Desde el lanzamiento de “The Kid” en 2017, prácticamente todos los trabajos de la sintetista estadounidense Kaitlyn Aurelia Smith han podido resumirse un poco de la misma forma: “su disco más pop”. En cierto sentido es cierto, pues Smith vive en su propio camino de iluminación. Ferviente practicante de yoga y meditación desde hace años, ha aplicado en varias ocasiones su trabajo a estas áreas, adentrándose sin miedo en los peligrosos terrenos de la new age –llegó a prestrenar “The Mosaic Of Transformation” (2020) en Calm, una famosa app de bienestar y salud mental para ayudar en la meditación y el sueño–, y a través de ellas ha ido conectando progresivamente con aspectos más físicos, más mundanos de la existencia y de su relación con la música. “Let’s Turn It Into Sound” (2022) parecía completar un poco esta transición “pop” encomendándose a un espíritu mucho más festivo y, sobre todo, menos constreñido por estructuras o experimentos planeados. Pero la percepción de lo pop le es en general esquiva a la californiana: “GUSH”, su último trabajo, es en este sentido más pop, es más físico y está más comandado por la melodía, pero además es más minimalista y oscuro, antipop de alguna manera. Y sobre todo: aplica las mismas características que podríamos reconocer fácilmente en la música de Smith, todas visibles, de hecho, en el que fuera el primer single del disco, “Into Your Eyes” –el ánimo meditativo, los detalles de clarinete, los arpegios de sintetizador, ritmos sutiles que pueden incluso asimilarse al trap pero que mutan constantemente y sonidos mazmorreros de 8 y 16 bits; también algo robotizado y abstraído en la voz–, a un estilo en cierto modo nuevo para ella, más vinculado, o colindante al menos, con la canción tradicional: “Stare Into Me” podría ser de la Robyn más sugerente, pero asimismo la deconstrucción de un tema de Christine McVie en una especie de “Tango In The Night” desdibujado, enterrado en una cinta bajo escombros acumulados durante siglos.
Esa sugerencia y sensualidad que intuimos ya desde la misma portada, unos labios mordiendo un hielo, y el propio título, “gush”, “chorro”, se plasman en las temáticas desiderativas del disco, que en general abordan la urgencia en el contacto entre dos personas, la hipnosis del enamoramiento, la euforia y la omnipotencia del encuentro sexual. La propia Smith ha comentado que “GUSH” surge de la necesidad de sacar cuerpos a bailar después de una temporada dando clases de voguing para complementar sus habilidades como contorsionista, que poco a poco la han llevado a tomar el control absoluto de su cuerpo, y a incorporarlo en su espectro mental: así que este quizá no es que sea su disco más pop, pero sí uno en el que emplea de forma prístina, y sin demasiadas complicaciones, las formas y estructuras del pop para encontrar su versión más kinética. “Gush”, el tema titular, lo ejemplifica a la perfección con sus bajos pulsantes y sus líneas sinuosas: ya no son solo los sintetizadores en su gracilidad los que aportan el movimiento y el fluir en su música, sino que de algún modo todo se pone a este servicio, a buscar anclaje en el suelo. Y, paradójicamente, son precisamente esos sintetizadores los que terminan resistiéndose a quedarse fijos en la tierra.
La tensión que se genera entre esto –hay momentos, sobre todo “Feel Heard”, en los que incluso se abraza la euforia electrónica introspectiva de los breaks progresivos de Bicep, u otros como “The World Just Got A Little More Big” que son puro alma dance en un cuerpo de synthpop– y la alucinación progresiva a la que suele verse abocada siempre Smith se mantiene a lo largo de todo el disco como uno de sus principales motivos. Podría decirse que incluso va replicándose en marcos: se ve en las canciones mismas, con “Both”, por ejemplo, luchando por que una melodía dream pop ascienda entre el fragor maquinístico de una fábrica de sintetizadores, o la inicial “Drip” arrancando el álbum desde un lugar de misterio que es ciertamente inusual para Smith y que no lo sería tanto para Fever Ray –para artistas que siempre han tenido más claro el pop que el experimento, aunque ambas ideas sean innegociables y en cierto modo indisociables la una de la otra– y que sin embargo por su propia fuerza alucinógena se adentra en los terrenos de psicodelia a los que pertenece la que quizá sea la canción más definitiva del disco, el crescendo alucinógeno de “Everything Combining”. Se ve en cómo las canciones se relacionan entre ellas creando pequeños call backs y leitmotivs –“Urges” casi parece un muestrario de todos ellos, y se irán recogiendo en “What’s Between Us” o en “Almost”–. Pero también en la forma en la que el disco está estructurado, con una primera mitad más motriz –lanzada íntegramente en siete sencillos antes de la salida del álbum– y una segunda más onírica.
En todas esas tensiones, cuando los músculos empiezan a notarse después de una sesión de ejercicio, radica la fuerza de “GUSH”, y en su capacidad para ser deliberadamente freak en un contexto, a su manera, pop: más espontáneo que preparado, más emocional que cerebral, más físico que mental, más accesible que rebuscado y más disfrutable y divertido que elevado. Sí, la simple pasión puede empezar como en “What’s Between Us”, con sonidos de 16 bits imitando melodías medievales que parecen comparar la intensidad de los primeros pasos de una relación con el estrés frenético de un arcade, y florecer después en un crescendo sintético sobre bajos rave. Más en el universo de una mujer que deja claro –a través de un curioso cierre dual de “GUSH” formado por “Lay Down” e “In The Dressing Room”– que en la intimidad, en su intimidad, todo parte de la curiosidad y del experimento con dos cosas bastante físicas: su voz y si inseparable sintetizador Buchla; los verdaderos protagonistas del affaire que es toda la carrera de la compositora californiana. ∎