Esto demanda una inmersión, y no un picoteo. Escucho los primeros segundos de “The Mountain” y me siento como aquellos incorregibles anglocéntricos que proclamaban las bondades de la world music en los ochenta desde el púlpito de su supuesta superioridad cultural, porque lo primero que me viene a la cabeza es Nicola Cruz y su fusión de electrónica con música andina, cuando la fórmula de Cushla se cuece a miles de kilómetros de distancia y seguramente tenga poco que ver, más allá de un modus operandi que puede ser similar. Haría falta un máster (o directamente no dormir) para calibrar su propuesta junto a otras combinaciones de músicas de raíz irlandesa con beats contemporáneos que se nos escapan, porque justo es eso lo que proponen en su disco de debut los productores Marc Fernández (catalán: Akkan y Ocellot figuran en su currículo) y Leo Pearson (irlandés: U2, David Holmes o Elvis Costello contaron con sus servicios) junto a la vocalista (también irlandesa) Nell Ní Chróinín, una de las figuras prominentes del sean nós, un estilo tradicional de su país que hace bandera del canto melismático. Me falta conocimiento para contextualizar su propuesta dentro de lo que debe ser un insondable océano de sonidos que funden tradición y vanguardia desde su terruño, desde luego, pero no sentidos para degustarla e incluso cotejar su valía.
En la información del Primavera Sound –donde actuaron– se cita a Marina Herlop o a Tarta Relena en su ficha, pero me acuerdo también mucho del dublinés David Balfe y su proyecto For Those I Love (con esperado single nuevo tras cuatro años, “Of The Sorrows”, en el que también suenan instrumentos tradicionales) en el burbujeante y seductor tramo final de “7 Years”, mi favorita del disco. En cualquier caso, los sintetizadores analógicos, los ritmos sincopados, las profundas panorámicas instrumentales y el peculiar canto de Nell Ní Chróinín muestran una reconfortante amplitud de miras a lo largo de estos ocho cortes repartidos en 32 minutos. Desde una ancestralidad que luce brillante en “The Mountain” o “Fós”, y que en un arrebato sinestésico puede alumbrar en nuestra mollera los verdísimos parajes de la isla, hasta los arranques de electrónica más núcleo duro de “Ar Casa” o “Geantrai” o los tramos algo menos percutivos, más masajeantes para la epidermis, de “Briongloid” o “Aisling”. Todo fluye con elegancia. Como un producto esmeradamente pulido. Desde la portada al molde sonoro. Desde la textura al detalle. De la letra grande a la pequeña. Y sin hueco para el aburrimiento o la repetición de ideas. ∎