Como si no hubiera habido en los últimos dos meses (o tres) ya suficiente ruido promocional-mediático alrededor del disco “Nebraska” de Bruce Springsteen, entre la reedición ampliada del mismo y la película “Deliver Me From Nowhere”, aquí tenemos otra ración del mismo plato, este “En el valle” (“Giú nella valle”, 2023; Random House, 2025; traducción de César Palma) del italiano Paolo Cognetti (Milán, 1978) con el que su autor rinde su particular homenaje a ese álbum capital. Según asegura en las notas finales del libro, el que más se habrá puesto en su vida. “Crecí en una casa donde no había mucha música, pero por suerte tenía una hermana mayor con un estéreo y unas cuantas cintas. Una de esas cintas era ‘Nebraska’ de Bruce Springsteen (…). Lo escuchaba una y otra vez rebobinando la cinta: aquellas cintas se estropeaban con el tiempo, pero estaba bien que el sonido se volviese todavía un poco más sucio, como emitido desde una estación lejana interceptada por la radio del coche”.
A Cognetti algunos lo conoceréis por su novela “Las ocho montañas” (2016), o tal vez por la película que de ella se hizo seis años después y que, dirigida por Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch, se llevó media docena de premios, entre ellos el del Jurado en el Festival de Cannes en su edición de 2022, a los que hay que sumar otra quincena de nominaciones. El libro no se llevó menos premios, también hay que decirlo, porque le cayeron siete galardones. Que tiemble Juan del Val.
A lo que vamos. “En el valle”, diciéndolo rápido, podría definirse como una historia melancólica y envolvente sobre dos hermanos, Luigi y Alfredo, que guarda muchas similitudes con la de aquel otro par, Joe y Franky, de la canción “Highway Patrolman” del citado “Nebraska”. En el hilo argumental del relato también se van intercalando vetas de otros temas de ese álbum, léase “Johnny 99”, “Mansion On The Hill”, “My Father’s House” o “State Trooper”. A todo eso hay que sumar el protagonismo que adquieren en la narración el valle de la Valsesia y el río Sesia, que no son un mero atrezo paisajístico, como tampoco lo eran el valle y el río de la canción “The River” del de Nueva Jersey, sino más bien actores secundarios. Por no hablar ya del peso del Monte Rosa, una especie de montaña-madre que ejerce un rol parecido al de aquella cumbre matriz del tema “The Mountain” de Steve Earle (“nací en esta montaña, esta montaña es mi hogar, y ella me sostiene y me protege de la preocupación y la aflicción”). Ya os lo he dicho todo, sin deciros nada.
¿Funciona el mejunje? Funciona, sí que funciona. Mucho. Funciona en su planteamiento de hacer colisionar mundos distintos, que Cognetti va emparejando (el de la tradición y el del tantas veces mal llamado progreso, el de la diferente forma de crecer de un alerce y un abeto, el de cómo se comporta y piensa un perro salvaje, medio lobo, y una perra de ciudad), para, a partir de ahí, con un estilo seco y helado, sin filigranas, solo guitarra y armónica, de naturaleza sin bucolismo y ruralidad con alcohol, tan sutil como brutal, soltar frases como estas: “De pronto comprendo que no tenía que haber regresado. Una vez que has cerrado, es para siempre”; “Cada uno huele a la vida que lleva y debe estar orgulloso de ello. Entre cabra y freidora, ¿qué diferencia hay?”. ∎