El descomunal título del quinto álbum de este cuarteto ya consagrado nos evocaría, de primeras, el expresionismo radical del free jazz sesentero, una anticipación inicial legítima teniendo también en cuenta el conocido eclecticismo de James Brandon Lewis, gran estudioso de las tradiciones e ingeniero de puentes entre escuelas. Pero nada más lejos de la sesión aquí capturada: estamos ante el Lewis más baladesco, más sosegado, incluso más modal en ciertos momentos –lo que, por supuesto, no significa menos interesante, intrincado o aventurero–. Nos presenta un caldo de cocción lenta, más que una explosión sobre los fogones, a lo largo de estos nueve cortes donde el combo parte de ciertos motivos, patrones o líneas prestablecidas que, sin embargo, contienen espacios para la improvisación moderada.
La apertura impresionística “Ware”, dedicada al volcánico y tristemente desaparecido David S. Ware (1949-2012), inicia el álbum de forma paisajística; ya inmediatamente destacan el saxofón relajado de Lewis y los acordes al piano de Aruán Ortiz, que más entrada la pieza se permite algunas exploraciones juguetonas (sin abandonar cierta timidez) a medida que la sección rítmica, incluyendo el muy melódico contrabajo de Brad Jones, experimenta cierta aceleración vigilada sin llegar a implosionar, culminando en un refrescante océano de platillos. En “Per 7”, Lewis discursea dubitativo en plan rubato, ignorando el tempo, en una pista de ambiente mucho más urbano e incluso detectivesco; una tonalidad noir a la que regresarán en “Mr. Crick”. Probablemente inspirada en el científico Francis Crick, célebre investigador del ADN (Lewis siempre ha expresado su fascinación por la biología), se trata de una composición airosa digna de un barucho de madrugada, donde el saxofón se muestra fogoso y Jones reluce con un breve solo introvertido.
Quizá el más “perjudicado” de la contención rítmica y tonal generalizada es el batería Chad Taylor, que anda prácticamente desaparecido durante gran parte del disco, transformado en sombra. Por eso son impactantes los momentos donde hace contundente acto de presencia, particularmente en “Remember Rosalind”, donde desata un jaleo nervioso, amorfo y medio arrítmico que incluso logra enardecer el fraseo benigno de Lewis. Y aunque en muchas de las pistas se conforma con llevar el compás sin causar estragos, el percusionista deja entrever atisbos puntuales de creatividad, como en la informe y poco cohesionada “Multicellular Beings”, donde se enfrasca en experimentar con las texturas de sus escobillas.
Uno de los puntos fuertes del cuarteto son las dinámicas entre el cuerno de Lewis y las teclas de Ortiz. En la espiritual-otoñal “Even The Sparrow”, por ejemplo, conjuran una fantasiosa melodía al unísono, separándose en ciertos puntos para luego rencontrarse. La consumación de ese diálogo, no obstante, se encuentra en “Abstraction Is Deliverance”, la pieza más monumental del álbum, que arranca con una cándida melodía de inspiración clásica, instantáneamente memorable, erigida por sus cuatro manos. Pero pronto se descalabra ese armonioso comienzo cuando el grupo se embarca en una marchosa excursión post-bop donde todos abrazan su lado más salvaje y liberado –sin nunca abandonar demasiado la elegancia o la estructura–. Incluso Taylor se pone sudoroso, mientras Ortiz rompe con la inocencia inicial para marcarse frenéticas carrerillas a lo largo del teclado en un caos semicontrolado que podría recordar a Horace Tapscott. De hecho, el pianista a menudo destaca en solitario, ya sea en su indagación introspectiva en “Polaris”, acompañando el groove de un sorprendentemente vibrante Taylor a las baquetas (quien, de nuevo, rompe la poesía lírica de Lewis para finalmente incitarlo a adoptar soplos más traviesos), o en la longeva “Left Alone”, una versión envolvente del tema ya de por sí atmosférico de Mal Waldron, donde genera expansivos tapices de notas y acordes solemnes por encima del cavernoso contrabajo tocado con arco de Jones, que aporta un elegíaco sabor de madera húmeda al asunto.
Resulta evidente que, a pesar del título, en este álbum Lewis quiere resaltar su cara más “tradicional” y contemplativa, especialmente en comparación con las obras anteriores del cuarteto, por lo general más intrépidas, u otros de sus discos en solitario (como “Apple Cores”, el idiosincrásico homenaje a Don Cherry que lanzó este mismo año). Por eso mismo podría ser una escucha un poco frustrante para aquellos oídos más impacientes; con la excepción de la pieza homónima, es posible que lo encuentren un poco monótono. Pero, guste más o menos, es indudable que el compenetrado grupo defiende con férrea determinación el concepto de la balada levemente especiada. En el proceso, nos ofrecen un sinfín de interacciones intrigantes y momentos de belleza, mientras que Lewis nos vuelve a demostrar tanto su perspicacia compositiva como las variadas vertientes de su expresividad instrumental, técnica a la vez que emotiva. ∎