No digo que fuera sin querer ni casualidad cuando me topé por primera vez con Los Hermanos Cubero, pero tampoco nadie me había hablado de ellos antes ni había leído nada sobre su música y sus circunstancias. Empezaba en septiembre de 2010 a familiarizarme con la música de raíz ibérica porque los altos cargos de Radio 3 habían decidido darme la dirección y presentación de “Tarataña”, el programa especializado en esas lides, que hasta entonces había dirigido y presentado el etnomusicólogo y músico Manuel Luna. De folk de aquí sabía yo lo que sabe un periodista musical generalista. Sí, Kepa Junkera, Carmen París, Luar Na Lubre, Eliseo Parra, Milladoiro, Berrogüetto, La Musgaña, Carlos Núñez, L’ham de Foc, Joaquín Díaz, Vanesa Muela, Oskorri, Al Tall o El Nuevo Mester de Juglaría eran artistas de los que me había tocado escribir alguna vez porque habían trascendido de la escena meramente folkie, pero poco más. Y, claro, sí, sabía quién era Agapito Marazuela y más o menos lo que había significado para la dulzaina segoviana y castellana y la música tradicional de toda España.
Así que cuando apenas empezaba a aprender a distinguir una jota de Aragón de una seguidilla manchega o un charro salmantino, los propios Roberto Cubero y Enrique Cubero me escribieron para darme cuenta de su existencia, informarme de que habían ganado un premio que llevaba el nombre del famoso dulzainero segoviano y de que, a consecuencia de ello, habían podido grabar el disco debut que me hacían llegar.
El título era curioso, “Cordaineros de la Alcarria” (2010), término que nunca había escuchado y que creí fruto de mi ignorancia previa, pero que descubrí (menos mal) que era invención de ellos. “Si a los de dulzaina y caja se les llama dulzaineros”, sostenía el dúo en una de las letras de ese disco, pues ellos “tal vez fueran cordaineros”, ya que tañían instrumentos de cuerda.
Vino toda esa exaltación de sonido que me resultó apasionante. Recreaban romances, jotas propias, seguidillas de su tierra, la Alcarria, pasodobles, y todo con un sonido que, sin olvidar la raíz ibérica, resonaba a bluegrass de Kentucky. Se dijo entonces: eran los hijos bastardos de Agapito Marazuela y Bill Monroe, el mandolinista que sentó algunas de las bases (y valses) de la música rural estadounidense y que formaría a su vez otra de las bases de la música country. Pero en sus letras no hablaban de la Ruta 66, ni de rodeos, ni de Cadillacs relucientes, ni de vastos ríos como el Misuri, el Misisipi o el Bravo, sino de cruzar el sistema ibérico, de la miel de la Alcarria o del río Jarama. Añadan a eso una portada de dos tipos bien trajeados y encorbatados perdidos en mitad de una carretera secundaria en plena España vacía.
Sí, reunían todo para sentir fascinación por ellos a la primera, máxime cuando les escuchabas ese desafío descarado espetado en una de aquellas primeras canciones:“Hagamos algo de ruido, que se enteren en el pueblo, que ya estamos aquí”. Y la definitiva sentencia: “Gustaremos hasta a los modernos de Madrid”.
Y vaya que si gustaron. A partir de ahí, la historia es más o menos conocida. “Lo que noto en estos diez años largos que han pasado desde entonces es que ahora tocamos mejor”, reconoce Roberto no sin cierta ironía. Su hermano Quique, el mayor, apostilla: “Más que gustar a los modernos de Madrid, sí hemos asentado un público, aunque nunca hayamos dado un pelotazo”. “Nuestro estilo nunca va a ser mayoritario, ni lo queremos, pero hemos aprendido a comunicarnos mejor con nuestro público, con más soltura, y a explicar mejor nuestro mensaje”, sentencia el pequeño.
Quique toca la guitarra y es la voz principal; Roberto toca la mandolina y hace segundas voces. Ambos componen, y de alguna manera vienen a ser una versión moderna de los antiguos dúos de dulzaineros. La guitarra se encarga de sustituir al redoblante, y la mandolina hace las veces de las melodías de la dulzaina.
Pasasteis de los festivales folkies a los indies. ¿Algún desplante tipo al “¡Judas!” que le soltaron a Dylan cuando se electrificó?
Quique: Seguimos yendo a unos y otros indistintamente, pero nadie nos ha llamado eso. El público puede que sea distinto en un tipo de festivales que en otro, pero responde a lo mismo. Y la gracia es esa: a los festivales folk viene gente indie a vernos, y a los festivales indies viene gente del folk a vernos. No estamos peleados. Sí es verdad que ha habido una temporada que hemos tocado menos en encuentros de folk.
Roberto: A decir verdad, nunca hemos pertenecido a un circuito único.
Quique: Hemos llegado a otros públicos, pero nuestro estilo es fiel, es el mismo.
Roberto: Las etiquetas solo sirven para las tiendas de discos y las hojas de promoción… pero, en realidad, el público, los aficionados a los conciertos y que solemos ir somos muy pocos.
Quique: Somos pocos, pero nos movemos mucho.
La pandemia no ha frenado las ganas de seguir haciendo canciones a este singular dúo, que acaba de publicar su quinto disco, doble para más inri. “Todos hemos estado fastidiados en casa, más o menos, sin poder hacer las cosas que hacíamos antes, pero mientras haya salud y la familia esté bien, pues todo bien. Si no podemos emborracharnos en los bares, nos emborrachamos en casa”, sentencian ambos casi a la vez.
Artistas como Nacho Vegas, Josele Santiago, Hendrik Röver, Christina Rosenvinge, Carmen París o Ara Malikian cantan con Los Cubero en el disco 1, “Errantes telúricos”, mientras que en el 2, “Proyecto Toribio”, todo instrumental, los invitados son violinistas de lujo procedentes del folk, como Diego Galaz (Fetén Fetén), Blanca Altable, Begoña Riobó, María San Miguel (Atlantic Folk Trío) o Águeda Sastre (Alicornio).
“Una cosa fue llevando a la otra; así, inopinadamente, nos fuimos liando”, asegura Quique para justificar tamaña empresa. “Una colaboración que en principio iba a ser una canción solo se convirtió luego en un EP. Luego fueron cuatro canciones más y así llegamos a diez. Y como teníamos lo del proyecto Toribio, que estaba ya en marcha previamente, pues dijimos venga, todo para fuera”.
“Errantes telúricos / Proyecto Toribio” (El Segell-Primavera Labels, 2021) parecen dos discos bastante diferentes para formar uno solo, aunque ellos mismos no lo ven así: “Vale, sí; en uno no todos los invitados proceden de la música folk o de la música tradicional, y en el otro sí, que es un homenaje a Toribio del Olmo, que era un violinista de nuestra tierra, Guadalajara, pero tienen mucho en común. Podrían haber salido por separado, pero creo que forman parte de lo mismo”, dice Quique y Roberto apoya: “En cualquier álbum nuestro casi la mitad eran cantadas y la otra mitad instrumentales. Esto es lo mismo, un álbum instrumental, otro vocal, pero los dos son álbumes de colaboraciones, porque en el álbum vocal tenemos todo cantantes y en el álbum instrumental tenemos todo violinistas, ya que es un homenaje a un violinista y queríamos mantener ese espíritu de violín”. “Se complementan perfectamente, y forman una sola obra”, zanja Quique.
¿Y por qué Ara Malikian no está en el de violinistas?
Roberto: Porque en el de Toribio quisimos hacerlo con el repertorio de Toribio. Y la pieza que le propusimos a Malikian la había compuesto yo. Cuando nos mandó lo que había hecho con ella, nos quedamos flipados. A mí personalmente me emociona que algo mío lo toque un tío como él de esa forma.
¿Quién era Toribio del Olmo?
Roberto: Un violinista de la primera mitad del siglo XX, de la zona de Algora y de la serranía de Guadalajara, que tocaba en bailes y celebraciones. Por allí, las rondas se hacían –y todavía se hacen- con violín como instrumento principal, como en otros sitios la dulzaina se lleva más, pero en Guadalajara, en esa zona, era el violín. Quisimos recuperar ese repertorio y mantener el espíritu de baile tradicional. Y nosotros, ya que no sonamos tan tradicionales, sí que queríamos mantener ese espíritu, y por eso Malikian encajaba mejor en el otro disco de colaboraciones.
¿Cómo llegasteis a él, vosotros que lleváis casi toda vuestra vida en Cataluña y no sois violinistas?
Roberto: Nunca hemos perdido nuestra raíz. Conocimos a Toribio por la versión de su “Foxtrot de Algora” que habían hecho con La Musgaña Carlos Beceiro y Diego Galaz y nos preguntamos si Toribio tendría más. Nos pusimos en contacto con Carlos Orea, de la escuela de folklore de Guadalajara, donde sigue habiendo un aula de violín, y nos puso en contacto con el que hizo el trabajo de campo y grabó a Toribio en los 90, y luego el dulzainero Javier Barrio nos mandó las grabaciones, más de cinco horas con todo tipo de piezas. Y de ahí seleccionamos lo que iba a ir en el disco.
¿Cómo contactasteis después con cada uno de los artistas que colaboran? ¿Ha habido algún criterio especial?
Roberto: Con la mayoría ya habíamos coincidido y teníamos cierta afinidad. Artistas que buscan la belleza, que es de lo que se trata el arte.
Quique: Y los que no conocíamos son gente que admiramos mucho y que creíamos que podían aportar.
¿Hubo quien no quiso?
Quique: Sí, hay gente que nos dijo que no, siempre de forma amistosa, y fuimos pasando turno. Y hubo quien ni nos conocía, pero no diremos nombres.
¿Las grabaciones fueron presenciales?
Roberto: La tres primeras sí, con Grupo de Expertos Solynieve, Rocío Márquez y Amaia, ya que fueron antes de la pandemia.
Quique: Con Josele Santiago nos vimos después de la pandemia muchas veces, entre otras cosas porque vive cerca de mi casa.
Vamos a repasar las canciones e invitados de “Errantes telúricos”, si os parece. “Efímera” con Amaia.
Quique: Escrita por mí. Hablamos varias veces con ella, eligió esta, la grabamos en una tarde y con un solo micro. Ensayarlo y hacerlo del tirón. Ella es un encanto.
“Llama encendida”, con Rodrigo Cuevas.
Quique: La escribí para mi esposa antes de que falleciera.
Roberto: Y tiene ese rollo pasional que le pegaba a Rodrigo, muy fogosa. Tenía que hacerla él sí o sí
“Así llegué a Granada”, con Grupo de Expertos Solynieve.
Roberto: Vino de la mano de nuestra discográfica, que compartimos. Es una adaptación de “That’s How I Got To Memphis”, de Tom T. Hall, un cantante country que nos gusta mucho, hecha por Manu Ferrón con mucho acierto.
“Malayeguas”, con Ara Malikian.
Quique: A Ara no lo conocíamos en persona, pero era una forma de mirar muy arriba. Cuando contactamos, se prestó enseguida.
Roberto: Es uno de los mejores violinistas del universo.
“Canción para un final, canción para un principio”, con Rocío Márquez.
Roberto: Ella puede cantar lo que quiera que siempre va a sonar a ella, sea o no flamenco. Lo que sea, lo lleva su terreno y en este caso resulta muy emocionante.
“Como mis pesares”, con Carmen París.
Quique: La conocimos en el Segontia Folk, y ya cantamos ahí en directo con ella en su concierto. Le propusimos este agarrado que le pegaba todo, y aceptó a la primera.
“La rama”, con Christina Rosenvinge.
Roberto: Es enorme en todo los sentidos, supermaja e impresionante. La quisimos sacar de su zona de confort y vimos que esa también es su zona de confort. Ya habíamos coincidido en muchos festivales y teníamos línea directa con ella.
“G.U.A.D.A.L.A.J.A.R.A”, con Hendrik Röver.
Roberto: A cualquiera que le guste la música en este país, sea del estilo que sea, tiene que ser fan suyo, porque el tío lo tiene todo: talento, visión, actitud. Somos muy fans. La canción estaba escrita por mí hace tiempo, aunque tiene un toque fandango con progresión de acordes muy de jazz. No es muy Cubero, pero le pegaba todo y ese duelo mandolina y guitarra eléctrica que ha salido me alucina.
“Problemas a los problemas”, con Josele Santiago
Quique: Tiene el rollo vacilón y rockero de Josele.
Roberto: La escribí con mi hermano en mente. Es casi un charro, aunque no lo parece.
“La boda y el entierro”, con Nacho Vegas
Quique: Un romance tradicional que equipara una boda con un funeral. Le pegaba a Nacho ese tono lúgubre y oscuro.
Roberto: Además, Nacho está también haciendo cosas con el folklore de su tierra, Asturias.
¿Cuándo las hacíais, pensabais en los artistas que luego las cantarían?
Robert: Con las nuestras no, porque cuando las haces sacas lo que tienes en la cabeza. Pero, una vez hechas, fuimos pensando a quién le pegaba más.
Y al final, ¿qué? Después de este disco doble, ¿seguís siendo folkies o ya directamente indies?
Roberto: Con la etiqueta folk hay confusión por la vertiente ibérica y la vertiente estadounidense. Allí, cualquiera que coge una guitarra no eléctrica ya es folk, aquí es otra cosa: va unida a la tradición, con una historia y un bagaje.
La conclusión es que, en este disco, ni vosotros ni ninguno de los invitados perdéis la esencia.
Roberto: De eso se trata. Unos y otros estamos al servicio de la canción. Una unión para que salga claro y contundente.
Quique: Había que buscar los puntos comunes y sumar. No son duetos al uso a ver quién se luce más.
Y en directo, ¿cómo lo haréis?
Quique: Depende de las agendas de los invitados, pero queremos hacer dos presentaciones fuertes en Madrid y Barcelona con los máximos posibles. Y donde alguna vez coincida alguno, pues también. En otros conciertos iremos a trío con violín con María San Miguel.
¿Hablamos de gira entonces?
Quique: Nosotros no hacemos giras, tocamos y volvemos a casa, tocamos y volvemos.
¿Se puede vivir de lo vuestro, ahora entre lo indie, el folk y la tradición?
Roberto: Con el folk puedes llegar a ganar decenas de euros (risas). Sobre la tradición solo añado que no tiene una forma fija y definida. Está siempre en movimiento. ∎