Diez años, cuatro discos y otras tantas noches para despedirse de España: ayer en Barcelona, hoy en Zaragoza, el 19 en Madrid y el 23 en Sebastián. “Para mí esta ha sido una banda perfecta. Y han sido diez años perfectos de existencia. Me encanta este proyecto y lo he dado todo por él desde que tenía unos 19 o 20 años. Estoy contenta con lo que es. También sé que ahora ya se ha acabado”, le decía Dana Margolin hace unos días a Juan Manuel Freire en la entrevista en portada de Rockdelux. Veamos, pues, qué florece entre los escombros.
Antes, sesión de terapia, indie espartano de emociones intensas, con Soph Nathan, la única integrante de Our Girl que, sospechamos, puede echarse a la carretera sin que la cosa acabe en ruina. A solas con su guitarra, la de Brighton invocó los fantasmas eléctricos de “The Good Kind” (2024), sacó a pasear el espíritu del shoegaze con más determinación que medios y sacudió unos cuantos latigazos que, sin duda, hubiesen entrado mejor con algo más de respaldo instrumental. En un trabalenguas, qué fácil parece ser Julien Baker o Courtney Barnett y qué difícil parecerse a ellas.
En fin. Turno para Porridge Radio, reclamo principal que no llenó la sala pero solo por un poco. Y en efecto, no fue un funeral, pero alguna lágrima sí que se escapó cuando Dana Margolin se acercó a “Don’t Want To Dance” y dejó que la nueva, ¿la última?, le atravesase poco a poco la garganta. “I’m not ready to stop loving you yet / And I don’t want to dance, but I keep dancing anyway / Trying to get it all to slip away”, cantaba.
Puestos a decir adiós, ¿qué mejor manera que esta? Se centraron en sus últimos años, sirvieron casi al completo “Clouds In The Sky They Will Always Be There For Me” (2024) y el EP “The Machine Starts To Sing” (2025) y sonaron intensos y majestuosos. También, qué menos, airados y crispados.
Escorada a la derecha del escenario, puro nervio acoplado a la guitarra y anudado a Georgie Stott (teclados), Dan Hutchins (bajo) y Sam Yeardley (batería), Margolin no se limitaba a cantar las canciones. Las vivía, las habitaba y se desgarraba con ellas. Se vaciaba. Voz inflamada, éxtasis eléctrico y calambrazos directos al espinazo con “Sick Of The Blues” y “A Hole In The Ground”. Mucho mejor en las curvas de “Lavender, Raspberries” que en las rectas de “Pieces Of Heaven”; en el arrebato casi punk, ese arrancarse las canciones a tiras, de “Anybody”. También cuando sharonvanettea y arrastra las melodías por el suelo para que acaben pasando cosas como “God Of Everything Else” y “Wednesday”.
Sobre el escenario, entre ráfagas de luz azul y claroscuros rojizos, la pasión y los estribillos hechos trizas. Las entrañas a la vista, heridas y cicatrices, para creer sin necesidad de tocar. Oh, el alarido. Y ese bis con “Sweet” y “The Rip” diciéndole a todos los imitadores de Big Thief que sí, que por ahí también se puede.
Lástima que en Barcelona no tengamos sitios como el Albert Hall de Mánchester o el Paradiso de Ámsterdam, iglesias reconvertidas en salas de conciertos, porque aquello pedía a gritos más liturgia, mayor solemnidad. Porridge Radio y el ardor. “I’ve Got a Feeling (Stay Lucky)” y “7 Seconds” en la cumbre. El imponente eco de “Back To The Radio”, ese “I miss everything now, we’re worth nothing at all”, transformándose en un algo casi sólido, en un monolito a la memoria de la banda y a los lazos que han ido cultivando aquí y allá durante todos estos años.
“Hay lugares a los que siempre merece la pena volver, y Barcelona es uno de ellos”, dijo Dana. La próxima vez, sin embargo, será diferente. ¿Mejor? Veremos. Porque Porridge Radio lo dejan en su momento óptimo, cuando más intensos, emocionantes y compenetrados suenan. Que así sea y que quede el recuerdo, la foto fija, de las hojas con el setlist convertidas en aviones de papel volando sobre el público tras el último arreón de “The Rip”. ∎