Terence Davies, el sonido del tiempo transcurrido. Foto: Dominique Charriau / WireImage (Getty Images)
Terence Davies, el sonido del tiempo transcurrido. Foto: Dominique Charriau / WireImage (Getty Images)

Fuera de Juego

Terence Davies: el largo día se extingue

Terence Davies falleció el pasado 7 de octubre, a los 77 años, a causa de una enfermedad rápida sobre la que no se ha dicho mucho más. Una pérdida enorme, pues ni el cine británico en particular ni el cine en general andan sobrados de talentos de su estirpe, ajenos a modas imperantes y gustos de cinefilia hipster. La obra de Davies debería estudiarse en las escuelas, dada su radicalidad agazapada bajo una forma en apariencia tradicional, pero nunca ha cotizado tanto como otros representantes de una modernidad impostada e inocua. Mucho antes de saberse la triste noticia, la Filmoteca de Catalunya ya tenía organizado un ciclo que puede verse a lo largo de todo el mes de octubre.

Un cineasta tan visual y tan estratega de la palabra como Terence Davies (1945-2023) entró en la nueva cinefilia, antes que en públicos mayoritarios, a través del uso de las canciones, sobre todo en sus primeras películas. El autor de “Voces distantes” (1988) y “El largo día acaba” (1992) fundamentó buena parte de su estilo en torno a la adecuación emotiva y narrativa de las canciones tradicionales y los estándares que definían, más que cualquier otra cosa, la personalidad y el estado de ánimo de los protagonistas de sus películas. Y cuando el término autoficción se utilizaba bastante menos que ahora, y cuando la deconstrucción del relato clásico estaba aún en pañales, y cuando el cine queer era aún una entelequia, Davies, mucho más revolucionario de lo que el grueso de la crítica ha querido ver, rompió los moldes prestablecidos.

Primero: sus películas se basan en sus propias experiencias para edificar una singular historia sobre la diferencia y la identidad, infinitamente más sutil de lo que se cuece en el cine contemporáneo, tan fundamentado en la tesis explícita que no deja lugar a la discordia o a la imaginación.

Segundo: “Voces distantes” es anterior a las películas de Quentin Tarantino, Christopher Nolan, Alejandro González Iñárritu, Gaspar Noé o Apichatpong Weerasethakul que hicieron hincapié en la destrucción del canon narrativo clásico en tres actos cronológicos. La estructura pautada y pausada de esta obra maestra precede al desorden narrativo de “Reservoir Dogs” (Quentin Tarantino, 1992), “Memento” (Christopher Nolan, 2000), “Amores perros” y “24 gramos” (Alejandro González Iñárritu, 2000 y 2003), “Irreversible” (Gaspar Noé, 2002) o “Tropical Malady” (Apichatpong Weerashetakul, 2004).

Tercero: ya en sus tres primeros cortos –“Children” (1976), “Madonna And Child” (1980) y “Death And Transfiguration” (1983), editados después en forma de trilogía: “The Terence Davies Trilogy” (1984)– y a partir de su propio universo en constante conflicto con la religión, familia, colegio y sociedad, Davies concibió una manera de filmar la homosexualidad y su oposición al mundo institucionalizado que, en el mismo contexto y época, solo encuentra parangón en los primeros trabajos del estadounidense Todd Haynes. Curiosamente, Davies casi nunca figura en los anales del cine queer cuando debería gozar del mismo merecimiento en este sentido que Jean Cocteau, Rainer Werner Fassbinder, Pier Paolo Pasolini, Pedro Almodóvar, Gus Van Sant, Céline Sciamma, Xavier Dolan o el mismo Haynes. Su “universo” es tan personal, y tan identificado a través del estilo cinematográfico, que el no establecer lazos con el queer hollywoodiense (Douglas Sirk) o europeo (Fassbinder, Pasolini, Almodóvar) le ha pasado factura entre la crítica que solo ve lo que quiere ver.

Y habría un cuarto molde roto: el del tratamiento del sonido, no solo por la inclusión diegética de canciones, sino por las capas que música, diálogos y sonidos cotidianos conforman en su cine; el mejor ejemplo posible es el de las escenas en el pub de “Voces distantes”. Falta aún un verdadero análisis de cómo Davies trató el espacio sonoro en la posmodernidad cinematográfica.

Si, por supuesto este es un texto reivindicativo y airado, pues Terence Davies merece un lugar mejor en la historia del cine y en la historia de la “diferencia” que otros directores y otras directoras han ocupado con bastante menos mérito. La ceguera sigue causando estragos.

Durante el rodaje de “The Deep Blue Sea” en 2011.
Durante el rodaje de “The Deep Blue Sea” en 2011.

La alternativa

Davies supuso en los años ochenta y noventa una alternativa tanto al academicismo de la BBC y Channel 4 y al cine británico más grandilocuente –el representado por Hugh Hudson (“Carros de fuego”, 1981) y Roland Joffé (“La misión, 1986)– como al de autor, ya fuera el social de Ken Loach, el geométrico de Peter Greenaway o el de francotiradores engullidos de un modo u otro por el sistema, caso de Stephen Frears y, en menor medida, Mike Leigh. Hizo de la observación de un tiempo pasado –con herramientas estilísticas de un cine moderno– su forma regular de trabajo, sin aceptar imposiciones ni plegarse a otros intereses, lo que significó una obra demasiado espaciada en el tiempo. De este modo construyó un universo fílmico en el que repasó la opresión religiosa, los malos tratos paternos o el bullying escolar, eje de su trilogía compuesta como una verdadera fantasmagoría sobre las represiones en la edad infantil y adolescente, pero también sin dejar de lado el papel de la masculinidad tóxica de su progenitor o los elocuentes y emotivos ritos familiares a través de las canciones entonadas en comunidad en un pub o en casa, en un velatorio o en un aniversario, como demuestra “Voces distantes”.

El papel de la madre y también el del cine son la base, en forma de emotiva epifanía, de “El largo día acaba”. Con las siguientes “La biblia de neón” (1995), basada en la novela de John Kennedy Toole y protagonizada por Gena Rowlands, y “La casa de la alegría” (2000), según la obra de Edith Wharton y con Gillian Anderson –entonces tan identificada con su personaje de Dana Scully en “Expediente X” (Chris Carter, 1993-2018)– como intérprete principal, parecía que Davies se “vendía” a un cine más comercial. Nada más alejado de la realidad, ya que tanto los textos que toma de base como las actrices escogidas le reclaman aún más atención por las formas y el detalle, así como un giro radical en cuanto a su autobiografía cinematográfica: Davies se define aquí por el estilo, cuando antes lo hacía por el estilo y el componente de vida personal. Era un salto –con red, Rowlands es espléndida y Anderson está espléndida– del que salió triunfador: demostró rasgos y capacidades suficientes para no ensimismarse en aquello que le había convertido en una voz tan personal.

Gillian Anderson en  “La casa de la alegría” (2000).
Gillian Anderson en “La casa de la alegría” (2000).

Lo corroboró –aunque pasaron ocho años sin saber nada de él– en la magnífica “Of Time And The City” (2008), un documental con imágenes de archivo que es una oda bella y crítica a su ciudad natal, Liverpool. El regreso a la ficción fue por todo lo alto con “The Deep Blue Sea” (2011), otra adaptación –una pieza del dramaturgo Terence Rattigan– y otra “estrella” a sus órdenes, Rachel Weisz, que posiblemente nunca ha estado tan bien –aunque siempre está bien– como en este retrato de la puritana sociedad londinense de los años cincuenta a partir de una mujer de clase burguesa que deja a su marido, magistrado del Tribunal Supremo, para irse a vivir con un expiloto de la RAF; Vivien Leigh había protagonizado una versión anterior en 1955. Lástima que cuando buscas “The Deep Blue Sea” en cualquier servidor te aparezca la película de tiburones inteligentes “Deep Blue Sea”, dirigida por Renny Harlin en 1999.

Las tres últimas películas de Davies horadaron nuevos territorios expresivos reafirmándose en una identidad cinematográfica transgresora bajo capas de aparente academicismo. “Sunset Song” (2015) contiene elipsis y flashbacks muy atrevidos a partir de una historia más o menos romántica ambientada en la Primera Guerra Mundial y en la que sobrevuela el estigma del alcoholismo, el incesto y el suicidio; si Davies se había acostumbrado a trabajar con actrices reconocidas, aquí apostó por la modelo Agyness Deyn, que poco más cine ha hecho. En “Historia de una pasión” (2016) volvió a jugársela dándole a Cynthia Nixon –otra actriz de serie televisiva exitosa “Sexo en Nueva York” (Darren Star, 1998-2004)– el papel de la poetisa Emily Dickinson y optando, además, por el estilo claustrofóbico de un filme de cámara acorde con la reclusión en la que vivió la escritora. Con su obra postrera, “Benediction” (2021), sacó a la luz la historia de Siegfried Sassoon, poeta homosexual condecorado en la misma Primera Guerra Mundial que, al volver del frente, se convirtió en feroz crítico del papel de su gobierno en la contienda. Otra muestra de cine de cámara, reposada, de composiciones estudiadas y emotiva vibración, complementada el mismo año por la elegía de un minuto “But Why?”, un corto encargado por la Bienal de Venecia en el que Davies condensa todo su mundo mediante el plano de un hombre joven (Richard Goulding) que sube la escalera alfombrada de una casa, al que siguen los planos de vidrieras, dormitorios y estancias vacías y el regreso de la cámara al espacio que ocupaba el hombre, ahora más viejo (Peter Capaldi), que desciende las escaleras tal y como antes –tantos años atrás comprimidos en esta magnífica elipsis– las subió.

Cynthia Nixon en “Historia de una pasión” (2016).
Cynthia Nixon en “Historia de una pasión” (2016).
Antes decíamos que pasaron ocho años entre “La casa de la alegría” y “Of Time And The City”. No fueron desaprovechados. El proyecto de adaptar “Sunset Song”, la novela de Lewis Grassic Gibbon considerada una de las obras fundamentales de la literatura escocesa, data de 2004, tenía producción televisiva y Davies quería entonces a Kirsten Dunst como protagonista; la haría una década después, pero el guion ya lo tenía escrito. En este período realizó además sus dos emisiones radiofónicas: “The Walk To The Paradise Garden”, emitida el 14 y 28 de octubre de 2001 en BBC Radio Drama, a partir de un argumento propio; así como “The Waves”, dramatización de la obra de Virginia Woolf para la BBC Radio 4 Classic Serial, los días 23 y 30 de septiembre de 2007. Quería llevar al cine igualmente “He Who Hesitates”, una novela policíaca de Ed McBain (Evan Hunter) ambientada en una comisaría: quizá el género le fuera ajeno, pero no el espacio único en que iba a encerrar a sus actores. En 1984, después de culminar su trilogía fílmica, publicó la novela “Hallelujah Now”, donde aparecen, planteadas de otro modo, las fantasías sadomasoquistas, el aislamiento sexual y los conflictos familiares, con una explícita portada ilustrada con el cuadro de Zurbarán “San Serapio”, el mártir y fraile mercedario, textos sobre el Jardín del Paraíso y canciones para niños muertos.

“Of Time And The City”, documental con imágenes de archivo de Liverpool.
“Of Time And The City”, documental con imágenes de archivo de Liverpool.

Las músicas

Hace años, Ricardo Aldarondo, con quien descubrí las películas de Davies en la Seminci de Valladolid, me grabó un CD con dieciséis temas utilizados en sus películas. Si hubiese tenido un sello discográfico, lo habría editado. No desmerece de las tan sonadas selecciones musicales de Tarantino, aunque en clave de música clásica, hollywoodiense, musical y estándares de los años treinta, cuarenta y cincuenta, la educación sentimental-musical del director. “Taking A Chance On Love”, de Ella Fitzgerald, empleada en “Voces distantes”. “At Sundown” y “It All Depends on You” cantadas por Doris Day y recogidas en “El largo día acaba” y “Death And Transfiguration”. Las voces pausadas –delicadas pese al sufrimiento de los textos– de Judy Garland y Nat King Cole en “Over The Bannister” y “Stardust”, respectivamente, oídas ambas en “El largo día acaba”. Debbie Reynolds cantando la hermosa “Tammy” –del filme “Tammy, la muchacha salvaje” (Joseph Pevney, 1957)– en “El largo día acaba”. “The Folks Who Live On The Hill”, perteneciente al álbum de Peggy Lee “The Man In Love” (1957), en “Of Time And The City”. La clásica “Perfidia”, de Glenn Miller, en la columna sonora de “La biblia de neón”.

Tráiler de “Voces distantes”, obra maestra absoluta.
No son las únicas y, sobre todo, ninguna sobra, es innecesaria o no está bien utilizada. El arte con que Davies acompasaba imágenes y canciones prexistentes es algo que el director se ha llevado a la tumba. La inflamada “Love Is A Many-Splendored Thing” o el tema tradicional escocés “O Waly Waly”, arreglado por Benjamin Britten, para “Voces distantes”. “Silent Night” con coros infantiles y el “White Christmas”, de Bing Crosby, en “El largo día acaba”. El “How Long Has This Been Going On?”, de George e Ira Gershwin, cantado por Gena Rowlands en “La biblia de neon” o el tema principal de “Lo que el viento se llevó” (Victor Fleming, 1939), “Tara’s Theme”, en el mismo filme. Los cuartetos de cuerda de Joseph Haydn y Aleksandr Borodin en “La casa de la alegría”. Gabriel Fauré, Franz Liszt, Friedrich Händel y Gustav Mahler mezclados con la aterciopelada “He Ain’t Heavy, He’s My Brother”, de The Hollies, en “Of Time And The City”. La tradicional “Molly Malone” y otro oldie de ensueño, “You Belong To Me”, en la voz de Jo Stafford, en “The Deep Blue Sea”. La canción de 1925 “Tea For Two”, interpretada por Marion Harris, y otro estándar de los Gershwin, “Love Is Here To Stay”, en grabación de 1937 a cargo de la orquesta de Abe Lyman, en “Benediction”. ¿Nostalgia, melancolía? No, simplemente la rememoración de un tiempo pasado, el vivido por el cineasta en épocas complicadas en cuanto a su sexualidad y educación, un tiempo recordado sin ira y con serenidad al que las canciones se adhieren de manera indeleble –mucho más que una película, un libro o un lienzo– del mismo modo que los fastos hollywoodienses sobre Egipto se engastaron en la educación sentimental de posguerra española en Terenci Moix. Ni más, ni menos. En el caso de Davies, son canciones para después de muchas guerras. Quim Casas

Melancolía y memoria en cinco instantáneas


“Voces distantes”
(1988)

Dividida en dos y con una puesta en escena que recuerda a un álbum de fotos, en “Voces distantes” Davies invocaba los fantasmas de su infancia al seguir el devenir de una familia de clase trabajadora en el Liverpool de 1940 y 1950. Nacimientos, bodas, risas y episodios de una violencia sobrecogedora –magnífico Pete Postlethwaite en el rol del turbulento padre de familia– hilvanados por una maravillosa banda sonora que ejerce de eslabón emocional entre los personajes de esta majestuosa pieza de cámara. PAR



“El largo día acaba”
(1992)

Puede verse como la prolongación natural del anterior largometraje del director, una variación sobre el mismo tema, ahondar más en la reconstrucción de un decorado anímico mediante recuerdos, palabras, actos, canciones e imágenes coreografiadas. Transiciones entre secuencias y espacios a través de la música, anécdotas en vez de plot, canciones que suplen a los diálogos: “Es una película, no una radionovela o una comedia televisiva”, dijo Davies a unos productores que se quejaban de que no hubiera ningún diálogo en las siete primeras páginas del guion. QC



“La biblia de neón”
(1995)

La memoría está bien presente, ya que el protagonista rememora momentos vívidos de su existencia junto a su efusiva tía, pero Davies transita por otros espacios –ahora paisajes estadounidenses– y lleva a su terreno –represión sexual y religiosa, más el racismo y la Gran Depresión– la novela primeriza del autor de “La conjura de los necios” (1980). Una de las virtudes del trabajo de Davies es que no tenemos la sensación de estar viendo a Gena Rowlands surgir de un filme de John Cassavetes, sino a una actriz distinta. QC



“The Deep Blue Sea”
(2011)

La espera, el recuerdo. En “The Deep Blue Sea”, Rachel Weisz es una mujer que aguarda en la ventana, fumando. Solo esa melancólica imagen justifica la existencia de un filme como este, pero si algo convierte esta película en una obra excelente es su poderosa modulación del melodrama a partir de la historia de esta mujer que fuma apoyada en la ventana, atrapada entre el deseo y la represión al enamorarse de un expiloto de la RAF mientras está casada con un juez del Tribunal Supremo en el Reino Unido de la posguerra. PAR



“Benediction” (2021)

Entre versos e imágenes de archivo de la Primera Guerra Mundial avanza este sinuoso y elegante biopic del poeta homosexual y objetor de conciencia Siegfried Sassoon (1886-1967), en el que, como en sus obras previas, Davies despliega su obsesión por la memoria, individual y colectiva. Las heridas amorosas y las de la guerra, así, se aúnan en un Sassoon cuyo vigor juvenil –interpretado por un conmovedor Jack Lowden– cede a la amargura por el paso del tiempo y el peso del dolor, como tan bien encarna Peter Capaldi. PAR

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