Alex Giannascoli, Alex G, convierte lo cotidiano en un santuario acústico con “June Guitar”, segundo avance de “Headlights”, el álbum que publicará el 18 de julio vía RCA. Nacido cuando el grunge ya era historia y el britpop dominaba la radio, su guitarra arpegiada emerge como arqueólogo musical: martilleada con la saturación justa y bañada en el calor de la cinta, evoca ese “ruido bonito” que catapultó al lo-fi noventero. El crujir de la bobina y la melodía surgiendo entre grietas y roce eléctrico no suenan a pose retro, sino a hallazgo íntimo: los silencios pesan tanto como los acordes, y una niebla tenue de eco convierte la escucha en un roce casi carnal.
Aunque no vivió la efervescencia de Pavement ni vio a Sebadoh tocar en clubes oscuros, Alex G dialoga sin intermediarios con esa estirpe: la veracidad descarnada de aquellas bandas se infiltra en sus venas, el filo sin pulir de aquella escena recorre sus dedos. “June Guitar” rehúye la etiqueta de remake sentimental para prolongar un pulso vital propio: la guitarra resbala con desgarro contenido, la voz surge como un susurro al oído y una percusión mínima marca un latido íntimo, casi ritual. Se produce así un desajuste temporal fascinante: música de una era que no tocó, pero que late en su ADN artístico.
Esa melancolía reverbera junto a la hondura de Tracy Chapman. Con su debut, Chapman cinceló el folk urbano noventero con guitarra desnuda y un vocabulario preciso, sin más ornamento que su voz y sus acordes. La economía expresiva de “Fast Car” o “Give Me One Reason” –canciones que entretejen lo íntimo y lo colectivo– halla un espejo gemelo en “June Guitar”: ambos convierten la escasez instrumental en un torrente de significado, recordando que lo pequeño puede expandirse hasta lo monumental.
En lo lírico, Alex G recorta al hueso: “Love ain’t for the young anyhow / Something that you learn from fallin’ down”. Dos versos que flotan como luciérnagas errantes sobre la instrumentación, repetidos sin prisa y explorando la tensión entre anclaje y desvanecimiento. Ese admitir la derrota juvenil tan propio de la generación X renueva aquello que jamás vivió en primera persona, pero que hace palpitar con renovada urgencia.
El vídeo, filmado en un rincón doméstico a media luz, prolonga la complicidad anacrónica: el polvo suspendido en el cuadro, las manos de Alex G arañando las cuerdas en primer plano, la cámara demorándose en el roce de la púa contra el mástil. Homenaje silencioso a la hermandad analógica, guiño a quienes crecieron con cintas de casete y vinilos girando y llamada a quienes –aunque llegaran después– encuentran en ese tacto una vía urgente para volver a sentir. ∎