Álbum

Little Simz

LotusAWAL-Popstock!, 2025

Los discos sobre el fin del amor son toda una categoría en sí mismos. Quizá haya que añadir un apartado nuevo dedicado a la ruptura con un productor y colega. El imbatible tándem que han conformado Little Simz e Inflo (parte fundamental del colectivo SAULT junto a su esposa Cleo Soul y la propia Simz) a lo largo de tres excelentes LPs –“GREY Area” (2019), “Sometimes I Might Be Introvert” (2021) y “NO THANK YOU” (2022)– saltó recientemente por los aires, con una demanda de la rapera al productor por una deuda que, en distintos medios, se cifra entre 1,7 y 2,2 millones de libras. La decepción y la pérdida de confianza en sí misma le hicieron dudar de si seguir grabando música, según lo expresado en una entrevista, con cuatro discos empezados y sin terminar cuando estalló la tormenta. Afortunadamente, encontró la fuerza y se puso manos a la obra con el productor Miles Clinton James.

Desde la inicial “Thief”, se aprecia que el sonido es más orgánico y clásico que en sus anteriores entregas; guitarra, bajo y batería se escuchan individualmente, con claridad. El ladrón del título, con el que se despacha a gusto, no es difícil de adivinar quién es. Y hay más indirectas y crochets léxicos para el inefable músico. En “Hollow” suena más triste que enfadada, una especie de “cómo pudiste hacerme esto a mí” con suntuosas cuerdas, sin base rítmica. Y en “Lonely”, un elegante soul vaporoso de satén, parece mostrar un extracto de su diario personal, reflejando sus dudas y su parálisis ante el reto de hacer un nuevo álbum sola. En un verso dice “solía hacerlo con _” … y hace un sonido con la boca (“¿podré hacerlo sin él?”). Aquí está la prueba. Quizá haya más referencias al fulano en otras de las canciones, pero no solo del ajuste de cuentas se alimenta el álbum: la capacidad de resistencia, reflejada en la flor de loto que titula la colección, vertebra varios de los temas. En dicha categoría de mirar hacia dentro y sacar músculo estarían la tensa “Flood”, un blues moderno de la horma de los incluidos en “Yeezus” (2013) –de otro artista que para muchos es también innombrable, al menos fuera del estudio de grabación–, el funky infeccioso de “Lion” –con la colaboración del cantante nigeriano Obongjayar– o la propia “Lotus”, una exuberante muestra de soul cinemático con la voz de Michael Kiwanuka aportando melodiosidad al fluido rapeado de la londinense.

En repetidas escuchas, más de uno se preguntará, asombrado, en qué momento esta mujer pudo sentir la ausencia de confianza en sí misma, porque su voz y su manera de cantar o rapear están más llenas de determinación que nunca. Se atreve a probar diferentes palos. En “Young” exagera el acento inglés para armar una canción de pop que la acercaría a las noventeras Shampoo, de no mediar la negritud del sonido. A continuación, el ritmo de jazz, sección bossa nova, subraya la elegancia de los coros de Lydia Kitto, mientras que en “Free” son unos preciosos arreglos de cuerda y unos coros, esta vez no acreditados, los que, más que a la libertad, la ayudan a cantar al amor; al absoluto, no al de pareja. Otra preciosa idea es la del dúo con el rapero británico Wretch 32, con versos cruzados entre ambos simulando una conversación entre hermanos, que empieza con los típicos reproches familiares de falta de compromiso (con la madre y con ella), para, sacando a relucir las cargas de cada uno, terminar con una declaración de amor a la familia. En la vida real no son parientes. Igualmente bella es la colaboración con Sampha en la balada “Blue” que cierra el álbum. Ella expresa las dudas y los miedos existenciales que asaltan a cualquiera ante la dureza de la vida y su conocido final, y la angelical voz del cantante del sur de Londres aporta la serenidad y la paz para perder el miedo. Ella lo sintió tras el lapsus vital que le tocó en suerte, y quizá lo vuelva a sentir en el futuro, pero al menos ya sabe que puede levantarse con grandeza. ∎

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