz durante meses. Ante la posibilidad de no recuperarla, decidió escribir para otros cantantes, aquellos a los que quería escuchar en sus propias canciones. El resultado es “Uh Oh”, octavo álbum de estudio y el más coral de su carrera.
Aunque su nombre no siempre aparece en los grandes titulares, Patrick Watson lleva más de dos décadas construyendo una carrera impresionante. Su balada “Je te laisserai des mots” (2010) fue la primera canción en francés en superar los mil millones de reproducciones en Spotify, mientras que otras piezas suyas han sonado en series y películas de éxito. Con todo ese bagaje a sus espaldas, él mismo señala “Uh Oh” (Secret City- Music As Usual, 2025) como la cima de su obra, precedida por el increíble “Better In The Shade” (Secret City, 2022), un disco breve pero intenso donde Watson volvió a desplegar esa sensibilidad única que se adentra bajo la piel.
Aunque hablar de su nuevo lanzamiento era la premisa inicial de esta entrevista, Watson tuvo claro por dónde quería empezarla: por el cine. Se acomodó en el sofá y, mientras no paraba de moverse, gesticulaba y encadenaba referencias vitales con una espontaneidad luminosa, dijo: “‘Perfect Day’, para ‘Perfect Days’ de Wim Wenders, es la pieza de la que más orgulloso estoy. Mi versión komorebi se inspira en esa expresión japonesa que describe la luz atravesando los árboles al atardecer. No se me ocurre otra obra que me haya hecho sentir tanta esperanza”.
Hablamos sobre su participación en la banda sonora de “The Girls Who Cried Pearls” (Chris Lavis y Maciek Szczerbowski, 2025), un cortometraje en stop motion con el épico estudio de animadores Clyde Henry sobre una chica que llora perlas y un chico que las vende, y que ganó hace unos días el Shorts Canada Award en Toronto. Y casi inevitablemente le preguntamos por su participación y aparición en “So Long, Marianne” (Ingeborg Klyve, Tony Wood & Øystein Karlsen, 2024), miniserie centrada en el Leonard Cohen de los sesenta. Lo que mucha gente no sabe es que Cohen y Watson ya habían trabajado juntos produciendo el tema “The Hills”: “No estoy seguro de que a Leonard le gustara mi trabajo. Intenté dar a la música el peso de las palabras, y eso lo fastidió. De niño no me gustaba Leonard Cohen porque yo no era un hombre de palabras, era de sonido. Soy como Björk, soy como Thom Yorke. Odiaba el lenguaje, sacaba malas notas en inglés. Lo hice por mi madre, a ella le encantaba Leonard. Y en el proceso me enamoré de sus entrevistas más que de sus canciones: ahí encontré un sentido del humor que no veía en las letras”.
En “Uh Oh” conviven figuras consagradas como Martha Wainwright con fenómenos recientes como Solann o November Ultra. También aparecen MARO, Charlotte Cardin, Klô Pelgag o Hohnen Ford, cada una aportando su timbre y su mundo. El disco se publicó el 26 de septiembre y en enero de 2026 llegará en directo a España, con Watson pasando por Santiago de Compostela (17), Madrid (18) y Barcelona (19).
Me genera curiosidad saber cómo te comunicabas todo este tiempo que perdiste la voz...
Usaba una aplicación con mis hijos y tenía que escribir todo lo que quería decir, algo muy molesto porque odio escribir. A veces hacía que un robot leyera mis frases: “Limpia tu cuarto o te mataré”. Lo curioso era en las cenas o fiestas. Yo suelo ser de los que hablan mucho, un poco sabelotodo, siempre con estadísticas y opiniones. Y al final de la noche pensaba “¿alguien habrá echado de menos lo que iba a decir?”. Para nada, solo me decían “me alegro de que hayas venido”. Entonces entendí que hablar es parecido al afecto. Es como dar una sonrisa, tocar un hombro o abrazar. Y no es solo para el otro, también lo es para uno mismo. Cuando perdí la voz por completo pensaba “ojalá me cruce con Wim Wenders, porque ahora sí voy a poder lograrlo, ahora sí voy a poder estar en silencio con él” (lo dice entre risas).
¿Cuánto tardaste en terminar este disco desde la primera idea hasta el resultado final?
No sabría decirlo. Nunca hay un inicio ni un final: básicamente siempre estoy trabajando, nunca apago la máquina. Por ejemplo, la idea para “Choir On The Wires” la tenía guardada desde mi primer viaje a México.
Es la canción que cantas solo en el disco. ¿Cómo se fue desarrollando?
En Ciudad de México buscábamos sustituta para Ariel Engle, de La Force. Diego, un tipo de mi edad que trabaja incansablemente por la música independiente de allí, nos trajo a varias candidatas y todas llegaron a la vez. La situación era rara, así que con Mishka y Olivier (se refiere a sus colaboradores Mishka Stein y Olivier Fairfield, que también lo acompañan en directo) nos apartamos a otra sala y saqué una idea que llevaba guardada. Cuando llegamos a ser siete u ocho personas, descubrimos algo importante: las ideas no se pueden traducir literalmente, hay que adaptarlas a cada idioma. Lo pienso con Murakami: quizá en inglés sus libros parezcan más mágicos que en japonés, o como en la literatura latinoamericana, donde lo sobrenatural entra en lo real sin explicación. Con “Choir On The Wires” pasó lo mismo y eso abrió conversaciones preciosas sobre la vida y la forma en que vemos las cosas. Hablamos de eso, escribimos juntos y en tres horas ya teníamos los acordes, el coro y la canción terminada. Fue uno de mis momentos favoritos del disco.
El disco se grabó también en Montreal, Nueva Orleans, Los Ángeles y París. ¿Por qué en tantos lugares diferentes?
Porque la tecnología y la música han cambiado. Antes necesitabas 300.000 dólares para que algo sonara bien. Ahora, con músicos como Olivier, Mishka o Ariel bastan dos micros, un portátil y grabar en el rincón más mágico que encuentres. Esta es la primera vez que suena como un millón de dólares con un Apollo Twin (es una interfaz de audio) y dos buenos micros, sin un gran estudio. Y eso solo es posible gracias a la madurez. Nos ha llevado veinte años de autoproducción aprender a simplificar y a tener la confianza de dejarlas en vivo. Casi todo el disco está grabado así, con muy pocas capas. Suena bien porque hay poca información y mucha honestidad.
“Uh Oh” representa la realización más fiel de una visión musical que has estado persiguiendo toda su vida. ¿Todavía queda espacio para sorprenderte a ti mismo?
Espero que sí, claro. Últimamente he estado haciendo mucha música para danza, trabajando con artistas como el bailarín Yoann Bourgeois –ese de los vídeos con trampolines en escaleras– o con la compañía Jacob Jonas de California. Me encanta hacer música instrumental. Tenemos incluso un proyecto paralelo, secreto, solo con modulares y sin voz. Tocamos en el festival MUTEK el verano pasado, lo grabamos y quedó muy bien. Llevamos años practicándolo en secreto, y por eso en este disco todos los elementos electrónicos son tan sutiles: me gusta que no se note que son electrónicos.
¿Todo ese proceso es tuyo? Producción, mezcla...
Montana Martin-Iles, con quien comparto el estudio, me ayuda, pero nadie imagina que yo también lo hago. Anteriormente hubo discos en los que dejé que otras personas mezclaran algunas canciones, pero los últimos tres o cuatro los he mezclado yo casi por completo. Normalmente en los créditos añado a Rob Heaney, un gran amigo que falleció, porque me enseñó muchísimo. Sigo poniendo su nombre como homenaje.
Quería preguntarte si elegir todas las voces femeninas fue una decisión consciente…
No, no fue intencional. Yo buscaba cantantes que hicieran cosas muy distintas y que yo no puedo hacer. Algunas de las voces que quería venían de mundos como el hip hop y el R&B. Me habría encantado tener, por ejemplo, a Daniel Caesar. Luego está un brasileño increíble llamado Will Santt, muy poco conocido. La mayoría de los cantantes que encontraba era por Instagram, en su mayoría aficionados… hasta que dejaron de serlo, porque ahora ninguno lo es. Así que no diría que fue algo tan intencional, simplemente es lo que pasó. Cuando son de escenas distintas o no hay acceso ni confianza, no es divertido ni natural.
Hablemos de “Silencio”, con November Ultra. ¿Por qué era perfecta para esta pieza que cuenta a fondo tu experiencia?
Esa canción la escribimos dos horas antes de que llegara. Sabía que si Nova y yo entrábamos juntos en una sala iba a pasar algo mágico. Si la has visto en directo no hace falta ser un genio para entender por qué la llamé: es de las cantantes más impresionantes del planeta. Si el director Hayao Miyazaki creara un helado, sería ella. Canta en varios idiomas y es épica, de verdad. Es mitad española, mitad francesa. De hecho, todos los invitados del disco son mejores cantantes que yo, todos son impresionantes.
Has elegido perfiles muy distintos. ¿Qué buscabas exactamente?
Para mí no va de “tener buena voz”. Va de la intención. Como con Leonard: el peso de cada palabra. Por ejemplo, la primera vez que vi a Solann cantar supe al instante que no era “una buena voz”, era otra cosa. Y con MARO me pasó algo parecido: suena como varias generaciones de fado chocando con una versión moderna, es excepcional. Charlotte Cardin es superpop y puede cantar literalmente cualquier cosa. Le pedí cosas “imposibles” porque quería que sonara como si no fuese humana, pero sin Auto-Tune. Y Klô Pelgag concentra todo lo que amo de Quebec: es libre, lista, con una estética desatada y una voz enorme; hasta cuando toca el piano y canta –aunque no le guste hacerlo– es alucinante. Hohnen Ford es como viajar a lo mejor de los setenta: hay algo en su timbre y en su escritura que me desarma. Te sientas a escribir y te vuelan la cabeza no solo por cómo cantan, sino por cómo piensan.
En “House On Fire”, con Martha Wainwright, parece que hay un pulso entre dos miradas. ¿Qué pasó ahí?
Llegué con una idea demasiado hecha y fue un error, muy arrogante por mi parte. Empezamos a hablar de la verdad: yo pensaba que en algunos conflictos pueden existir dos verdades y aferrarse a una puede quemar la casa entera. Ella respondió “algunas verdades sí merecen la pelea”. Veníamos de lugares distintos, por eso la canción acabó funcionando casi como un dúo de hip hop: dos voces con experiencias diferentes, pero también momentos en común para no incendiar la casa. Para mí era personal: vi a mis padres “quemar la casa” por una verdad que nunca iba a existir, con un coste altísimo. Al final aprendí que a veces hay que empezar de cero y escuchar más.
Si el Patrick de hoy pudiera hablar con el Patrick de hace 20 años, ¿qué le diría?
Que voy en skate al trabajo y pago el alquiler. Te lo juro. Ese combo absurdo me habría hecho muy feliz con 15 años (ríe). ∎