Disco destacado

Lorena Álvarez

El poder sobre una mismaMontgrí, 2025

Han pasado más de diez años desde que saliera el primer disco de Lorena Álvarez con El Coro de la Dinamo. Muchos momentos del 10” “Dinamita” (2014) sorprendían al combinar música folk y modernidad, sonando entre el Nuevo Mester de Juglaría y unos Echo & The Bunymenn unplugged. De hecho, ya había impactado con “La cinta” (Sones, 2012), su debut en casete. Una década después de aquel estreno, su penúltimo trabajo, de 2022, fue la banda sonora de un videojuego, “Alba. A Wildlife Adventure”. Desde entonces, ha tocado retreta, iniciando un retiro espiritual lynchiano. Esto último lo digo por la práctica de la meditación –tal vez trascendental– y otras técnicas curativas –leer, componer, pasear– que inspiran “El poder sobre una misma” a lo largo de estos tres últimos años en los cuales ha ido desgranando un río de canciones digitales, algunas colaborativas como “Pobles al costat del riu”, junto a Julio Bustamante. Y no nos olvidemos del otro EP (2021) de su carrera acompañada de los Rondadores de la Val d’Echo.

De entre todas esas piezas, solo tres han acabado en su esperado nuevo álbum. “Guíame” fue la primera en asomar la cabecita con sus siete minutos de plegaria ascética. Lorena Álvarez no es vocalmente Rocío Jurado, ni falta que le hace. Sus canciones conforman una pasión íntima, desde luego carnal, que arde en otro tipo de brasas. El lenguaje que utiliza es sencillo y con él sabe ahondar en lo profundo combinando las bases de ese mundo acústico, confusamente catalogado como folk, con detalles sintetizados que aportan contemporaneidad a su música.

“Increíble”, que salió el 18 de junio de este año, es una rumba que la conecta más con el “My Way” de los Gipsy Kings que con Paul Anka. Su letra habla de un amor a la fuga diciéndole al miedica, con gracia y alegría, que él se lo pierde, aunque barruntamos que esta fue unas de las grietas por las que entra esa nueva luz. El amor también hay que merecerlo. Además de ella intervienen los rondadores Víctor Herrero y Juan Torán animados por los jaleos de Soleá Morente. Es pura Lorena Álvarez con detalles machadianos como los contenidos en “Cuando el amor crece”, elegida para inaugurar este relato introspectivo y catártico –esto último en el sentido de renovación tras la batalla–, con introducción, nudo y desenlace.

La libertad de Lorena. Foto: Mar Ordóñez
La libertad de Lorena. Foto: Mar Ordóñez

La última en adelantarse al disco fue “Los pensamientos”, esos duendecillos mentales que nacen, crecen, florecen y muchas veces ni siquiera frutos dan, y mueren y desaparecen; los pensamientos, ni malos, ni buenos, no son verdaderos. Así reza esta canción liberadora de casi seis minutos donde su autora varía de nuevo la ambientación con detalles soul para iluminarnos aún más.

Con el “El poder de una misma”, la reticente Lorena Álvarez, artista poliédrica con interesantes trabajos manuales y pictóricos que alimentan cada uno de sus pasos musicales –camisetas, calendarios, collages, bolsas, cuadernos–, nos abre su corazón, vacía sin desperdicio su mente –excepto para crearlo, que si no estaríamos sin disco– y entrega su trabajo más personal. Un álbum meditativo, incatalogable, con los pies en la tierra –esto no es una novedad–, coherente y variado –esto tampoco es sencillo–, luminoso pero abisal –“Una mirada oscura”– con el que Álvarez desvela ese nuevo amor existencial un poco en la tradición acid folk de artistas como Vashti Bunyan, Donovan o, si me apuran, Van Morrison si le hubiese dado por orar sin dios como Lorena en “Rezo en secreto”, cuyas letras están parcialmente en árabe, una cortesía de la cantante palestina Miriam Toukan. De nuevo un número andalusí que recuerda a los más bonitos de Pedro Burruezo en Claustrofobia con los coros de María José Peña: “Sola siempre estoy, sola siempre voy, yo sola, y reminiscencias estéticas del David Sylvian de “Secrets Of The Beehive” (1987), portada incluida –mucho más bonita la de Lorena, todo hay que decirlo, inspirada en los “herbarios” de Emily Dickinson, también musa del místico inglés–, como la evanescente “Se me daba cuidao”, que empieza con sonidos Moog en la vena de Jordi Sapena, hasta que aparece otra guitarra flamenca. La budista “Disolver el deseo” podría haberla compuesto y arreglado Leonard Cohen en su época cenobial. Diluir el impulso de la impaciencia para atender a este álbum reflexivo cocinado a fuego lento como los mejores guisos y pócimas antiansiedad.

Una característica que lo recorre casi de principio a fin son esos teclados flotantes a cargo de Alfonso Díaz. Aportando más que un color otra dimensión narrativa, sitúan este trabajo en algo más que otra relectura del nuevo folk nacional liberándolo de manierismos obsolescentes a base de sentido. Porque si hay algo que resulta de la campechana “El poder sobre una misma”, título con el que este disco de activismo poético interior –habrá quienes quieran enarbolar otras banderas– se cierra sobre sí mismo, es la fuerza de una dulzura afilada que Lorena no puede resistirse en subir a lo alto del campanario, melódicamente, sin dramatismos y por soleá aunque sea desde San Antolín de Ibias: “A veces hay que recuperar el poder sobre una misma porque te lo quitan. Frase que repite hasta convencerte de que eso es lo que tendríamos que hacer todos en algún momento. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados