Oneohtrix Point Never: las reglas de Lopatin. Foto: Òscar Giralt
Oneohtrix Point Never: las reglas de Lopatin. Foto: Òscar Giralt

Festival

MIRA hacia atrás con (y a veces sin) ira

La decimocuarta edición del festival barcelonés MIRA –celebrada el 7 y 8 de noviembre en Fira Montjuïc– afianzó su carácter expansivo en una cita marcada por el revisionismo y la tradición que también fue fiel a su habitual horizonte de apocalipsis sonoros, y que confirmó la adopción definitiva de las fórmulas más alternativas y marginales del pop electrónico como parte fundamental de su proceso de transformación. Oneohtrix Point Never reinó indiscutiblemente y Floating Points atrajo a la mayor cantidad de público.

Año a año, y especialmente desde su mudanza a la Fira Montjuic en 2022 en busca de una mayor libertad tanto en tema de espacios como de horarios, el MIRA introduce alguna pequeña variación en su naturaleza. Este 2025 ha sido incluir un tercer escenario, el Landscapes (abierto a conciertos, sesiones y performances), donde estaba en 2024 el DICE, y recuperar la localización de este en el extremo opuesto del interior del pabellón frente al Voll-Damm, buscando ampliar el recinto y desatascar los puntos más sensibles. Y aunque es cierto que por momentos funciona, el festival barcelonés no parece terminar de dar con la clave que sí convierte a sus “hermanos mayores” –esto es, los festivales que al menos le garantizan y blindan el acceso anual a una programación arriesgada, ecléctica y artísticamente reputada: fundamentalmente el festival C2C de Turín y las dos ediciones europeas del Pitchfork Festival, París y Londres– en citas imprescindibles para la música “avanzada” o, mejor, para una vertiente más electrónica de la nueva música pop alternativa.

Esta idea de pop de vanguardia, por ejemplo, a veces juega en contra del festival rivalizando con la idea de club, una circunstancia que fue, por ejemplo, determinante en la evolución del C2C turinés, que simplificó su nombre para dejar de incluir la palabra “club” cuando las ambiciones pasaban por sustentarse en propuestas como la de Caroline Polachek o la de Blood Orange. A día de hoy MIRA no es capaz de ofrecer unas condiciones dignas de un auditorio (ni un contexto propicio) a propuestas que están claramente pensadas para estos espacios como la de Ali Sethi & Nicolás Jaar, pero tampoco un sonido a la altura de los conciertos más al uso que jugó claramente en contra de Erika de Casier o de Kaitlyn Aurelia Smith. Y esto debería hacer pensar en la forma en la que se despliega un evento en el que brillan sobre todo las propuestas electrónicas más radicales, que son también, en el fondo, las que esencialmente lo sustentan: Oneohtrix Point Never dio el mejor bolo del festival, y Floating Points se dio el gran baño de masas a lo largo de dos jornadas en las que los sonidos más extremos le ganaron la partida al detalle por la vía del maximalismo y el avasallamiento.

Por cierto, en aras de la inmersión y teniendo en cuenta que el mapa y el programa del MIRA este año decidieron imprimirse en un periódico (reivindicando el tacto físico; no deja de ser curioso que esta tendencia venga de los entornos más digitales y experimentales), estaría bien que para posteriores ediciones se incluyera una leyenda física de las instalaciones y no un desalmado QR.

Viernes, 7 de noviembre

Hyperfolk

La jornada del viernes tenía la programación algo más concentrada que el sábado, y además se enfrentó a la mayor confluencia de aforo debido al tirón popular de un Floating Points que vino a ser un poco el Bicep de esta edición. Esto provocó algunas aglomeraciones innecesarias, colas en las barras o cuellos de botella a la salida y entrada del escenario Landscape en actuaciones más señaladas, como la de John Maus: nada grave, pero conveniente de destacar.

Nicolás Jaar & Ali Sethi: ceremonia devocional. Foto: Òscar Giralt
Nicolás Jaar & Ali Sethi: ceremonia devocional. Foto: Òscar Giralt

En cuanto a lo musical, fue un día marcado por sonidos en general revisionistas en cuyos fragmentos se podía intuir un reflejo, más o menos intenso, de aquellos que están por venir. O al menos una forma nueva de aproximarse al mundo en que vivimos: es lo que hacen el productor chileno Nicolás Jaar y el cantante pakistaní Ali Sethi en el espectáculo con las canciones de “Intiha” (2023), que da forma a un proyecto conceptualizado en torno a la tolerancia y la unidad que empezó como una canción en colaboración para Radio Alhara de Palestina. Es realmente emocionante y significativo a día de hoy: la sutileza de las electronics de Jaar, realzada por las notas de eco infinito de un piano de cola y otro de pared filtrado, dota de una capa mayor de trascendencia a los vocales de Sehti, mantras de almuédano en la tradición ghazal. Pero no es el sitio y el sonido no acompaña del todo, mucho menos el infinito rumor que se extendía por todo el hall.

John Maus: gimnasia activa. Foto: Òscar Giralt
John Maus: gimnasia activa. Foto: Òscar Giralt

Y algo parecido le pasa a John Maus en el Landscape: la bola de ruido hace casi inapreciable el ya de por sí desdibujado y pretendidamente cochambroso paisaje sonoro del norteamericano. Por actitud, en cualquier caso, no será: Maus se enfrentó solo al micrófono y al público como ya es habitual, en su particular trance, disparando canción tras canción y sacudiéndose como un resorte, golpeándose la frente y encajando su portentosa voz cavernosa en un entramado de sonidos pregrabados. Echamos de menos, eso sí, más canciones de su estupendo último disco, “Later Than You Think”, y no tanto éxito conciliador de días pasados, aunque por lo menos nos regaló los cantos gregorianos de “Adorabo” antes de desaparecer entre el humo sin decir ni una palabra.

Divide And Dissolve: avalancha. Foto: Òscar Giralt
Divide And Dissolve: avalancha. Foto: Òscar Giralt

Mejor sonaron la guitarra y la batería de Divide And Dissolve, el proyecto de doom metal de la norteamericana de origen cheroqui Takiaya Reed: un avalancha sonora de alto voltaje emocional (pasajes introspectivos, ecos melódicos) que por momentos recuerda a la dinámica rítmica de Swans, y que en este caso se beneficia de la ausencia de voces y de su impresión más bien minimalista. 

aya: horror que cura. Foto: Òscar Giralt
aya: horror que cura. Foto: Òscar Giralt
En la misma línea extremista y radical, pero reforzando aún más el componente abrasivo hasta rozar el expresionismo abstracto y el horror traumático y psicológico, aya se presenta en el escenario Voll-Damm para vomitar “hexed!”, uno de los discos del año, con la asistencia del videoartista MFO a las proyecciones láser. Y está a la altura de las expectativas: la británica escupe sus traumas con actitud punk, disparando las pistas desde lo alto de la mesa e invocando un embrujo avasallador a base de mezclar doom metal con dubstep y emocore con deconstructed club; impacta, aterroriza y recoge.

Los Thuthanaka: reivindicación andina. Foto: Òscar Giralt
Los Thuthanaka: reivindicación andina. Foto: Òscar Giralt

Los Thuthanaka, después, indujeron al trance desde el escenario DICE con uno de los mejores conciertos del festival: en su primer proyecto conjunto, los hermanos Chuquimamani-Condori y Joshua Chuquimia Crampton (electronics, keytar, producción; guitarra, keytar y electroacústicas, respectivamente) convierten el ambient en una bomba de relojería de cumbias y ritmos andinos tradicionales reivindicando el legado aimara, resultando en una experiencia que combina los rituales del baile y la psicodelia con la evocación de los fantasmas del pasado. Arca andaba por allí, esperemos que tomando buena nota.

Lechuga Zafiro & Verraco: club distópico. Foto: Òscar Giralt
Lechuga Zafiro & Verraco: club distópico. Foto: Òscar Giralt

Tras ellos, era difícil imaginar un mejor cierre que el que ofrecieron los colombianos Lechuga Zafiro & Verraco con su espectáculo conjunto “Hyperverbena”, diseñado originalmente para el Atonal de Berlín pero pensado para seguir evolucionando en el escenario constantemente. En él se suceden momentos de b2b al uso con otros más orgánicos en los que Zafiro aporta percusiones en directo mientras Verraco trata de amoldarse a ellas y retorcerlas para servir a su cacofonía maximalista de ritmos experimentales y explosiones sonoras. Pero en general todo funciona, y contribuye, además, a rebajar los momentos en los que al también capo de TraTraTrax le gusta descontrolarse y encomendarse a los demonios de la abrasión y el ritmo. Con lo folclórico como sutil background, realmente esta unión sigue respondiendo más a la percepción de ese club del futuro, entre el colapso tecnológico y el apocalipsis bailable, que tanto les gusta a los miembros del respetado sello colombiano.

Floating Points & Hamill Industries: triunfo total. Foto: Òscar Giralt
Floating Points & Hamill Industries: triunfo total. Foto: Òscar Giralt
El gran rey de la noche para el público fue, eso sí, Floating Points, que se entregó a su parte más expansivamente club –la que está más relacionada con su último álbum, “Cascade” (2024), pero también en conversación con “Elaenia” en su décimo aniversario– mientras Hamill Industries (la suma de Pablo Barquín y Anna Diaz) proyectaban en las pantallas distintos líquidos y tintas en reacción, amplificando el efecto hipnótico y progresivo de los loops y los sintetizadores modulares del productor británico, siempre estimulantes incluso en esta faceta un poco más pensada para contentar a las masas. La celebración tan efusiva del drop techno más estándar habla, en el fondo, de que en el MIRA se antepone lo festivo a la sorpresa.

Oneohtrix Point Never: el pop que no fue y será. Foto: Òscar Giralt
Oneohtrix Point Never: el pop que no fue y será. Foto: Òscar Giralt

Sábado, 8 de noviembre

En las costuras del pop

El sábado fue sin duda de Oneohtrix Point Never, pero sobre todo de una reflexión: regurgitar pop desde un océano de fractales siempre suele abrir los caminos más estimulantes. ¿Es pop lo que hace Oneohtrix Point Never? Pues aparentemente no, pero sorprendentemente sí: en su concierto, punto álgido de la jornada y del festival desde el escenario Voll-Damm, desde luego se abre un portal hacia otras posibilidades que en las manos erróneas podría resultar fatal, un caos de samples y fantasmas radiofónicos, pero que en las suyas resulta adquirir cuerpo y alma, ser al mismo tiempo interesante y emocionante, bailable en su indescifrabilidad: una mezcla entre Autechre, James Ferraro y Terry Riley, entre la biblioteca de sonidos de un PC descatalogado, el ambient de una videoconsola retro de Sony y dar vueltas una y otra vez al dial de una radio antigua desde el pop al rock alternativo, pasando por múltiples ramificaciones, décadas, estilos. Sin saber muy bien cómo, en el show de Daniel Lopatin se suceden momentos de abstracción y de deconstrucción con otros más ambientales mientras se filtran melodías familiares pero irreconocibles, hay espacio para synthwave, vaporwave o para rítmicas de la música de baile, e incluso virajes sorprendentes y rupturas sonoras como la que encaminó, en la parte final del espectáculo, a una aproximación a su próximo disco, “Tranquilizer”, que verá la luz este 21 de noviembre. Ni este ni “Again” (2023), finalmente, marcaron estos conciertos, parte del esperado regreso del productor estadounidense a nuestro país, sino un repaso poliédrico, múltiple y de proporciones cuánticas a una carrera fundamental para entender el devenir de la música experimental, y de la vanguardia pop, en los últimos quince años. Contó, además, con los mejores visuales del festival, realizados en directo por Freeka Tet con tan solo una pantalla de televisión catódica con proyecciones tematizadas en torno a los discos de OPN, una maqueta que hacía las veces de fondo prerrenderizado y una microcámara, todo operado a través de un pequeño control de realización.

Flying Lotus: solo cumpliendo. Foto: Òscar Giralt
Flying Lotus: solo cumpliendo. Foto: Òscar Giralt

Si Oneohtrix Point Never supo estar claramente a la altura –por encima incluso– del legado que se le supone, lo contrario sucedió con Flying Lotus. Cada vez más perdido creativamente y centrado en las bandas sonoras, vino al MIRA para servir su faceta más floja, avanzada tímidamente en el reciente EP “Spirit Box”: la de DJ de house. Y en este sentido es poco profundo, conservador y, sobre todo, conformista: su sesión, genérica a más no poder, tuvo sentido solo en un contexto de fiesta por la fiesta, y a priori en un festival como este se hubiera agradecido más que fuera por sus raíles más jazzísticos o incluso, por qué no, que se abandonara a la épica de los scores con proyecciones de las películas. No pudo ser.

Y en plena construcción de su leyenda particular está el inglés Blawan. Llegaba a MIRA con su trabajo más ambicioso y revelador hasta la fecha, esa explosión de ritmos deconstruidos en drop painting que es “SickElixir” (2025), y aunque se hubiera agradecido que estos estuvieran más presentes a lo largo de su presentación, lo cierto es que en su faceta de live-DJ más funcional, más estructurado en torno a patrones reconocibles pero igualmente extremo y propositivo en cuanto al diseño sonoro, también resulta siempre abrasador. En cierto sentido su cóctel maximalista planteaba el extremo opuesto de lo que ofrecían, desde el Landscapes, Pauk & Martina Ampuero, una unión audiovisual en torno a la idea de vacío en el espacio elevada por sonidos en constante suspensión y sometidos a gravedad cero.

En la facción más pop del festival, destacó sobre todo el concierto de Erika de Casier en el escenario DICE: la artista danesa nacida en Portugal rinde con acierto todo su formato en esta gira a las necesidades de su último disco, “Lifetime” (2025), y lo interpreta prácticamente al completo, rompiendo solo la narrativa en una sección central para abandonarse a hits pretéritos más festivos y sobre todo a la grandeza de “Bikini”, su obra maestra con Nick León. En esta nebulosa de downtempo y trip hop noctámbulo y desiderativo, brillan especialmente “December” y “Delusional”, pero más allá incluso lo hace la presencia nuclear de Jonathan J. Ludvigsen (J. Ludvig III) a la batería, sustentando él solo prácticamente todo el armazón del concierto y la voz misma de Casier, cada vez más etérea.

La réplica se la dio, con una energía absolutamente contrastante, Marie Davidson desde el Landscapes y antes de que la noche se rindiese por completo a las cabinas: la canadiense se guisa y se come un bolo que empieza siempre tras la mesa, preparando pistas y corrigiendo sintetizadores, pero que acaba en enfrentamiento bravío contra el público y a viva voz desde el micrófono. Con Soulwax en el recuerdo y una idea muy clara de lo que es el dance-punk (música electrónica de baile pero confrontativa y con espíritu guitarrero; presente y no ausente), desplegó ese abrazo sincero a la música club que es “City Of Clowns” (2025), quitándole por el camino todo el “clash” al electro y haciendo suyos preceptos que a veces parecen inamovibles, pero que con respeto conducen a finales estimulantes.

Kaitlyn Aurelia Smith, en fin, y de nuevo en el escenario DICE, fue la más afectada por los desajustes sonoros de algunos puntos, y no consiguió replicar la exuberancia pop sintética de su más reciente “GUSH” (2025): su red casi arácnida de sintetizadores era difícilmente apreciable ante la presencia saturada del bajo y mucho espacio de rebote, y mucho más complejo era ubicar la voz de la sintetista estadounidense en toda esta maraña. En cualquier caso, el espectáculo es interesante, planteado como una especie de espiral ascendente que conecta más, pese a su despliegue vibrante y colorista, con los espacios de la meditación que con los del baile. En esa misma dicotomía se encuentra también, de alguna manera, el festival, pero les honra seguir buscando la solución sin darle la espalda a la aventura y el experimento. ∎

Blawan: abrasador. Foto: Òscar Giralt
Blawan: abrasador. Foto: Òscar Giralt

Y en plena construcción de su leyenda particular está el inglés Blawan. Llegaba a MIRA con su trabajo más ambicioso y revelador hasta la fecha, esa explosión de ritmos deconstruidos en drop painting que es “SickElixir” (2025), y aunque se hubiera agradecido que estos estuvieran más presentes a lo largo de su presentación, lo cierto es que en su faceta de live-DJ más funcional, más estructurado en torno a patrones reconocibles pero igualmente extremo y propositivo en cuanto al diseño sonoro, también resulta siempre abrasador. En cierto sentido su cóctel maximalista planteaba el extremo opuesto de lo que ofrecían, desde el Landscapes, Pauk & Martina Ampuero, una unión audiovisual en torno a la idea de vacío en el espacio elevada por sonidos en constante suspensión y sometidos a gravedad cero.

Pauk & Martina Ampuero: gravedad cero. Foto: Òscar Giralt
Pauk & Martina Ampuero: gravedad cero. Foto: Òscar Giralt

En la facción más pop del festival, destacó sobre todo el concierto de Erika de Casier en el escenario DICE: la artista danesa nacida en Portugal rinde con acierto todo su formato en esta gira a las necesidades de su último disco, “Lifetime” (2025), y lo interpreta prácticamente al completo, rompiendo solo la narrativa en una sección central para abandonarse a hits pretéritos más festivos y sobre todo a la grandeza de “Bikini”, su obra maestra con Nick León. En esta nebulosa de downtempo y trip hop noctámbulo y desiderativo, brillan especialmente “December” y “Delusional”, pero más allá incluso lo hace la presencia nuclear de Jonathan J. Ludvigsen (J. Ludvig III) a la batería, sustentando él solo prácticamente todo el armazón del concierto y la voz misma de Casier, cada vez más etérea.

Erika de Casier: siempre etérea. Foto: Òscar Giralt
Erika de Casier: siempre etérea. Foto: Òscar Giralt

La réplica se la dio, con una energía absolutamente contrastante, Marie Davidson desde el Landscapes y antes de que la noche se rindiese por completo a las cabinas: la canadiense se guisa y se come un bolo que empieza siempre tras la mesa, preparando pistas y corrigiendo sintetizadores, pero que siempre acaba en enfrentamiento bravío contra el público y a viva voz desde el micrófono. Con Soulwax en el recuerdo y una idea muy clara de lo que es el dance-punk (música electrónica de baile pero confrontativa y con espíritu guitarrero; presente y no ausente), desplegó ese abrazo sincero a la música club que es “City Of Clowns” (2025), quitándole por el camino todo el “clash” al electro y haciendo suyos preceptos que a veces parecen inamovibles, pero que con respeto conducen a finales estimulantes.

Marie Davidson: dance estimulante. Foto: Xarlene
Marie Davidson: dance estimulante. Foto: Xarlene
Kaitlyn Aurelia Smith, en fin, y de nuevo en el escenario DICE, fue la más afectada por los desajustes sonoros de algunos puntos, y no consiguió replicar la exuberancia pop sintética de su más reciente “GUSH” (2025): su red casi arácnida de sintetizadores era difícilmente apreciable ante la presencia saturada del bajo y mucho espacio de rebote, y mucho más complejo era ubicar la voz de la sintetista estadounidense en toda esta maraña. En cualquier caso, el espectáculo es interesante, planteado como una especie de espiral ascendente que conecta más, pese a su despliegue vibrante y colorista, con los espacios de la meditación que con los del baile. En esa misma dicotomía se encuentra también, de alguna manera, el festival, pero les honra seguir buscando la solución sin darle la espalda a la aventura y el experimento. ∎

Kaitlyn Aurelia Smith: espirales coloristas. Foto: Òscar Giralt
Kaitlyn Aurelia Smith: espirales coloristas. Foto: Òscar Giralt
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