Björk, atrevida e inconformista una vez más, se coloca ahora en medio de un contraste evidente y radical. Buena parte de las canciones de este tercer disco, nuevo salto al vacío de la islandesa, se construyen uniendo a la brava la dulzura y el lirismo de una sección de cuerda o unos teclados con la aspereza implacable de unos sonidos electrónicos tan desnudos como hirientes que ella ha modelado junto a Mark Bell, de LFO. Entre los dos han producido la mayor parte del disco, dejando a Eumir Deodato la función de orquestar tres temas y a Howie B el rincón más atmosférico del álbum,
“All Is Full Of Love”. Ese contraste despiadado es tan sugerente como peligroso. En
“Hunter” las pulsaciones electrónicas crean un misterio brillante para que Björk declare:
“Si el viaje es la búsqueda y el hogar ha sido hallado, yo no voy a parar”.
“Jóga” es otro ejemplo de que la fórmula será extraña, pero puede funcionar. Pero en la emoción de
“Bachelorette”, otra canción impulsada por un lejano ritmo hispano, esa radicalidad de sonidos hiperdistorsionados y zumbidos hirientes rompe en parte la gravedad de la melodía y la entrega vocal de Björk, por otro lado tan inconformista como siempre: busca los tonos imposibles y la expresión más libre y vuelve a encontrar un terreno único para una voz que pertenece a un lugar inédito.