Hubo un momento, antes de la pandemia, en el que Chenta Tsai –más conocido en el ámbito artístico como Putochinomaricón– casi rozó con las manos las mieles de lo que entendemos por éxito: firmar con una major, pasar al mainstream, obtener una validación externa de sus propias capacidades. El COVID lo truncó, como muchos otros planes, pero al menos le dio una oportunidad de aprendizaje.“Sentía cierta urgencia de querer llegar a más gente, las cosas como son, que creo que es una fase por la que pasan todxs lxs artistas. Durante la pandemia asumí que iba a ser imposible y me desenamoré de esta idea de ser ‘mainstream’ algún día. Y honestamente creo que es lo mejor que me ha pasado: la estética de lo ‘mainstream’ en muchos casos rula antes que el concepto, y ese es uno de los principios que más choca con todo lo que hago”, explica, con verbo torrencial, en este encuentro con Rockdelux. Ese esteticismo puro es lo que rodeaba al proyecto que nunca llegó a presentar en aquel Sónar fantasma de 2020: “Puedo parecer autodestructivx, pero no, soy autocríticx. Ese proyecto no tenía ningún concepto detrás. Y es muy importante que el concepto tenga el control de lo estético. Si no, estamos haciendo música Brandy Melville. No es un tema de hedonismo, porque el hedonismo es muy político. Es más por lo ‘arty’, desligadísimo de absolutamente todo”.
La capacidad de reflexionar sobre el propio mensaje y sobre la idoneidad de los espacios en que se desarrolla y hacia quién se dirige terminó convirtiéndose, de un modo u otro, en la savia que alimenta “JÁJÁ ÉQÚÍSDÉ (DISTOPÍA ABURRIDA)” (Elefant, 2022), su nuevo trabajo y quizá el primero que reconcilia a Putochinomaricón con Chenta Tsai. Parte de una búsqueda personal que atraviesa varias fases y que pasa por regresar a Taiwán –de donde proviene su familia– o por sumergirse mucho más en la comunidad digital creada en torno al glitchcore, al digicore o al hyperpop. Entornos que, con el confinamiento, supieron explotar las nuevas tecnologías como forma de construir propuestas artísticas que desbordasen los límites de lo real. Pero vamos por partes.
Con el arranque de la pandemia y la declaración de los confinamientos, Chenta volvió a Taiwán. Y experimentó algo que nunca había vivido: no ser racializadx. “Poder quitarme esta mochila de resistencia me hizo entrar en dilema”, asegura. “Yo nunca me había posicionado en ese lugar hegemónico, donde mi cuerpo no estuviera en tensión constante. De pronto mi enunciado ya no giraba en torno a la racialidad y empecé a construir otras partes de mi identidad. El deseo, por ejemplo. Y al no tener esa necesidad primaria de expresar, empecé a interesarme por la parte técnica, por el perfeccionamiento de lo técnico. Porque yo creo que estaba muy consumidx en mi ira, sobre todo en mis primeros álbumes, y no era capaz de poner nunca en primer plano la técnica. Lo importante era mi mensaje, el tema que yo quería tratar y la ira de por sí”.
Si asociamos lo bello con lo que está hegemónicamente aceptado, entonces lo feo es patrimonio de lo disidente. “Para este disco ha sido muy importante cuestionar todos los formatos que estaba acostumbradx a utilizar y empezar a usar herramientas como no se deberían utilizar, desaprendiendo un poco. Cuando abres un archivo de Ableton, por defecto suele tener un sonido limpio, afinación occidental o un ritmo de 4/4, que ya te está pidiendo o invitando a una sonoridad extremadamente normativa”, sentencia, antes de reconocer que ha aprendido mucho de artistas como Tami T –que colabora en el álbum– a la hora de experimentar con herramientas digitales para encontrar su verdadera voz desde la deformación y el procesado extremo, incidiendo siempre en la relación que se puede establecer entre el uso de la tecnología y la identidad. “También me fijé mucho, por ejemplo, en el expresionismo y en cómo sacrificaban lo bello, lo tonal, para darle cabida precisamente a la expresión en su sentido más puro. Quería llevar esto a la música electrónica que entiendo yo. Que esto se ha hecho siempre, con Autechre o con Aphex Twin, que son artistas muy expresionistas, o con Cocó Ciëlo y con Amnesia Scanner. De alguna forma, yo quería revisitar toda esta cultura de la disonancia. Que Rosalía saque ‘Motomami’ me parece extremadamente punk, por ejemplo: cómo busca la fealdad a pesar de que notas en todo momento que conoce y domina a la perfección todas las herramientas que se utilizan para embellecer”.
Para Chenta, esta idea tiene mucho que ver con lo que implica la naturaleza del artista: hacer propuestas. Ir en contra de los códigos que delimitan lo normativo. “En España falta experimentar más con la fealdad, parece que da miedo arriesgar con ciertas sonoridades y no salir en una lista de Spotify o en TikTok. Que lo entiendo, porque poco se habla de la precarización y de la autoexplotación a las que nos sometemos lxs artistas y una solución lógica es convertirse en creador de contenido, hacer música que sea extremadamente consumible y ‘tiktokeable’. Pero lo más importante es hacer honor a esa parte más propositiva: a un piloto no se le dice cómo tiene que conducir un avión, pero a un músico sí se le dice cómo tiene que tocar un instrumento, cómo debe cantar, cómo afinar, cómo tiene que hacerlo para sonar bien”. Sabe de lo que habla: ha asumido que la recepción de este disco será más especializada, que no está pensado para el gran público como quizá sí lo estaba “Corazón de cerdo con ginseng al vapor” (Elefant, 2018), y que contiene partes ilegibles para la mayoría. Pero está seguro de lo que dice y cree que en el arte hay que entender muy bien no solo el mensaje, sino también a quién lo diriges.
De lo individual a lo colectivo. Es un diálogo constante que Chenta ha querido trasladar a lo público en este nuevo disco. Un trabajo en el que se autoafirma, pero en el que también deja claro su lugar como parte de algo superior, de un colectivo. “Está enteramente hecho para la gente que conocí que hacía música hyperpop en sus espacios, las raves virtuales. Y la intención siempre fue alejar el foco de la persona como eje central y empezar a hacer música por y para nosotres. Fue en parte una excusa para trabajar con otrxs artistas y construir un diálogo, demostrar que sí existen productorxs disidentes en España tan increíbles como RRUCCULLA, Galen Tipton, Space Candy o Beverly Henson. Y también para autoafirmarme en la producción, porque hay gente que piensa que llevo un equipo detrás”. Esta idea de visibilización responde a una reflexión personal sobre cómo la industria, y en general el imaginario colectivo, vinculan artista y voz. Cómo siempre se pone en primer plano a cantante, personaje, imagen. Cómo, en definitiva, caemos por defecto en la cosificación. “Se habla mucho sobre los espacios de visibilización o los espacios seguros en los espectáculos, etc. Pero muy poco en producción. Creo que las mujeres, las personas no hegemónicas, tenemos que ocupar más espacio ahí. Por eso he ido deliberadamente a esxs artistas para coproducir este disco”.
De hecho, en un primer momento su voz no iba a aparecer en el disco y todas las pistas vocales serían interpretadas por un Vocaloid. Lo que empezó como una convicción terminó mutando en investigación y, aunque abandonó la idea por considerar que supondría una “transición demasiado extrema”, sí que empezó a construir sus propios Vocaloid. “Mi sueño es que un robot cante por mí, además de que la versión española de Vocaloid que uso tiene la voz de Leire, de La Oreja de Van Gogh, que al final suena un poco sueco-ABBA, y la original de Hatsune Miku sale con pronunciaciones un poco extrañas al no compartir fonética. Pero en general son ideas sobre las que reflexiono mucho: si tú vas a grabar tu voz natural, creo que debe tener cierto error. Para tratar de reproducir la perfección lo mejor es tirar de la tecnología”.
La individualidad y la pertenencia se entremezclan así en la definición de la propia identidad, que se convierte necesariamente en un híbrido. “Legacy Russell, que es la autora de ‘Glitch Feminism’, habla sobre cómo hay que materializar lo abstracto para entender la disidencia y otras cuerpas. Utiliza mucho el lenguaje glitch, el lenguaje de lo virtual y de lo digital para expresar las identidades. Siempre ha estado muy presente esta perspectiva de lo virtual como un espacio de disidencia, porque a lo largo de la historia las tecnologías se han utilizado también para tejer redes de afecto entre personas disidentes sexuales, sobre todo. Para construir espacios de ‘cruising’, espacios de deseo, etc. Y yo creo que nuestra forma de ver la tecnología siempre ha sido antitecnológica. Por eso ha sido un proceso muy natural apropiarse en plenitud de todas estas herramientas no solamente para, ya digo, tejer relaciones con otras personas, afectivas o sexo-afectivas, sino también para acercarse a la identidad”.
Cuando hablamos sobre los peligros de internet me recuerda un meme de Proyecto Una sobre cómo las redes sociales y sobre todo Instagram se habían convertido en un centro comercial. Le respondo que el éxito del capitalismo está en que sabe asimilar la disidencia y vender camisetas con ella. “Obvio, debido a la capitalización final de las redes sociales y de nuestras cuerpas al final es muy difícil, y cada día un poco más, expresarse en estos medios. Yo mismo estoy entrando en esa contradicción propia de decir ‘a lo mejor tengo que desocupar ciertos espacios y volver a ocupar otros que están en desuso y a los que podemos dar otra intencionalidad anti tecnológica’”. Ir siempre hacia donde el gran ojo no mira. “‘Tamagotchi’ va un poco de esto, del ‘online surveillance’, la vigilancia virtual, y a mí me hace mucha gracia hackear estos códigos. Es un poco la vuelta de Tumblr, ¿no? Toda la moda entiendo que funciona por ciclos y ahora parece que le ha tocado a Tumblr y a lo hípster, toda esta música de aquel momento, Sky Ferreira, Grimes e incluso el principio de Charli XCX. Y puede ser muy interesante de repente revisitar Tumblr, pero también entender que los espacios van cambiando y que ahora, por ejemplo, censuran ciertos contenidos. Quizá el uso ha vuelto de una forma extremadamente normativa. Que no digo que antes no lo fuera, sino que lo era menos y hay que saber cuál es la naturaleza del espacio digital en el que te estás expresando”.