Álbum

Esperit!

CançonsBankrobber, 2024

Es escuchar el corte que abre este cuarto álbum del proyecto personal de Mau Boada, “Estrelles mishu”, y acordarme instantáneamente del universo alucinado de Pau Riba y ese influjo que llega hasta unos Antònia Font que lo remodelaron en un nuevo contexto como pocos, y que llega a muchos más músicos. Es ahondar en la escucha del disco y recordar otros talentos aparentemente dispersos, que hacen del eclecticismo bandera, como Joan Garriga, y caer en la cuenta de que ambos coincidieron hace cinco años en el concierto por el cincuenta aniversario del totémico “Dioptria” (1969-1970). Esperit! pertenecen a esa magra pléyade de músicos de escaso presupuesto, tacto artesanal y ánimo internacionalista en su apuesta sonora, que proponen travesías en las que ningún punto cardinal está vetado y el tedio ni se contempla. Del Montseny al mundo. Me viene a la mente también el valenciano SanIsidro y no por capricho, porque este “Cançons” está más cerca de sus tonos ocres, macilentos, como simuladamente desvaídos por el embate del tiempo, que del colorismo de discos anteriores de Esperit!, como el exuberante Ilíada” (2019). Hay más aridez, menos cromatismo, pero la sensación de frescura, de producto crujiente y recién horneado, acaba siendo la misma.

Comparecen también las voces Joan Colomo, Gina Margarit, Estel Boada y Albert Rams (Falciots Ninja) en un manojo de composiciones que tienen, de ahí también el título, más porte de canciones que de inventario de texturas (salvo por los dos reprises). “Tirisona” suena como la melodía de “A los ojos”, de Los Rodríguez, interpretada con una nueva letra –en catalán– por Daniel Johnston en medio del desierto, con su banjo y el crepitar acelerado de sus guitarras en una inverosímil transición del folk deshuesado al country polvoriento. Soy consciente de que la descripción suena demencial, pero es que es así. El ritmo de cumbia, el aroma andino que bien puede extenderse imaginariamente desde Colombia hasta el norte de Argentina brota aquí en una “Seda y pañuelo” que enlazaría con “Chacarera”, mientras que “La sèpia negra” entronca con una percepción muy mediterránea del folk y “El reveixí” fluye como una viñeta sonora tex-mex aderezada con un teclado tan doméstico que recuerda a los viejos casio, al servicio de una melodía radiante. Enfilando la recta final, “Sirena” sintoniza con el alma de blues del rock tuareg, “Two Trees” evoca la psicodelia sixties con esas guitarras que parecen tocadas en rewind, prácticamente puestas del revés, y “Jack” es depuración máxima de estilo, con su vis de folk-pop austerísimo, de sonido maquetero y talante maduramente confesional. Lo prodigioso es que tal panoplia de lenguajes sonoros surja como algo plenamente natural, y no tras un meditado prediseño. ∎

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